Artística y simbólicamente, la obra Nimble and sinister tricks (To be preserved out scandal and corruption) I, del arquitecto Gabriel Rico, no vale ni tres pesos. Pragmáticamente, vale sólo el costo del vidrio hecho trizas en la Zona Maco de “arte” contemporáneo, la mano de obra para montarla y el flete para transportar su fragilidad. Así que Avelina Lésper, la causante voluntaria o involuntaria del estropicio, tendría que hacer una de dos cosas, pagar el vidrio o rehacer la pieza destrozada. Y sólo el vidrio, porque los otros componentes, las dos pelotas, la pluma, una rama seca tronchada y el marco, quedaron intactos.
Lésper ha venido ganando presencia en los medios por su dura posición contra los engaños del llamado arte contemporáneo, sus críticas han merecido el aplauso de sus seguidores, su arrogancia y provocación le han propiciado tanto amantes como detractores. Es decir, se ha convertido en una persona polémica; o en términos de su profesión, una crítica de arte de cuidado. Su premisa es básica: no permitir que a cualquier chatarra, cualquier embuste se le llame arte. Y a partir de allí dos cosas más: 1. Escribe contra ese arte-chatarra. 2. Milita contra ese arte-chatarra. Por otro lado, hay que decirlo, este tipo de postura no tiene nada de novedosa. La crítica a la simulación y el engaño en el arte tiene decenios; Lésper lo capitaliza de manera bastante tardía en México.
Conozco algunas de las exhibiciones críticas de Lésper, escritas o en video, con las cuales estoy de acuerdo, las he observado con simpatía (pese a que cierto lenguaje, gestualidad o un aparente hermetismo de su parte nos pudieran repeler), me he anticipado a algunas de ellas incluso. El saldo en términos de la crítica visual, le resulta positivo. Algunos ejemplos recientes.
1. Su crítica a Gabriel Orozco, coordinador del proyecto artístico, cultural y ambiental del Bosque de Chapultepec, es válida, pues como he establecido, su reputación de “artista contemporáneo de vanguardia” le viene de haber presentado como obra personalísima de arte una caja de zapatos vacía en el Museo de Arte Moderno en Nueva York y, antes, en el Palacio de Cristal de Madrid, el Museo Tamayo en Ciudad de México y en la Bienal de Venecia; un típico caso de “tomadura de pelo”, como señala Lésper.
2. Lésper secundó las críticas a la mediocridad del cuadro del “Zapata homosexual” expuesto en Bellas Artes en “homenaje” al luchador mexicano. Crítica que el autor, con el apoyo de la institución y la “comunidad gay”, quisieron hacer pasar por censura homofóbica. Nada más lejano. La crítica fue hecha a la mediocridad de la obra y a la irresponsabilidad institucional.
3. La crítica de Lésper al cuadro de Rico es también válida y entra en ese cuerpo de los timadores del “arte contemporáneo”.
El problema con el “accidente” en Zona Maco no tiene que ver con la crítica de Lésper y su postura frente al tipo de productos como el destruido. Pero sí tiene que ver con su militancia contra ese tipo de producto. La crítica está en todo su derecho de escribir y despotricar contra cualquier obra y autor, pero no tiene el derecho de ir a provocar a una galería y, como en este caso, generar la destrucción de un objeto porque se pretende artístico. Utilizar una lata de coca cola y colocarla sobre uno de los elementos del producto, la piedra, hizo colapsar la fragilidad. Ella argumenta que no logró tocar la pieza, que se trató de “un acto fantasmal”, pero acaso ya bastaba con la proximidad, la intención y aun el aliento cargado de inquina de Lésper. Sin duda, es responsable –la galería la ha acusado justamente de falta de profesionalismo-, y como se dijo al principio, tiene que reparar o pagar el material, mas no los 20 mil dólares en que se ha tasado la pieza.
A raíz del evento, Avelina Lésper ha traído a colación El Gran Vidrio, de Marcel Duchamp, y otras obras que, dada su naturaleza, han sido destruidas o deshechas. Este relato, más que ayudar perjudica, pues la fama “espontánea” ganada por la pieza rota da incluso para especular si no ha existido aquí un acuerdo con el autor para obtener notoriedad y proyección; traducida al español, podría ser causa de delación Trucos ágiles y siniestros (para preservar el escándalo y la corrupción) I. Lo cierto es que no quisiera ver a esta chica en las galerías europeas armada con un marro o martillo; terminaría en prisión.
El asunto Wozzeck
Y salvo la violencia y la destrucción, todo puede estar bien en relación a la opinión de la crítica de arte en cuestión y aun comparto, como he dicho, algunos de sus criterios. Pero como a muchos profesionales de la música, el teatro y la literatura, lo que me ha asombrado es la opinión de Lésper sobre una gran obra maestra del arte, la ópera Wozzeck del compositor Alban Berg. La ha descalificado como “Tortura atonal” (Milenio; 22-01-20). Cualquier persona racional, razonable y razonante no ha dejado de terminar con los ojos cuadrados y el cerebro perplejo después de leer su opinión, su juicio, su descalificación en Milenio a uno de los compositores, cuando menos, más profesionales, más formados que puedan existir en el siglo XX al grado de que a muchos, como a Lésper, les sigue pareciendo complejo de entender en el XXI.
Colocar en el mismo tacho de basura a los que acusa de “tomadores de pelo” del arte contemporáneo y las obras de Berg (también descalifica su ópera Lulú), ha sido un exceso de libertad de la ignorancia, la sordera y la irracionalidad. Inconcebible, inaudito, pasmoso. Alguien que se precia muy elevadamente de sí, que con arrogancia y razón descalifica el arte chatarra, que aparece en medios compartiendo su opinión, ¡ha publicado, ha dejado por escrito para la vergüenza presente y futura su analfabetismo y anacronismo musical y dramático! Sí, una verdadera vergüenza para ella y para el medio en que publica.
