Parece una maldición, un embrujo, un mal de ojo que desde 1994 viene perjudicando a la selección nacional de futbol en los campeonatos mundiales, entristeciendo a la incomparable afición mexicana. Simplemente no pueden pasar de octavos de final; únicamente en los mundiales de 1970 y 1986 se ha avanzado a cuartos de final. El domingo pasado sucedió de nuevo: en los fatídicos cinco últimos minutos los jugadores mexicanos dilapidaron su ventaja mínima y se dejaron empatar y eliminar –con un pésimo arbitraje, vale decir- por la “Naranja Mecánica”, que había sido dominada desde el inicio del partido hasta el gol de Giovanni Dos Santos, por la estrategia, táctica, empuje, coraje y fuelle del TRI.

El soberbio gol de Gio tuvo, al parecer, un efecto contrario al esperado en el entrenador nacional, Miguel “Piojo” Herrera: en vez de conservar sin cambios el equipo, o poner a un centro delantero más fresco en sustitución de Oribe Peralta, el seleccionador nacional optó por sacar del campo al artífice del gol mexicano, Dos Santos, y meter al mediocampo a Javier Aquino,  optando por una postura más defensiva en vez de buscar ambiciosamente el segundo gol y rematar a los holandeses. Cabe recordar que Aquino fue el último jugador que se unió a la selección nacional, por la lesión del “Chapito” Montes, y no había sido uno de los cambios habituales de Miguel Herrera, -tal como sí había sido la inclusión de Marco Fabián por Andrés Guardado- por lo que esta actitud y estrategia defensiva no puede sino causar extrañeza, más viniendo de un entrenador que siempre busca el ataque, como Herrera.

¡Qué diferencia con los cambios que realizó el “Piojo” ante Brasil, metiendo a Fabián y a Raúl Jiménez para buscar la victoria a toda costa en los minutos finales!

Pero no es la primera vez que los seleccionadores nacionales se equivocan fatalmente en los cambios, en los partidos importantes: ya al timorato, Miguel Mejía Barón, le faltó valor para meter al pentapichichi, Hugo Sánchez, en los tiempos extra contra Bulgaria en el Mundial del 94; Manuel Lapuente tuvo la ocurrencia de meter a Raúl Rodrigo Lara –medio de contención natural y de poca estatura- como zaguero central ante Alemania, quien cometió dos brutales errores de marca ante los imponentes delanteros alemanes, sepultando las esperanzas de pasar a cuartos de final en Francia 98; Javier Aguirre se empeñó en que, el “Conejo” Pérez, fuera titular en los mundiales de 2002 y 2010 habiendo mejores porteros, además de ¡meter al Bofo Bautista! contra Argentina en Sudáfrica y relegar al “Chicharito” en la banca, justo en su mejor momento. Quizá el único entrenador que se salva de esta crítica es el argentino, Ricardo Antonio Lavolpe, cuya selección mexicana, dirigida por él en Alemania 2006, solo pudo ser derrotada por una genialidad de Maxi Rodríguez.

 Cabe hacernos la pregunta: ¿qué pasa con los jugadores y entrenadores mexicanos en los momentos clave? La mil veces mencionada falta de mentalidad ganadora puede ser un argumento válido, aunque varios de los jugadores de la selección mexicana han sido campeones mundiales sub17 y olímpicos; también podríamos aludir  la falta de ambición e inexperiencia en los cuerpos técnicos. Pareciera que les da miedo trascender y triunfar.

Pero si queremos ir a la raíz del porqué el futbol mexicano no despega, por qué a pesar de tener una liga profesional de una calidad aceptable y miles de jugadores de excelente nivel en todo México, no podemos llegar al Olimpo del futbol mundial, además del factor psicológico, debemos buscar las causas en el efecto nocivo de Televisa y TV Azteca, empresas propietarias de varios equipos de la primera división y que manejan comercialmente a la selección mexicana, obligándola a jugar partidos amistosos inútiles en Estados Unidos en vez de hacer giras en Europa y Sudamérica; en el exceso de extranjeros y naturalizados en las plantillas de los equipos de la liga MX y de la división de ascenso; en el formato del campeonato mexicano, que privilegia la mediocridad en vez de que alce la copa el equipo que más puntos consiga al final de la temporada, como en Europa; al hecho de que a los futbolistas mexicanos se les pague sueldos altísimos, con lo que se instalan en una zona de confort y no buscan arriesgarse a brincar a las ligas europeas o sudamericanas; a la falta de fogueo internacional y preparación rigurosa de los entrenadores, etc.

¿Puede algún día el futbol mexicano dar el salto de calidad que lo lleve a las semifinales o incluso a aspirar a ganar el campeonato mundial? Sí: ya se trabaja muy bien en las divisiones inferiores de los equipos de primera división; ya se han ganado dos campeonatos mundiales sub17 -aunque luego estos jóvenes promesas son relegados a la banca en sus respectivos equipos-; ya se ganó el oro olímpico en Londres 2012; ya se ganó la Copa Confederaciones de 1999. Todo lo anterior promete y da esperanza, pero falta el cambio estructural que tiene que ver con los dirigentes: mientras privilegien el negocio en detrimento del desarrollo deportivo, el futbol mexicano nunca avanzará.