Lo que sucede con la economía y el empleo en Estados Unidos importa, porque la integración entre nuestro país y el vecino del norte, a nivel comercial y cultural, ya los hace componentes esenciales mutuamente. En el sentido más estricto del término, México y EU son parte de un mismo sistema, la economía de América del Norte, y así como Donald Trump reconoció que la reapertura de la economía mexicana es una condición necesaria del buen funcionamiento de su economía doméstica, también es cierto que las prospectivas de recuperación económica de nuestro país están ligadas (a veces con perezosa exageración) a los escenarios proyectados para la Unión Americana.
Si bien esa realidad es innegable en sus trazos generales, es necesario estudiar los detalles de cada sector y subsector observados, a fin de no caer, precisamente, en la trampa de algunos organismos, al tomar las cifras esperadas de Estados Unidos, disminuirles tres puntos porcentuales, y tener por desahogado el capítulo de México en el informe cde que se trate. Eso no tiene sentido. Precisamente, porque no hay normalidad, no se pueden adoptar los mismos parámetros y extrapolarlos de forma licenciosa. Baste recordar, por ejemplo, que México superó la Gran Depresión de 1929 mucho más rápido que EU; mientras que a este último le tomó cerca de una década recuperar su nivel de producción previo a la crisis global, nuestro país lo logró en menos de 4 años.
En esa época, huelga decir, no existían los instrumentos de control financiero y monetario que existen hoy, ni en la dimensión doméstica ni en la internacional. Los bancos centrales y el FMI, dentro de las circunstancias, han maniobrado con pericia y coordinación frente a esta situación sin precedentes. Lo que puede hacer la diferencia entre un país y otro en circunstancias extraordinarias, es su legislación e instituciones específicas, que facilitan o dificultan la intervención de reguladores públicos en un mercado inquieto y una economía agazapada.
En este marco, uno de los principales indicadores de la prensa norteamericana para tomarle la temperatura a la recesión, ha sido la cantidad de personas desempleadas, calculadas con base en las solicitudes de ayuda por desempleo; esto es importante. Desde las primeras semanas, las pérdidas de empleo se contaron por millones, y se calcula actualmente que hay 20 millones de desempleados.
Aunque en México el daño económico ha sido mayúsculo, pues no podemos sustraernos del mundo, la destrucción de empleos ha sido mucho menor. Buena parte se debe a la responsabilidad que han mostrado muchísimos empresarios y también sus trabajadores, al pactar condiciones especiales para transitar este tiempo sin que peligre la supervivencia de ambos factores de la producción. Pero también se debe a una legislación laboral que en México protege al trabajador y que más de una vez ha tenido que defender el Estado de embates de grandes capitales. En Estados Unidos prácticamente no tiene ningún costo para el patrón despedir a alguien, y los términos de contratación son sumamente elásticos, de manera que los despidos masivos se vuelven el primer incentivo para reducir costos.
Paradójicamente, fue el gobierno norteamericano uno de los actores que más impulsó la reforma laboral en México, que hoy se instrumenta y que busca garantizar mayor democracia sindical y condiciones de trabajo y contratación más dignas y transparentes. Uno de los rasgos que a veces se olvida cuando se critica a nuestro país, es su orgullosa tradición de ser un Estado social de derecho, un rasgo que hoy hace más falta que nunca. Aún así, muchos compatriotas han perdido su trabajo, y debe ser prioridad de todos ayudarlos a recuperarlo. No bajemos la guardia.