Se le atribuye a Confucio, el célebre pensador chino de la Antigüedad, la frase siguiente: “No importa lo ocupado que piensas que estas, debes encontrar tiempo para leer, o entregarte a una ignorancia autoelegida”.
Y es que en dicha frase parece resumirse uno de los grandes dilemas de nuestra modernidad, en donde el gran impulso de las tecnologías de la información y la comunicación (las TIC) han modificado los hábitos de lectura.
De acuerdo con un informe de 2017 del Instituto de Estadísticas de la UNESCO, más de la mitad de los jóvenes en América Latina y el Caribe no alcanzan los niveles de suficiencia requerida en capacidad lectora para el momento en el que concluyen la educación secundaria; en total, hay 19 millones de adolescentes en esta situación.
Además, según el señalado estudio, 36% de los niños y adolescentes de la región no cuentan con los niveles de lectura adecuados. El balance es un poco mejor cuando se toma en cuenta solo a los niños en edad para cursar la educación primaria: 26% no alcanzan la suficiencia. Los resultados no son más favorables cuando son evaluados en matemáticas. 52% de los niños y jóvenes de América Latina y el Caribe no alcanzan las competencias básicas. La situación es peor en secundaria (62%) que en primaria (46%).
En el caso de México, la cifra no deja de ser alarmante. Aunque el porcentaje de mexicanos que lee, por lo menos, un libro al año, se mantiene como alto (76.4% en 2018, en comparación con el 84.2% de 2015), para 2019, nuestro país aparece como el país 107 en el listado, con un promedio de sólo 2.8 libros al año, cifra que contrasta con Chile (con 5.4 libros al año) y Colombia (5 libros al año).
De la lectura de libros por temática los más citados fueron los de literatura, con 40.8%, le siguen los libros de texto, uso universitario, de materias o profesiones en particular, con 33.6%; los de autoayuda, superación personal y religión con 28.2%; cultura general con 23.4%; y, los manuales, guías o recetarios y otros, con 7.5%.
Es verdad que el auge de las plataformas digitales, así como el despliegue inmenso de la multimedia, se han convertido en la piedra de tope de la lectura convencional. De hecho, a las tradicionales librerías físicas, se suman las plataformas digitales de venta de texto, así como el auge de la lectura en formato PDF, algo que parece fundamental en momento del tremendo impulso de las redes sociales.
No deja de ser menor que, como en muchos hábitos que arrastramos el resto de nuestras vidas, la familia venga a ser el impulso esencial. Según el Módulo de Lectura (MOLEC) 2017, las personas que leen recibieron estímulos durante su infancia; entre ellos, 60% tenía en su casa libros diferentes a los de texto; el 50% veía a sus padres leer; al 33.9% les leían; y el 27.6% visitaba bibliotecas y librerías.
Está claro que la lectura espontánea no es una garantía por sí misma de una buena formación cultural, y esta última tampoco de una mejor calidad de persona. Pero, qué duda cabe, la lectura nos permite expandir horizontes. Y esto es mucho más importante en tiempos como los actuales, con el peligroso auge de las ideas filofascistas escondidas bajo nacionalismos autoritarios. Pues, como señala una frase atribuida al escritor español Miguel de Unamuno, “el fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”.