Quienes hemos seguido de cerca la trayectoria política del presidente López Obrador, tenemos un concepto muy claro: honestidad, lucha, esfuerzo y amor por México.

Desde que arrancó el programa de nación de la 4T había una señal clara para sembrar un nuevo proyecto alternativo por conducto del poder público. Este llegó con grandes expectativas en la base que dio origen a una columna vertebral gestada a partir de la movilización y la participación popular. Por ello, millones de mexicanos festejamos con algarabía el triunfo que empujó a López Obrador a Palacio Nacional.

La magnitud de esa victoria, fue inmensa. Más allá de las siglas de un partido, triunfó la propuesta política de un personaje de la envergadura del mandatario Obrador, gracias al respaldo de sectores apartidistas, seguidores, militantes y todo aquel que se dispuso a sepultar el pasado oscuro. Además, se enraizó una nueva etapa motivada por el desbordamiento efervescente del cansancio corrupto y clientelar; esa, quizá, fue también la clave para consumar un hecho histórico de triunfo.

A partir de ese proceso, Morena fue en ascenso. Ganó Puebla y Baja California aun con el arrastre del presidente López Obrador; en el umbral de ese efecto, Regeneración Nacional partió según los estudios preliminares, como el gran favorito para conquistar la mayoría de los territorios y entidades en disputa. Por eso, evidentemente creció la demanda por abanderar el proyecto de la 4T, y nació, más bien brotó el oportunismo personal de los morenistas de ocasión que adoptaron el lenguaje del presidente Andrés Manuel para expandir el programa de la 4T.

Esa creciente ola hizo evidente la postulación inmensa de aspirantes que se registraron en el proceso interno de Morena cuando vieron descender la oportunidad inmejorable de minar sus aspiraciones a fin de alcanzar un puesto o alguna nominación de elección popular.

De hecho, esa decisión recayó en la dirigencia nacional de Morena que dio señas claras de poca nitidez y credibilidad al momento de no poder ofrecer una garantía tangible en la transparencia de sus procesos. De forma oscura y sagaz se nombró candidaturas entre pleitos y señalamientos de imposiciones que, sin fundamento, algunas fueron inmerecidas a juicio de la mayoría de la población que consideró un atropello a la legalidad y a los propios principios de Morena.

Lejos quedó el discurso que insistió tanto el presidente. Recordemos que desde la tribuna de Palacio Nacional lanzó una amenaza de abandonar al partido si Morena demostraba el legado putrefacto enraizado en la partidocracia de nuestro país, y en los tiempos del dedazo, la fabricación y la simulación. Se nota de hecho, que esa visión del mandatario federal ha ido perdiendo la esencia del Lopezobradorismo.

El desafío de la democracia en Morena se cobija en la figura presidencial. De allí se amparan para seguir ofreciendo un programa atractivo. Sin embargo, muy lejos están de pisarle los talones al presidente en la honestidad y la rectitud; asimismo, es evidente que en Morena renació el pasado que dispuso a merced de los espacios a través del influyentismo.

Eso no es el Lopezobradorismo. La 4T es inmensa. Andrés Manuel supo mover a la población; y lo hizo con honestidad, transparencia, esfuerzo y tenacidad. De hecho, su propuesta de gobierno es auténtica y democrática, lo mismo, plural, austera y de una verdadera izquierda. Ese éxito se fundamenta desde que impulsó una trayectoria de lucha incansable; por esa causa, respaldamos la visión del ahora presidente.

Pero detrás de ese gran hombre lleno de virtudes y atributos, no pueden cobijarse los dirigentes de Morena. También, no deben seguir utilizando una narrativa que a muchos no les costó; el gran trabajo territorial lo realizó López Obrador y un puñado de liderazgos históricos que escribieron con letras de oro los anales de una cronología progresista. Por esa razón poderosa, no debe confundirse la expresión de la 4T con los dedazos que hubo en Morena.

Si el comité ejecutivo Nacional dice enarbolar con orgullo el Lopezobradorismo, entonces, ¿por qué nos transparenta los mecanismos de decisión?, ¿por qué tanto hermetismo?, eso acarrea sospecha.

Voy a seguir insistiendo puesto que tengo principios y valores: estoy con Andrés Manuel en su proyecto de Nación; pero, como simpatizante de la 4T, he llegado a la conclusión que, el CEN de Morena, no es lo mismo que el presidente. Hay una distancia enorme. Al presidente le creo y a la dirigencia no; al mandatario lo seguiré siempre justamente porque desde 1999 he dado seguimiento puntual al mérito irrestricto de AMLO.

Lo del partido dejó dudas y una herida abierta llena de incertidumbre de quienes concursaron y se llevaron las postulaciones; algunas merecidas, otras no, de hecho, muy cuestionables. Hubo graves irregularidades que el propio Mario Delgado es el único que sabe. En fin, si al Lopezobradorismo, no a las imposiciones de la dirección de una cúpula que demostró señas del influyentismo.

Si Morena como marca continúa por esa misma ruta pronto se desprestigiará. En cambio, el presidente López Obrador seguirá forjando un camino sólido lleno de valores y rectitud que catapultó al país a la reconciliación mediante la vía pacífica y democrática.

Sigue siendo un honor estar con Obrador.