Inevitablemente, el futbol está ligado a nuestra sociedad; será por la derrota, a la que nos hemos acostumbrado; será por la costumbre, por la fuerza con que los medios lo difunden, porque el capitalismo lo usa para distraer al pueblo y que no piense en el desempleo, la desigualdad, los bajos salarios y los problemas cotidianos, en la mala educación y la falta de oportunidades; será porque se trata de un deporte muy práctico, que no requiere más que de una pelota redonda y se juega con los pies, en una cancha, en la calle y hasta dentro de una casa. Quién sabe.
Lo cierto es que una sociedad como la nuestra, lo sufre y lo disfruta hasta el delirio y, desde tiempos inmemoriales, desde Chava Reyes hasta Oribe Peralta, la afición ha convertido en héroes nacionales a los futbolistas, presencia los torneos, asiste a los estadios o ve los partidos por televisión, sigue las incidencias de un juego, goza con las hazañas de sus héroes y sufre por sus errores, así como por los fallos arbitrales; analiza, se desgarra las vestiduras en la derrota o se adjudica, como propias, las victorias.
Deporte o religión, espectáculo o distracción, negocio o tradición, el futbol llegó y se quedó para siempre entre los mexicanos, a pesar de que, como ha quedado demostrado hasta la saciedad, los mexicanos no somos buenos para la practica de ese deporte; el último ejemplo, lo vimos el pasado domingo en el enfrentamiento entre la selección de Holanda y la de México.
Por una extraña razón, no difícil de entender, Televisa, la principal empresa televisora de nuestro país, casi, casi dueña de la Selección Nacional, se ha empeñado en hacer aparecer esa derrota como un triunfo de la férrea voluntad de un grupo de muchachos que, si bien, pusieron todo empeño en ganar, al final, fueron derrotados pues, como decía don Fernando Marcos: “el último minuto también tiene sesenta segundos” y, nuestros seleccionados bajaron la guardia nueve minutos antes de que el árbitro decretara el final del partido.
Entre muchas otras cosas, el futbol está lleno de trampas, engaños, tretas, malicias; “driblings”, dirían los que saben: que me muevo de cierto modo, para hacerte creer que voy hacia acá cuando, en realidad iré para el otro lado. Eso es lo fantástico de este juego: engañar al contrario, fintarlo; sin tocarlo, torcerle el cuello, romperle la espalda y mandarlo al masajista o, directamente, al quiropráctico, como hizo Arjen Robben, jugador de Holanda, con Gerard Piqué, jugador de España. Sí, el mismo Robben que, cierto o falso, cayó al suelo dentro del área y logró que el árbitro marcara un penal en contra del equipo mexicano, con lo cual quedó eliminado de la justa mundial.
Sin entrar a discutir la cantidad de dinero que se maneja en torno al futbol y, mucho menos, pretender hacer un llamado para su democratización, “el llamado juego del hombre” no tiene la culpa. Es un negocio, un espectáculo, si acaso, un deporte o entretenimiento que arrastra multitudes y concita a millones de personas, de cualquier raza, credo y color, y bajo cualquier sistema político, a lo largo y lo ancho de nuestro planeta. El problema es la falta de mesura en los comentaristas; esos que se desgarran las vestiduras y se cortan las venas porque México no llegó al famoso quinto partido y, con todos los medios a su alcance, hacen lo posible por vendernos una versión falsa de lo que sucedió en Brasil, con nuestra selección.
En estos días de descanso, ya cercana la final del campeonato mundial, a punto de entrar a la depresión pos mundial y regresar a los partidos llaneros de las Chivas y el Cruz Azul, algunos comentaristas de futbol y conductores de noticieros, insisten en que el mejor gol del Mundial fue el de Giovanni; el mejor portero, Memo Ochoa; el mejor Partido, México vs. Croacia; el peor árbitro, Pedro Proenca, el que actuó en el partido México-Holanda; el mejor entrenador, El Piojo; la mejor atajada, la de Memo, y así, sucesivamente, por los siglos de los siglos.
Afortunadamente, además de esos comentaristas, de cuando en cuando, aparecen los ex futbolistas que, también, hacen análisis y conocen el tema, porque lo han vivido en carne propia y no se espantan de las patadas, de las manos dentro del área, de los codazos y pisotones, bajita la mano, de los piquetes de ojos y las mordidas. Bueno, es un decir, ya que según algunos comentaristas, los futbolistas de nuestro país, nunca hacen trampas, nunca se han tirado un clavado dentro del área y nunca han intentado engañar al árbitro, además de que Rafael Márquez nunca sería capaz de lesionar a uno de sus colegas.
El problema es que dichos comentaristas, voz y conciencia de todos los mexicanos, así como, previo al mundial, nos vendían a Miguel Herrera como un ser divino, digno de ser canonizado, hoy, nos repiten hasta la saciedad que México no perdió, sino que fueron el malvado Robben y árbitro Proenca quienes nos eliminaron, pero hay un Dios que todo lo ve, y nos volveremos a ver en el 2018 ; entonces sí, los “ya merito”, los “ratoncitos verdes”, los que juegan como nunca y pierden como siempre, traerán de regreso la copa, tal y como se lo prometieron al presidente Peña Nieto.