A mi sobrina, Cris García, por la tenacidad en defensa de sus ideas.
Los mexicanos conformamos una sociedad tremendamente fragmentada. Todo nos divide; el clasismo entre ricos y pobres; el color de la piel; la zona geográfica donde nacimos; la simpatía por un equipo de fútbol; y de un tiempo para acá, la política. Al final, todo ello lo podemos englobar en una sola palabra: intolerancia.
La intolerancia interna es uno de los grandes males que afecta la convivencia social; frena la generación de valores, de identidad, de oportunidades y de desarrollo. El desprecio hacia quien no viste, no se expresa y/o no piensa igual, es un ejercicio cotidiano. Y es en el aspecto político donde podemos observar un claro ejemplo de lo anterior.
En 2006, los competidores que buscaban ganar la presidencia de la República, tuvieron “la genial” idea de basar sus estrategias políticas en el descredito y la guerra sucia contra sus adversarios. “El peligro para México” de Calderón y “El pueblo bueno contra el pueblo malo” de López Obrador, lograron tocar las fibras discriminatorias de los seguidores de uno y otro candidato.
A partir de entonces, hemos vivido en un entorno lleno de ataques, principalmente generados desde las redes sociales, y que, en la mayoría de los casos, son muestras del fanatismo que, para su conveniencia, la clase política fomenta.
Hoy que estamos en plena carrera presidencial, los ánimos vuelven a subir de temperatura. Como ejemplo, está una situación que me consta y de la que he sido protagonista en este mismo espacio. Yo no estoy de acuerdo con el proyecto que encabeza AMLO, y así lo he expresado en muchos de mis textos. De igual manera, aquí mismo, he dicho que el PRI y el PAN han demostrado que tampoco son una opción de gobierno. Sin embargo, automáticamente, las tropas morenistas me han tachado de ser parte de la mafia del poder, vendido, conformista, etc., todo acompañado de sendos insultos.
Es decir, para una buena cantidad de seguidores de Andrés Manuel, pensar distinto a su líder es causa de corrupción. No importa si también se critica a los otros contendientes, simplemente él, el tabasqueño, debiera ser alabado todo el tiempo, pues para sus incondicionales, es prácticamente un ser perfecto.
Son “gajes del oficio” me dirán algunos, ¡no!, me rehúso a una visión tan simplista. La libertad de expresión y el debate de ideas deben ser valorados con seriedad. El país vive una de sus épocas más violentas; decenas de periodistas son amenazados, extorsionados, y asesinados por grupos que se sienten agredidos por una nota periodística. Solo falta que además de lidiar con el crimen organizado, ahora tengamos que limitar nuestras opiniones al referirnos a un candidato presidencial.
No permitamos que los políticos nos alienten a continuar con ese virus de intolerancia; es hora de abrir los ojos y darnos cuenta que una sociedad dividida es mucho más fácil de manipular.