La Fundación John Reed, en memoria del periodista estadounidense que narrara las dos primeras revoluciones del siglo XX, la mexicana y la rusa, está constituida por “una suma de movimientos populares, maestros y estudiantes normalistas,… [integrada] por diferentes instituciones de educación superior públicas y privadas, entre estas las universidades agrarias Antonio Narro y Chapingo” (Proceso; 08-01-15), y forma parte del Proyecto Cultural Revueltas de la Comarca Lagunera que, entre otras cosas, tiene un interesante e importante programa de promoción de la lectura.
La Fundación entrega desde 2012 una presea que ha ido confirmando su valor debido tanto al procedimiento colectivo para otorgarla como al prestigio de los personajes que han sido galardonados: Carmen Aristegui (2012), Julio Scherer (2013), Elena Poniatowska (2014) y Lorenzo Meyer (2015). Todos poseedores de una reputación intachable dentro del ejercicio del periodismo.
En consecuencia, para la presea 2016 a la Trayectoria Periodística pocos periodistas activos podrían haber tenido los méritos de Julio Hernández López, creador de la columna Astillero, en La Jornada. Este fue el comunicado de la Fundación explicando su determinación:
“El Proyecto Cultural Revueltas de la Comarca Lagunera, a través de su Fundación ‘John Reed’ en México, coaligando con honorables instituciones de nivel superior y con organismos ciudadanos del Norte-Centro, comunican a la ciudadanía: que debido a la profundidad, el valor y la fuerza que aporta con su fino estilo literario, honestamente, en favor de la sociedad mexicana esa línea ensayista del señor Julio Hernández López – ‘Astillero’- se ha determinado entregarle nuestra Presea “John Reed” a la Trayectoria Periodística por el año 2016.” (Tomado del muro del Facebook de Julio Hernández; 21-12-16).
Julio Hernández y Astillero, que está por cumplir 20 años en mayo próximo (titulada así tras la lectura de la novela del cáustico escritor uruguayo Juan Carlos Onetti: “hace veinte años me pareció que México era lo que se narraba en esa novela: una historia del autoengaño, la historia de un pueblo que fue próspero pero que fue entrando en declive […] jugaban a fingir que había una realidad, jugaban a fingir que había un país, hace veinte años me pareció que seguíamos jugando con la farsa de los partidos, de la democracia, de las promesas que los políticos hacen a sabiendas que no van a cumplir”; diría Hernández al recibir el reconocimiento en el bello teatro Isauro Martínez, de Torreón), son un ejemplo, un modelo de disciplina, veracidad y aun de estilo para el periodismo y los periodistas en México. Resulta indispensable leerlo a diario no sólo para contrastar con la opinión de otros historiadores de lo inmediato (como diría Renato Leduc), también para encontrar auxilio en el esclarecimiento de las añagazas de la vida política y para orientar interpretaciones y opiniones. Es tan sólida su presencia en la descripción y análisis de la vida del país, que a veces pareciera que incluso estimulara la agenda de temas (por otra parte, hay que subrayar su intensa actividad en redes sociales, Twitter, Facebook y Periscope, que son una importante extensión de su pluma crítica).
Hace algún tiempo escribí sobre su periodismo: “Desde hace varios años, Julio Hernández se ha convertido en uno de los periodistas imprescindibles y confiables en la crónica y análisis político de esa realidad mexicana incontrovertible. Y al momento del tratamiento e independientemente de su preferencia ideológica, lo mismo da que el personaje o grupo visto en su columna sea de izquierda o derecha. Todos pasan, en una suerte de estilo circular (porque aspira a cubrir la totalidad de temas importantes), por el ojo de la crítica teniendo como referente la realidad vigente del país y sus antecedentes históricos.
“No es lo mismo leer a un periodista formal ‘estrella’ de El Universal o Milenio, que leer a Julio. La diferencia es abismal en cuanto a la narración de la realidad y su interpretación. Los primeros, que se pretenden objetivos, usualmente no son más que partícipes del sistema y los regímenes vigentes en los respectivos momentos. Pero incluso al nivel de las ‘estrellas’, cuando Julio Hernández fue invitado a participar en debates en Televisa, brilló más aún que las propias figuras de la empresa. Allí confirmó masivamente su talento y aun sentido del humor” (“Julio Hernández y la encomiable acción de un periodista”; SDPnoticias, 11-01-14).
El columnista visitó El Siglo de Torreón y dio una buena entrevista en la que dijo valorar la presea “con mucho cariño tanto por lo que significa el periodismo de John Reed, un estadounidense que sí amó a México, que se defendió y entendió lo que estaba sucediendo en México… y por lo que significa La Laguna, que es mi tierra natal”. No obstante, lo más interesante resulta su interpretación del momento crítico actual bajo una perspectiva histórica en la cual ve un fin de ciclo.
Contrario a muchos analistas y críticos de izquierda que han atribuido todos los males presentes a la instauración del neoliberalismo económico (y en consecuencia, político) con Salinas de Gortari, Hernández considera que el estado crítico actual -en el que se enseñorea la corrupción a todos los niveles, una corrupción en realidad institucionalizada- encuentra su origen en la imposición de López Portillo en 1977, vía el presidente del PRI por entonces, Jesús Reyes Heroles, de una reforma política que significó la dádiva, el reparto de migajas y rebanadas de pastel a partidos y políticos, lo cual tendría como consecuencia inmediata el aflojamiento o debilitamiento de la verdadera oposición y crearía el sistema estructural de corrupción que hoy padecemos. Por eso, después de 40 años, habla de “Un fin de ciclo político en el cual durante mucho tiempo los factores de poder pudieron mantener el control político, económico, cultural, mediático, mediante sistemas relativamente incruentos.”.
Para unir ambas interpretaciones, acaso haya que considerar que el sistema de corrupción estructural impuesto por López Portillo encontró mayor aliento con la instauración del neoliberalismo al mando de Salinas de Gortari, pues el proceso privatizador iniciado entonces abrió paso al negocio, la transa-acción, el despojo brutal de los recursos de la nación a mano de los políticos y los hombres de supuesta empresa o “traficantes de influencia”, como se les ha llamado. Y he aquí que, 40 años después, el fracaso económico, político y social de México es en extremo grave. Sin embargo, la resistencia al cambio hablaría de la fortaleza de la estructura de la corrupción; de lo difícil y complejo que será erradicarla.
Y aunque he criticado a Julio por lo que he considerado cierto pesimismo en su perspectiva, por ver escasa luz en ella, entiendo su origen, pues yo mismo la he compartido. En la siguiente cita percibo sí, el escéptico diagnóstico, pero también, al fin, la reducida y ardua ruta para un cambio; para un poco de horizonte, de luz: No obstante “que hay una especie de tendencia sombría siniestra [contra] la sociedad mexicana, con riesgo de violencia política”, donde “las pocas expresiones cívicas de lucha y de cambio, normalmente son aplastadas para que la gente abomine la política, para que la gente prefiera reírse, hacer burlas en las redes sociales, en los ‘memes’,… los ciudadanos tienen que entender que este México no va a cambiar si no es con una lucha fuerte, sacrificada, de todos los ciudadanos.” (El Siglo de Torreón; 27-03-17).
P.d. Enhorabuena, Julio Hernández.