López Obrador siempre ha hecho la referencia de que los liberales del siglo XIX “eran hombres que parecían gigantes” (probablemente tomada de Antonio Caso). Habla con elogios y admiración absoluta de Benito Juárez, Ignacio Comonfort, Melchor Ocampo, Sebastián Lerdo de Tejada, entre otros. Se expresa igualmente con elogios y admiración de Francisco y Gustavo Madero, Felipe Ángeles, Emiliano Zapata, Pancho Villa, los hermanos Flores Magón, Venustiano Carranza y Lázaro Cárdenas, entre otros; pero no ha llamado gigante a ninguno de estos personajes del siglo XX.
Y tengo para mí que desdeña ese título para quizá el único personaje verdaderamente gigante del siglo XX mexicano posrevolucionario aparte del general Cárdenas (y aun sin el quizá y hasta nuestros días, para decirlo con franqueza), Jaime Torres Bodet. Se podría pensar en otro gigante, José Vasconcelos, su maestro en varios sentidos, pero la brevedad del tiempo de acción del “Ulises Criollo” y su triste fin vital, lo pondría en segundo plano frente al discípulo. Estaríamos ante el “típico” caso en que el alumno supera al maestro; como tendría que ser. Mas no creo que este desdén sea debido al desconocimiento, más bien refleja algún prejuicio o, peor, alguna mezquindad debida a la personal interpretación histórica del personaje más que la consideración de la obra toda, la pública sí, gigante, pero también la personal, la íntima, que resulta esencial.
Y no escribo lo anterior por un interés personal -porque haya estudiado y escrito sobre la obra y la figura de Torres Bodet- lo hago de manera objetiva, acreditable por cualquiera que revise el historial del siglo XX mexicano. No obstante, me considero obligado a hacerlo desde ambas perspectivas, porque la figura, la sombra si se quiere, del poeta, escritor, educador, exponente y defensor de la política exterior mexicana y de sus intereses ha rondado por Palacio Nacional, en particular en las Conferencias Matutinas desde el año pasado pero de manera inevitable durante el presente, sin que la oficialidad presidencial le dé un saludo siquiera.
Recientemente, durante la celebración del 60 aniversario de la primera entrega de los libros de texto gratuitos en 1960, el presidente ponderó a Adolfo López Mateos, pero como establecí en mi texto “Aniversario de la Conaliteg, Torres Bodet, Martín Luis Guzmán y la alumna-maestra del Saucito” (SDPnoticias; 19-02-20), si bien la determinación política fue del presidente, la ideación, la propuesta, el convencimiento, la realización de la obra, el trabajo titánico fue de Torres Bodet y la ejecución de Martín Luis Guzmán. Algo semejante a la obra de José Vasconcelos al crear la Secretaría de Educación Pública en 1921. Él la había ideado desde 1916, como ministro de Instrucción Pública nombrado por Eulalio Gutiérrez, gobernante surgido de la Convención de Aguascalientes. A Álvaro Obregón sólo le correspondió, como tenía que ser, apoyar política y económicamente el gran proyecto educativo del país.
Este jueves 27 de febrero, la sombra agigantada de Torres Bodet se cernió de nuevo en la Conferencia de Prensa Matutina al celebrarse un convenio para la preservación y el fortalecimiento de las lenguas de los pueblos originarios entre el gobierno mexicano y la UNESCO. Pero su presencia no fue advertida por los mexicanos sino por la directora general de la organización, Audrey Azouley:
“Mi visita se inscribe en una historia de 75 años entre UNESCO y México. México ha sido un miembro fundador y entusiasta desde la creación de nuestra agencia -una agencia de las Naciones Unidas para la Cultura, la Ciencia y la Educación-, justo después de la Segunda Guerra Mundial. Ustedes fueron el primer país del mundo a establecer una delegación permanente en nuestra organización. Ustedes fueron el anfitrión de la Primera Conferencia General, aquí en la Ciudad de México, en 1947, después de la Conferencia de fundación en París. Y el año siguiente, un gran mexicano, el poeta diplomático Jaime Torres Bodet tomó la dirección de nuestra organización y dio forma a los contornos de la organización. Y ayer tuve el placer de rendirle homenaje en el extraordinario Museo Nacional de Antropología que él tanto impulsó. Un museo que da testimonio de la fuerza, de la riqueza y de la importancia del patrimonio cultural de vuestro país”.
Como en el caso de los libros gratuitos, el MNA y la UNESCO, muchísimas creaciones y realizaciones son inexplicables sin la omnipresencia de Torres Bodet. De parte de los funcionarios mexicanos y el presidente, el silencio prevaleció nuevamente en torno a ese gigante de la diplomacia, la educación y la cultura. Mas simplemente, considérese que lo que en la Conferencia representaban cuatro personas -los secretarios de Educación, Moctezuma Barragán, Relaciones Exteriores, Ebrard Casaubon, Cultura, Frausto Guerrero (como heredera del Conaculta y éste de las labores originales del INBA) y la directora general de la UNESCO, Azouley-, no sólo lo representó el poeta solo sino que lo engrandeció durante toda una vida dedicada a México y al humanismo como secretario de Educación Pública en dos ocasiones, secretario de Relaciones Exteriores y director general de la UNESCO.
Y de acuerdo a la versión de Rafael Solana, secretario particular y amigo del poeta, este pudo haber llegado a ser presidente del país si la Constitución hubiera permitido que hijos de extranjeros pudieran llegar al máximo cargo del país (como se modificó para la elección del año 2000; tardío y para mal). Torres Bodet habría sido considerado para suceder a Ávila Camacho y a López Mateos. Aquí la entrevista a Solana, “Jaime Torres Bodet había ya proyectado suicidarse al concluir sus memorias: Rafael Solana; entrevista”:
Sin duda, habría sido un extraordinario presidente. La múltiple y valiosa obra pública de Torres Bodet persiste a pesar de que la figura se haya olvidado o querido olvidar desde su muerte en 1974. Pero como el propio Solana estableciera, al igual que su obra literaria, volverá a surgir, a levantarse: “las cosas tomarán su nivel como las aguas y don Jaime va a subir mucho del aprecio que ahora se le tiene”. Acaso será un erguirse de gigante. Sería conveniente que la llamada 4T lo tome en consideración.
Por eso da mucho gusto escuchar a Audrey Azouley hablar tan bien de Jaime Torres Bodet, su antecesor, de hacer evidente para los ojos y oídos de los mexicanos que su fantasmal presencia no es sino una apariencia, pues su obra persiste y se engrandece con el tiempo y para el bien de la patria a la que sirvió con el amor de una absoluta entrega, con breves filones de intimidad para la creación literaria y la reflexión vital y humana.