La Historia nos lleva a la encrucijada: seguir siendo las naciones oprimidas del Sur o ser los pueblos dignos del Sur. La dignidad colectiva no se conquista con la paciencia neoliberal ni con la resignación de nuestro estatus de regiones marginadas del mundo.
La dignidad de cada uno de los pueblos originarios, la de las ciudades, la de bloques de estudiantes combativos, la de mujeres indignadas y organizadas, la del campesinado trabajador y comprometido con la tierra, la de cuadrillas de obreros infatigables, la de poblaciones y poblaciones empobrecidas, sumergidas en el olvido por los que se creen superiores por gozar de privilegios inmerecidos, esa dignidad es una y la misma: no se cambia, no muta, no es moneda para negociar, no se vende y no se pierde. A veces, tenemos que recordarles que existe. A veces una vela no basta para iluminar esta realidad y se tiene que encender fuego en las calles para anunciar el camino hacia la libertad. Brillantes recordatorios de la dignidad que habrá de defenderse hasta con la muerte física.
El camino hacia la nueva liberación de los pueblos del Sur (América Latina y África) tiene un punto de no retorno: No es posible volver a prácticas del pasado, a tolerar la desaparición, la prohibición para disentir o para expresar con libertad lo que contienen los corazones y las mentes, la opresión y los proyectos que anteponen el consumo a la vida. Ni un paso atrás. Generaciones que sacrificaron todo nos contemplan, regresar sería aceptar que una visión del mundo será impuesta y que esta visión solamente puede existir con la aniquilación de la vida, la naturaleza y la humanidad.
América Latina se ha levantado. El Sur del mundo clama por su lucha. Es quizá la última oportunidad de preservar el presente para garantizar un provisional futuro. No permitan que vuelva la serpiente de la dictadura, cuya silueta comienza a cernirse sobre el mundo. No teman por los medios que venden mentiras y llaman “violentas protestas” y no adjetivan la acción salvaje e inhumana de las autoridades. El pueblo sabe siempre de qué lado está la verdad y en dónde se esconde la justicia para quienes no gozan de privilegios económicos. La América también sabe cuando se le intenta boicotear y cuándo se organizan para condenar lo que, convenientemente, no apoya intereses ocultos corporativos o comerciales de unos cuantos oligarcas.
Sigue la lucha, Chile, porque en tu sangre va Lautaro, Caupolicán y Allende, orgullosos, irrestrictos, eternos. Sigue la lucha, Chile, porque son la esperanza de una América Latina brillante, quizá incendiaria, pero digna.