Indagando información sobre mis orígenes antropohistóricos me encontré de pronto con un dato sorpresivo, no desconocido pero casi del todo olvidado. Que un político revolucionario insurrecto declarara al Puerto de Frontera, Tabasco, a través de un manifiesto del 21 de febrero de 1924, como “Capital Delahuertista de México”.
Tras el asesinato de Venustiano Carranza, Adolfo de la Huerta (1881-1955) llegó a ser un buen presidente interino de junio a noviembre de 1920, cuando entregó el poder a Álvaro Obregón. Al repasar como estudiante ese tramo de la historia mexicana lamenté que esta vertiente de “los sonorenses” no prevaleciera sino la sangrienta de Obregón y Calles. Lamenté que De la Huerta no hubiera sido electo presidente para un periodo completo. Renunció al gabinete obregonista en 1923 por su desacuerdo con la firma del Tratado de Bucareli y se levantó en armas contra el gobierno en oposición a la postulación de Plutarco Elías Calles a la presidencia. Así fue como salió a Veracruz y después a Tabasco. En Villahermosa, sus seguidores habían derrotado al gobernador Tomás Garrido Canabal. Partió inusitadamente a ese Estado por su condición de aislamiento casi absoluto. Y cómo no va a estar aislado, ¡la primera carretera para comunicarlo con la Ciudad de México no se construyó sino hasta principios de los sesenta del siglo XX!
De todas maneras, la capital delahuertista no lograría prosperar y superar al gobierno. Los apoyos militares de De la Huerta fueron derrotados en un lapso de seis meses y el rebelde tuvo que salir del país en marzo de 1924 a Estados Unidos. Después de once años, Lázaro Cárdenas lo recuperó del exilio y pudo regresar en 1935 a México, donde todavía tendría algunos encargos en los gobiernos subsecuentes hasta su muerte en 1955.
Quizá la simpatía que sintiera al leer sobre De la Huerta haya tenido que ver, más que con sus cualidades políticas, con sus virtudes humanas y su sensibilidad artística. Y aquí es donde aparece otra sorpresa ignorada en su momento u olvidada por los meandros de la memoria. Adolfo de la Huerta Marcor, nacido en Guaymas, Sonora, había estudiado canto poseyendo una voz de tenor. Aquí algunos datos sobre esas virtudes no muy conocidas o de plano desconocidas.
1. “En 1896 se trasladó a la ciudad de México para ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria, donde estudió contabilidad y canto hasta 1900” (Wikipedia).
2. “En 1906 se incorporó al Partido Liberal Mexicano y apoyó económicamente la publicación del periódico Regeneración. Asiduo participante, ya fuera como músico y cantante en las fiestas y tertulias, en 1908 se destacaba como miembro de la Sociedad ‘Amor al Arte’” (Wikipedia).
3. En el exilio, el matrimonio De la Huerta “abrió una escuela de canto cercana a Hollywood. Adquirió fama y renombre, y su situación económica mejoró mucho, lo cual permitió a De la Huerta darle a su familia una vida digna” (Wikipedia).
4. “Abrieron una escuela de canto cercana a Hollywood donde entonces empezaba el cine sonoro. Allí don Adolfo tuvo importantes alumnos a quienes enseñaba acompañado al piano por su esposa. Aunque trabajaban hasta catorce horas diarias, doña Clarita recordó siempre esta época como los mejores años de su vida”. Sara Sefchovich; La suerte de la consorte. Océano exprés, 2010.
5. Sobre la esposa del presidente cantante, Clara Oriol (1884-1967), informa Wikipedia en inglés: “Fue una consumada pianista de concierto”.
6. Un texto aparentemente escrito por el político sonorense Bulmaro Pacheco (“El estilo de Don Adolfo”, publicado en el sitio hermosillense Termómetro el 08-11-13; lo firma bulmarop@gmail.com), detalla sobre la voz del presidente: “Una excelente preparación como técnico contable y una privilegiada voz de tenor afecto al bel canto (estilo operístico) le abrieron las puertas de la capital sonorense”. Y agrega, en el exilio vivió “primero en Nueva York, y después en Los Ángeles, California, en donde sobrevivió como maestro de bel canto”.
De verdad un dato asombroso. Un presidente cantante o artista en general no se da tan fácilmente. Hay presidentes que mal o bien cantan o tocan algún instrumento como en el caso de Bill Clinton, Hugo Chávez o Vladimir Putin, pero no han desarrollado la virtud y su arte y mucho menos han vivido de ella. Es probable que haya algunos por allí, sobre todo en los tiempos antiguos.
El exsenador por Sonora, Pacheco, relata en su texto una visita a la tumba de De la Huerta en el Panteón Francés, en San Joaquín, Ciudad de México. Se queja en torno al olvido en que ha caído el expresidente interino cuyas cualidades merecerían tantos o aun más homenajes que los recibidos por otros exmandatarios de origen sonorense. En la tumba están sepultados Adolfo y Clara. Y en vez de estar localizada junto a la de otros políticos allí enterrados, la encuentra en un mejor sitio, cercana a artistas: “Ubicada en una de las esquinas más visibles del inmueble -a la sexta avenida con el número 96, entre las calles 2 y 3, muy cerca de las tumbas de Antonio Espino ‘Clavillazo’ y del lugar donde estuviera sepultada la malograda Miroslava así como la actriz de múltiples películas mexicanas Ema Roldán-, se encuentra una lápida de mármol, muy curtida de restos de tierra y arbustos que el tiempo y las lluvias le han pegado, con la inscripción: Adolfo De la Huerta (26 de mayo de 1881-9 de julio de 1955) y Clara Oriol de De la Huerta (11 enero 1884-12 de diciembre de 1967)”.
Sin duda resulta interesante conocer más de la historia del presidente cantante y de su esposa, una pareja de artistas muy singulares. Como no podemos escuchar la voz tenoril de “Don Adolfo” (igual y un día de estos aparece una grabación suya), entre las curiosidades he encontrado varios corridos sobre la insurrección delahuertista. Como fue por siglos, en ellos la geografía y la realidad tabasqueña son ignoradas o desconocidas a pesar de la importancia que remite incluso a la fundación del mestizaje mexicano. El siguiente corrido narra el curso y la suerte final de la rebelión de Adolfo de la Huerta, el cantante que llegó a ser presidente de México.