El filósofo Peter Sloterdijk considera una relación directa entre forma y vida. Las formas que él encuentra siempre tienen forma esférica: el huevo, el mundo, la burbuja, la espuma y los globos. Parece un regreso a los pensadores naturalistas: “Somos aire”, “Somos fuego” o a las campañas de salud pública: “Somos agua”. Sin ingenuidad, el huevo es un modelo de vida. De esa forma se gestan y nacen algunos animales, de un proceso similar se produce el alimento que ingerimos en los acostumbrados desayunos occidentales. 

Desde el profundo poema al huevo (Andrea Alzati) o el glorioso símil con la frágil masculinidad (Priscila Palomares), queda claro que es un objeto circundante de la existencia. No es obvia la existencia del huevo en un mundo que, de agenda progresista, incluso ha renunciado a su producción y comercialización debido al maltrato que reciben los animales. Mientras tanto, millones de huevos siguen siendo expulsados de un organismo vivo y otro buen porcentaje de la población les engulle de maneras tan ilimitadas como la imaginación gastronómica permita. 

El huevo es medida de lo minúsculo, de lo compacto que obliga a la cercanía entre cuerpos: “Mi departamento es un huevo” equivale a “Mi departamento es pequeño”. Incluso puede ser empleado de manera peyorativa: “Aquel bar es un huevito”. Paradójicamente para referirnos a una persona con arrojo, lo genitalizamos y decimos: “Tienes unos huevotes” o simplemente: “Tienes muchos huevos”. Porque, de alguna forma extraña, en mi cultura los genitales dotan de poderes especiales a los varones. Pero hay una línea delgada entre tener muchos huevos y ser un huevón (en México es sinónimo de perezoso). Tener huevos es tener valentía, pero tener hueva significa un estadio avanzado del cansancio y eso te hace un huevón. En el medio de esta disputa ideológica y su nula relación con el cuerpo humano, aparece una seña que se hace pegando las yemas de los dedos y mostrando la palma de la mano a quien se pretenda ofender, simultáneamente puedes decir la palabra “huevos”. Es una forma, poco sutil, de decir dos cosas: 1) Quizá tengo artritis y 2) No me agradas; es un insulto desgarrador (por aquello de la posición de garra que adquiere la mano).

El tema no ha sido ajeno a la literatura: Esopo con la fábula de una gallina que daba huevos de oro. Balzac hablaba de la forma en la que se cocinaban y hasta el precio al que podían llegar ciertos huevos. Bulgákov en “Los huevos fatídicos” los centraliza como un protagonista silencioso. “Senos y huevos” de Kawakami Mieko, curiosamente los menciona poco. El cuento infantil de “Los huevos verdes con jamón” de Dr. Seuss, sin duda retoma la insistencia frente a lo distinto y usa a los huevos como pretexto. Cervantes habla varias veces de huevos en “Don Quijote” (sería útil que alguien pudiera investigar a profundidad las veces que los huevos aparecen mencionados, de manera metafórica y culinaria). 

Es todo. Solo quería escribir sobre los huevos.