El feminicidio es un acto horrendo, en general, y terrorífico para la víctima (el linchamiento también, aunque este es colectivo y se da en menos proporción). Siempre me ha consternado. ¿Cómo siquiera imaginar que se mata a la pareja, a la amante, a la amiga, a la conocida, a las mujeres adolescentes y niñas? ¿Cómo imaginar matar a alguien?
Aunque se ha dicho que el neoliberalismo salvaje ha contribuido durante los últimos cuatro decenios a crear condiciones económicas y sociales para la violencia, el crimen y la impunidad, en el caso de México esto refiere sólo la parte coyuntural, la estructural es la que señala al feminicidio como un fenómeno cultural e histórico con base en la formación familiar y social de hombres y mujeres. De ahí que en el pasado haya establecido en algunas columnas referencias históricas y literarias.
Una de ellas es la novela Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, escrita por entregas hacia la última década del siglo XIX, recrea la violenta y corrompida vida mexicana de los principios de ese siglo. El feminicidio de la noble mujer Tules a manos de su esposo, el tornero Evaristo (violento, golpeador, desobligado, borracho), es brutal. La escena del asesinato resulta impresionante, cruel y cruda; un doloroso registro literario de la realidad.
Otra novela, Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia (acaso la única obra de este autor en que el humor, característica esencial en ella, está ausente), relata los horrendos crímenes de “Las Pochianchis”, cuatro mujeres, que son hermanas, y sus cómplices al correr casas de prostitución donde adolescentes y jóvenes son engañadas, secuestradas, esclavizadas, torturadas y asesinadas en un lapso que va de mediados de la década del cincuenta a mediados de los sesenta del siglo XX en Guanajuato.
Una más, 2666, de Roberto Bolaño, hace el registro pormenorizado -desde el primer caso oficial en enero de 1993 hasta finales de 1997- de los crímenes crueles, sangrientos, inconcebibles de mujeres en Ciudad Juárez; las tristemente célebres “muertas de Juárez”.
Estas obras relatan desde la literatura este odio, esta violencia, este imponerse brutal sobre las mujeres que va más allá de las estadísticas de los últimos decenios. Porque se trata sí, de un fenómeno aparejado a la corrupción, la desigualdad, la impunidad y la violencia de estos últimos decenios, pero también es una desgracia cultural que dura siglos. En 2011 escribí, prácticamente transcribí, el testimonio de cómo una mujer violentada logra escapar y se sobrepone a su condición, “Francis y su batalla contra el bravo macho mexicano”: (SDPnoticias; 06-05-11).
Y si se trata de un fenómeno cultural, alimentado desde la cuna, ¿qué deberían hacer el gobierno y el Estado que no pueden colocar un policía por familia o ingresar a la habitación, a la sala, la cocina, a la intimidad? He considerado algunos puntos: 1. Justicia y no impunidad. 2. Establecer cadena perpetua para los feminicidas. 3. Marcar un estricto protocolo de protección para mujeres amenazadas y golpeadas. 4. Realizar una fuerte campaña contra el feminicidio como se hace, por ejemplo, contra el consumo de drogas. 5. Impulsar un vuelco en la educación familiar y escolar de los valores masculinos y femeninos; pugnar por la igualdad y el respeto.
Recientemente, el presidente ha elaborado de manera espontánea en la Conferencia Matutina de Prensa un decálogo detallado de su posición frente al feminicidio y el feminismo, y la jefa de gobierno de la Ciudad de México ha establecido seis “ejes de acción para atender las desigualdades que se traducen en violencia”, en este problema tan grande en México (“Las mujeres y la lucha por la igualdad”; La Jornada, 05-03-20). Estas intencionalidades y el trabajo junto con las mujeres organizadas tendrían que ser el principio para empezar a ver la luz en ese horrendo y terrorífico túnel del feminicidio.
Por otra parte, se tienen que exhibir y denunciar a los enemigos del movimiento feminista legítimo: al “Fakeminismo”; al falso feminismo. A partidos, políticos y agrupaciones que, como se ha dicho, se están queriendo “colgar” del movimiento los próximos días 8 y 9 de marzo y utilizarlo para su beneficio electoral y para golpear al gobierno que francamente ha dado muchas muestras de estar del lado de ese feminismo legítimo. Este abuso político del movimiento lo perjudica. Lo mismo que los grupos de encapuchados que violentan y destruyen la ciudad, tampoco contribuyen a nada positivo para avanzar en la búsqueda de soluciones, todo lo contrario, generan un violento escenario de desacuerdos y divisiones, una animadversión en contra de ellos mismos. Lo que tendría que prevalecer es la razón y la voluntad de trabajar en contra del feminicidio y en favor del feminismo legítimo y las mujeres.