De los tres estados que van a elegir gobernador en 2017, Estado de México, Nayarit y Coahuila, sólo este último parece haber preconfigurado un escenario sólido para generar una candidatura independiente, capaz de darle a los ciudadanos la posibilidad de romper el monopolio de la competencia política que mantienen los partidos tradicionales y construir una vía más representativa y cercana a sus intereses.

En Estado de México y en Nayarit, la elección va a ser una historia conocida. La de partidos políticos con una muy baja credibilidad ciudadana, con una plataforma ideológica del siglo pasado, una imagen desgastada lo mismo por el ejercicio del poder que por el propio discurso de oposición, que van solos, o aliados, a disputar el poder en comicios que resultan casi siempre con una muy escasa participación de los electores, que no se sienten representados por ninguno.

Todo apunta que no ocurrirá así en Coahuila, donde acaba de renunciar al PRI el diputado federal Javier Guerrero, y ha iniciado los trámites ante el órgano electoral local para estar en las boletas de la elección, como candidato independiente.

Hay varios factores que deben tomarse en cuenta para evaluar las posibilidades de que un independiente irrumpa en la escena, y de la mano de la sociedad, como ocurrió en Nuevo León, rompa con un sistema controlado por las estructuras y las burocracias de los partidos. En primerísimo lugar, el rechazo de la gente hacia esos partidos políticos; en segundo, la identificación con la figura del independiente como un candidato más cercano a los ciudadanos, y en tercera, el perfil personal del que aspira a ser el sujeto que convoque a la rebelión cívica.

Los tres elementos coexisten en Coahuila, con un gobierno desacreditado por la falta de resultados en temas sensibles como la seguridad y la economía, por las sospechas de corrupción y por representar un modelo caciquil que se ha extendido por dos sexenios y que aspira a uno más, el de los hermanos Humberto y Rubén Moreira.

Agréguese que los principales aspirantes, del PRI, el alcalde de Torreón, Miguel Angel Riquelme  y al del PAN, Guillermo “Memo” Anaya, corren sobre el mismo eje político que es rechazado en las encuestas, el de la continuidad, pues representan uno el plan A y otro el plan B de los hermanos Moreira. Es decir, cualquiera de los dos que gane, en realidad gana un proyecto político que como pocos en la historia del país, ha impuesto su voluntad en su partido y en el principal partido de oposición.

Para nadie en Coahuila es un secreto la franca subordinación que mantiene el que se prefigura como candidato de línea del PAN con el gobernador Ruben Moreira. Ocurre, vaya paradoja, en perjuicio del blanquiazul, que tiene en el senador Luis Fernando Salazar a una figura joven, con discurso y una mejor imagen, pero que discursivamente y en los hechos, ha sido uno de los más duros críticos de la familia que gobierna esa entidad, y eso que debería ser su principal fortaleza para captar el voto de una mayoría que quiere alternancia, resulta su peor debilidad.

La buena noticia es que la vía de la alternancia que aprecia en el horizonte el ciudadano coahuilense, tiene otra puerta de tránsito y ésta resulta mucha más promisoria y más ancha, como para construir un proyecto inclusivo con todas las fuerzas y actores que quieran sumarse contra el cacicazgo enraizado en Coahuila. Me refiero por supuesto a la buena imagen que según todas las encuestas, existe en la entidad en torno a una candidatura independiente.

Es entonces cuando entra la imagen y la trayectoria de quien ya alzó la mano para decir que va a inscribirse como independiente en la elección del próximo 4 de junio, Javier Guerrero, un político de esos que resultan “ave raris” dentro del PRI, pues a pesar de haber sido alcalde, Secretario de Finanzas estatal y cuatro veces diputado federal, tiene una evaluación bastante positiva entre los ciudadanos y de hecho, era el segundo mejor visto para obtener la candidatura del PRI.

Seguramente es su origen, pues proviene de una familia en la que uno de sus hermanos tuvo que renunciar a la posibilidad de obtener estudios, para darle el paso a él habida cuenta de la escases de recursos en casa; también, que se identificó desde joven con los problemas sociales y políticos que antes enarbolaba el PRI en las regiones, muy en el discurso de “el partido en todo lugar y en todo el tiempo” de Luis Donaldo Colosio, con quien trabajó e hizo equipo.

El caso es que Javier Guerrero, después de tomar una de las decisiones más difìciles de un político, se encuentra frente a la gran oportunidad de su vida: encarnar y canalizar esa fuerza disruptiva de la sociedad coahuilense, que se opone a la continuidad porque quiere el cambio y la alternancia, como ha ocurrido en los estados vecinos de Nuevo León, Tamaulipas y Chihuahua.

Que un estado como Coahuila se dé la oportunidad de conocer una propuesta que de origen se asuma representativa de los ciudadanos, frente a la inamovilidad y la obsolesencia ideológica y pragmática de los partidos, es sin duda, un triunfo para la democracia.