¡Por fin lo logré! ¡Sólo me llevó ocho años tomar la decisión y vender unos palos de golf, una remadora, un “kit de color” y una caja con 80 libros! Cada uno de esos objetos en su momento fue casi indispensable, o eso pensé; sin embargo, muy pronto se volvieron totalmente superfluos y por si fuera poco, nunca los usé. También debo admitir, que me dio más satisfacción y tranquilidad venderlos, que comprarlos. Cada día era un recordatorio de una tarea pendiente; sabía lo que tenía que hacer y simplemente no lo hacía. ¿Te ha sucedido? Compramos objetos, desde lo más simple, como un libro, una pluma, etc. hasta lo más costoso, como un auto o un inmueble; esa emoción que sentimos al comprar se esfuma muy pronto, en muchas ocasiones, inclusive antes de usarlas…¿por qué sucede?
El deseo de la recompensa genera más dopamina que la recompensa en sí misma; pensar y “vivir” el proceso de compra es más emocionante que el objeto de la compra. Nuestro cerebro reptiliano (la parte primitiva) nos domina en estos procesos y cuál si fuera una presa que perseguimos para sobrevivir, nos transforma en fieras con un solo objetivo: COMPRAR… porque seamos honestos, ¡lo necesitamos!, no es necedad o capricho, justo ese objeto, con esas características es lo que nos va a servir para alcanzar una meta en particular, o al menos esos cuentos nos hacemos en la cabeza para darle un sentido racional a nuestras compras, ¿la triste realidad? ¡No es cierto! nuestra mente nos hace una jugada para sentirnos bien comprando, al menos momentáneamente.
Cuando colaboro en un proyecto con alguna empresa, es muy común que note cosas que los demás no; por ejemplo, una impresora dentro de un gabinete, una máquina de escribir en un estante, un cúmulo de papelería guardado en un cajón, un armario lleno de productos de limpieza (como para limpiar un cuartel durante 5 años). Siempre que ocurre, cuestiono a las personas acerca de estos hallazgos y sus respuestas habituales son: “¡No lo había visto, no tengo idea!” o bien “sí, ahí está desde que llegué”, la respuesta siempre va acompañada de una tranquilidad paquidérmica, como quien ve a un elefante en la sala y sólo lo rodea. Cuando los objetos o situaciones permanecen durante mucho tiempo, se normalizan; como una pintura que colocas en la pared, al principio la observas, a los pocos meses sólo si alguien hace algún comentario acerca de ella, vuelves a prestar atención, ya forma parte del paisaje y perdió relevancia. Eso ocurre cuando compramos objetos que después nunca usamos, pero ahí permanecen por años.
Hacer compras innecesarias en casa es malo, hacerlo en las empresas es pésimo; los recursos de tu organización son generalmente limitados y en muchos casos escasos; cada vez que tomas una mala decisión de compra estás restando recursos en tu empresa. Si vamos más lejos, este tipo de decisiones las trasladamos a temas más importantes, como contratar a gente que no necesitas o adquirir servicios “sobrados” solo porque estaban en promoción y “se van a usar después”, sin analizar condiciones no convenientes para la empresa que te obligan a plazos forzosos, penalizaciones por cancelación, liquidaciones, etc.
Tenemos una falsa percepción acerca de nuestros recursos y una ilusión relacionada con lo que esperamos obtener cada vez que compramos o contratamos algo; nuestra mente tiene una imaginación activa y manipuladora, por un lado nos da razones relevantes y válidas de por qué sí es bueno comprar o inclusive nos permite visualizar un futuro “mágico” donde todo es mejor gracias a esa compra; nuestros problemas se resuelven, somos más felices y productivos, etc. Pensar en no comprar nos angustia, nos provoca un hueco en el estómago, nos indica que SÍ debemos comprar ¿o no? Mi respuesta es no, la mayoría de las cosas que NECESITAS comprar, sólo las DESEAS comprar, y hay un abismo entre uno y otro.
Hace algún tiempo desarrollé mi propia teoría para que, cuando mi mente me quiere hacer una jugada, se active un “sistema de defensa” que me permita evaluar mi decisión desde una óptica más objetiva. La denominé “Teoría del papel sanitario”. Algún tiempo después leí acerca de la “Ley de Parkinson” llamada así, por el Prof. Cyril Northcote Parkinson, quien la desarrolló en 1957 y que reza “El trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine”. Al leerla, pensé ¡“eureka” mi teoría es correcta!, la diferencia es que lo aplico a todo, no sólo al tiempo.
Cuando tenemos recursos, muchos o pocos, los ocupamos hasta agotarlos, sin ser conscientes de ello. Sucede con frecuencia, por ejemplo, cuando recibimos un incremento de sueldo, consumimos el excedente en lugar de ahorrarlo o pagar deudas, si nos mudamos a un espacio más amplio, muy pronto conseguimos saturarlo y se vuelve insuficiente, si tenemos un teléfono con el doble de capacidad en pocos meses ya está lleno, y así muchos casos más. Ahora te comparto mi “Teoría del papel sanitario”; imagina que vas al baño y encuentras un rollo de papel nuevecito y pachoncito, tiras de él con singular alegría, tomas tramos gigantescos, aunque no los necesites; sin embargo, cuando solo hay dos cuadritos -música de la película de tiburón- haces maravillas, ¡una verdadera hazaña! Entonces, ¿por qué ocupamos tramos gigantes, si con dos cuadros es suficiente? Cada vez que pienso en comprar algo me planteo que solo tengo dos cuadritos, no el rollo completo, a continuación, me pregunto ¿de verdad los quiero gastar en eso? Porque después, si se presenta una verdadera necesidad u oportunidad, no habrá recursos; cuando lo planteo de esa forma, las vanidades se esfuman y queda la certeza de tomar una decisión más inteligente.
Recuerda que cada acción cuenta para tu empresa; podemos hacer muy poco con lo que sucede fuera, pero mucho al interior de nuestra organización.
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