A juicio de su escribidor, son cuatro palabras que describen el contexto en el que comienza el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Lo fundamental es lo primero, el cambio de régimen, de las reglas del juego, de los paradigmas que regían el comportamiento de las élites del sistema político y, sobre todo, de la relación que el gobierno acostumbraba tener con los principales agentes económicos y con eso que acostumbramos llamar “los mercados”.
Y se lo escribo así, en tiempo pretérito, porque es lo primero que tenemos que entender, que todas las reglas que conocíamos y utilizábamos para entender y evaluar al gobierno, aparentemente ya no existen, y se supone que ya no existirán más.
Es un nuevo régimen, un nuevo modelo que muchos desconocemos, pues quienes hoy tenemos menos de 50 años de edad, nunca hemos visto en acción a un gobierno de izquierda en México. Y para fines prácticos, los de mayor edad ya tampoco saben cómo resultará este nuevo esquema, pues ha pasado demasiado tiempo, ya es otro mundo.
Los cambios generan resistencia, mucha resistencia, es algo natural, es condición humana. Así, a muchos nos genera inquietud conocer las nuevas políticas que viene anunciando y materializando el gobierno morenista, pues algunas suenan adversas y otras desconocidas. Sin embargo, nos toca a todos darle el beneficio de la duda, pues además de inevitable, creo que es absolutamente justo, pues es producto de un triunfo arrasador, apoyado por la gran mayoría de los electores.
El presidente López Obrador está en todo su derecho de implementar nuevas políticas públicas, de romper prototipos, y de ser avezado en todo lo que juzgue conveniente para su proyecto de nación. Es su privilegio, ahora le toca gobernar, y claro, será también su responsabilidad a futuro.
Sin embargo, a la par de lo justo que es intentar implementar su proyecto, hemos visto una gran ola de incertidumbre en los últimos sesenta días, principalmente en los temas económicos y financieros, misma que ya también nos permitió conocer, cuáles son las principales debilidades del novel gobierno: la soberbia y la intolerancia, el desprecio por todo lo que no sea idea de ellos.
Le decía que la incertidumbre es natural, pero, una cosa es la resistencia por el cambio de régimen y/o la pérdida de privilegios en ciertos sectores, y otra el desasosiego generado por la impericia y el desinterés del nuevo gobierno. Ya se han presentado problemas importantes en estas últimas semanas, y su reacción ha sido para menospreciarlos o, en el mejor de los casos, mostrarse incapaces de entenderlos y de resolverlos.
En un resumen rapidísimo, en los últimos 60 días, el tipo de cambio se depreció más de 10%; la bolsa de valores tuvo su peor caída en los últimos cinco años; el riesgo país se incrementó por encima del 12%; las expectativas de crecimiento económico para México se redujeron; y las expectativas de reducción de la inflación se desaceleraron. Son señales de alerta por todos lados.
Y todo esto no sucedió porque el nuevo gobierno planee hacer cambios, ni porque haya tomado decisiones trascendentales (salvo lo del aeropuerto), sino porque la soberbia del triunfo los tiene obnubilados, y así, aconsejados por la soberbia que brinda la mayoría parlamentaria, decidieron cambiar el instrumento esencial de operación política y económica: sustituyeron el bisturí por el machete.
Y le escribo lo de la soberbia y la impericia, porque la decisión de utilizar el machete no la tomaron por necesidad, sino simplemente porque así se les pegó la gana. ¿O será que también están un tanto resentidos y hasta acomplejados por haber pasado tantas décadas en la oposición? Como sea, eso de correr más rápido que el balón nunca ha sido exitoso para ningún gobierno en el mundo.
Es cierto que el deterioro de los indicadores económicos y financieros descrito, todavía no configura una crisis, ni está cerca de hacerlo. También es cierto que mucho de ese deterioro se debe a reacciones exageradas, precisamente por la soberbia e impericia para operar y comunicar las cosas por parte del nuevo equipo, pero, igual de cierto es que si las cosas continúan así, en efecto pudiéramos llegar a una crisis relevante en los próximos meses.
¿Se imagina usted, que después de ganar como ganaron, y de tener todo a sus pies para implementar grandes e importantes cambios, vayan a terminar con el gobierno y el país todos averiados a la vuelta de 12 meses? ¡Qué desperdicio sería! Ojalá que enderecen el camino.
Bienvenidos los cambios, pues nos toca aprender a vivir en un nuevo modelo. La incertidumbre es natural e inevitable. La impericia es hasta cierto punto entendible, pues no existe nuevo gobierno sin curva de aprendizaje. Pero con la soberbia del triunfo sí hay que tener cuidado, porque usualmente, cuando te percatas de ella, es porque ya fue demasiado tarde. Al tiempo.
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