La señora fue a ver al Auditorio Nacional la puesta en escena, del Metropolitan de Nueva York, de la ópera de Berg. Y califica a la música llamada “contemporánea” (aunque Wozzeck es de 1925), de “cerebral”, de una suerte de libertinaje de “otros sonidos” frente al mundo de la tonalidad, como un “aburrimiento [que] llegó como el castigo de escuchar”. Y acusa de pedante a Berg: “La gran vanidad del compositor de someternos a su teoría musical para demostrar que podía ignorar la esencia humana y pasar sobre ella como la destrucción de un arma de guerra, en contra de la anécdota, de los personajes y de la real utilización del sonido, de ese inasible elemento que es capaz de transportar una idea hasta lo más profundo de nuestro cerebro” (¿“real utilización del sonido”?; ¿qué tal “Las mañanitas” como ese profundo transporte al cerebro?).
Por último, dice que ha ido a ver Wozzeck y Lulú sólo por los montajes de William Kentridge, tan “impactante y potente”, “que se tragan la partitura y la utilizan como música incidental, como un fondo que en momentos llega a ser irrelevante”. No confiesa Lésper si la tortura a sus tonales orejas le permitió echarse un sueñito o alguna cabeceada durante la función para soñar en más mundos creados por Kentridge para ella con música celestial.
Avelina carece de elementos para juzgar Wozzeck; de allí su opinión. Pero algunas de las pocas cosas que tendría que saber son, 1. La extraordinaria formación musical de Berg; no se trata de un diseñador o artista plástico improvisado y pasado de listo como los que ella desprecia. 2. La última gran ópera considerada “melódica” o tonal es Turandot, de Puccini, estrenada en 1924, un año antes que Wozzeck. 3. La ópera moderna se escindió de su pasado musical al eliminar estructuras musicales formales y fluir como un continuo donde lo que importa es el drama humano (cosa que no alcanza a ver o comprender la crítica de arte de Milenio). 4. Wozzeck y Lulú son dos de los ejemplos cumbres de ese nuevo universo de la creación y la composición operística que ya no recurre a la melodía fácil para que “oídos tonales” como los de Lésper tarareen. 5. Por si fuera poco, Berg estructura su obra en reconocibles pero modificados estilos del pasado para las distintas escenas. Al revisar la partitura, al ver la obra, se distinguen. Como no tengo la partitura en mano, Tryno Maldonado describe la maestría de Berg para Lésper: El magistral trabajo queda claro desde “el primer acto, donde recurre Berg, en sendas escenas, a cinco diferentes piezas (una suite, una rapsodia, una marcha militar y canción de cuna, una passacaglia y un rondó) para presentar a cada uno de los personajes de la obra. El segundo acto, en cambio, está delineado como una sinfonía en cinco movimientos (un movimiento en forma de sonata, una fantasía y fuga, un largo, un scherzo y un rondó). El poderoso tercer acto, donde Wozzeck signa la catástrofe y que es, quizá, el summum de toda la historia operística hasta esa fecha, se escinde en cinco diferentes invenciones, cada una basada en un elemento musical independiente desarrollado con maestría, todas de particular ingenio (un tema, una sola nota, un patrón rítmico, un acorde a seis voces y el valor de una sola nota)”. (“A ochenta años del estreno de Wozzeck”; Letras Libres, 31-12-05). 6. Y por si faltara, Berg recurre como una constante al leitmotiv wagneriano, que bastante melodía incorpora al tratarse de una reiteración obstinada. 7. Como ha establecido Leonard Bernstein al referirse a los críticos de la música “no melódica” (los que como Lésper consideran “unmelodic”), basta un intervalo de dos notas –tan mínimo o tan amplio como se quiera- para tener melodía; grandes piezas se han desarrollado a partir de esos dos tonos; y aun hay melodía en una sola nota, basta con la imaginación y oído.
Puedo afirmar todo lo anterior no sólo desde la apreciación, la observación y la audición, pues he visto Lulú en el Metropolitan de Nueva York y producciones distintas de Wozzeck. En relación a esta última, se ha puesto en escena en Bellas Artes en dos ocasiones. En 1966 con la Sinfónica Nacional, “Las reseñas en los diarios de la época, no obstante, dan testimonio de la desaprobación que un conservador, esnob y escandalizado público mexicano mostró ante la obra, abandonando algunos la sala durante la función” (parientes críticos de Lésper, claro; la cita en el texto de Maldonado), y en octubre del 2000, producción que disfruté desde sus entrañas con Ópera de Bellas Artes, pues como cantante interpreté tres de los personajes de la obra. Experiencia tan extraordinaria y casi embriagadora en lo musical y dramático que no me lleva sino a lamentar la desventurada experiencia de Avelina.
De vuelta a la Zona Maco
El título original de este texto era “Los aciertos críticos en el ‘arte’, y la asombrosa y dramática ignorancia musical de Avelina Lésper”. Decidí cambiarlo por parecerme más conveniente que Avelina -con la responsabilidad que ha contraído por su crítica y militancia pero sin olvidar sus tiernos oídos tonales-, si no paga el producto de su error destructivo, reconstruya la pieza destrozada mientras sus fans le tocan una melódica canción interpretada por la Sonora Santanera (“Vuelve al cabaret donde te encontré bailando” o “El orangután y la orangutana”; una de esas cualquiera). Mayor placer no podría concebir Avelina; todo un “Performance” o “Happening”. Y que MilenioTv filme y lo suba a su canal de youtube, por favor. Gracias.