1321, fundación de México Tenochtitlán; 1521, caída de México Tenochtitlán; 1821, independencia de México. Estos son los tres eventos de 2021 en que, más allá del interés del gobierno de la república mexicana y del presidente López Obrador, tenaz impulsor de los mismos, los mexicanos deberían de poner su atención, estudio y conocimiento; y si posible, arribar a la decantación de una valoración final si no colectiva, individual. Aunque en estos terrenos, la arena siempre será más o menos movediza.
En cada fecha, cada aniversario, existen elementos para el estudio y análisis, no se trata de eventos del todo expurgados y clarificados. Por ejemplo, en relación a la fundación de Tenochtitlán hace 700 años, en 1321, hay dudas. Algunos establecen 1325, otros 1345. Y es que ante la ausencia historiográfica, dada la naturaleza de los tiempos (la condición de la “corriente de la historia”, diría Alfred Weber), la definición de un momento fundacional se hace por aproximaciones y elementos míticos. Resulta interesante ahondar en la información disponible, pero también en el sentido mitológico del surgimiento de la civilización en el poder y control de un gran número de pueblos a la llegada de los españoles en 1519.
En relación al segundo evento, es importante y aun apasionante averiguar su naturaleza. Si se trató de conquista, encuentro de dos mundos o invasión lo acaecido en 1521. Existen varios elementos a considerar, entre ellos, documentos originales surgidos casi a la par de la caída de Tenochtitlán y la fundación de la nueva ciudad sobre sus ruinas, la capital de la Nueva España. El Anónimo de Tlatelolco de 1528 y aún antes, los primeros Cantos tristes de la Conquista, las Cartas de Relación de Hernán Cortés, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, la Historia general de las cosas de la Nueva España, de Bernardino de Sahagún, y un libro de nuestro tiempo pero concerniente a ese primer momento de ruina y edificación que es Visión de los vencidos, de Miguel León Portilla, entre otros. En mi caso, entre más me aproximo en el estudio y la reflexión, me acerco la idea de que la caída de México Tenochtitlán se trató de una invasión, una destrucción y una imposición violenta.
El tercer evento, la consumación de la independencia de México en 1821, amerita la necesaria reconsideración y revalorización de la figura de Agustín de Iturbide. Porque resulta contradictorio festinar el 28 de septiembre como el día en que se firma el Acta de Independencia (el 27 había entrado el Ejercito Trigarante por el Arco del Triunfo, frente a la iglesia de San Francisco en la hoy Calle Madero, para llegar a la Plaza de Armas, hoy Plaza de la República o Zócalo), y al mismo tiempo negar los méritos del primer firmante, Iturbide. Un personaje denostado, ninguneado, ignorado por la oficialidad desde finales del siglo XIX, cuando se sabe que durante ese siglo se dio un debate y una lucha, de acuerdo a los vaivenes del poder, por oficializar y/o reconocer a un “padre” de la patria. La batalla entre los seguidores de Hidalgo e Iturbide (y terciando, Santa Anna) no terminó con el asesinato de este en 1824, continuó por décadas hasta su defenestración y el ensalzamiento de Hidalgo.
A este apasionante debate se puede entrar mediante un ensayo precioso de Edmundo O’Gorman, Hidalgo en la historia (debió llamarse Hidalgo e Iturbide en la historia), que significó el discurso de recepción del historiador en la Academia Mexicana de la Historia el 3 de septiembre de 1964. Documento fundamental para apreciar el papel y los méritos tanto de Hidalgo como de Iturbide, y que tiene una función de resonancia para nuestros días.
Aquí, mi videocolumna sobre estos tres temas que estarán presentes durante todo el 2021: