Diego Armando Maradona murió ayer tras sufrir un paro cardiorrespiratorio en el barrio San Andrés, en el partido bonaerense de Tigre, donde se había instalado días atrás luego de la operación en la cabeza a la que fue sometido por un hematoma subdural. El 30 de octubre había cumplido 60 años.

Pero el Maradona que todos recordamos es el de 1986. Fue en México que “el Diego” se consagró como estrella universal del futbol y se alzó con la copa del Mundial de 1986, tras derrotar a Alemania 3 a 2 en el Estadio Azteca.

El éxito de Maradona en 1986 me recordó un extraordinario texto de Henry Kissinger, el secretario de Estado de los presidentes Nixon y Ford, que publicó el domingo 29 de junio de 1986, titulado “El futbol y las actitudes nacionales”. Kissinger, un aficionado al futbol desde sus años de juventud en Fuerth, recordaba en su artículo que el futbol evoca pasiones extraordinarias. Y hacía un recuento de la pérdida en el PIB de Brasil, por cientos de millones de dólares, cada día que la selección de ese país jugaba, porque los aficionados preferían quedarse sentados frente al televisor.

Y hablaba de lo extraordinario de las selecciones nacionales de futbol, que requieren una combinación de habilidades individuales, trabajo en equipo y sentido estratégico. Además, Kissinger decía: puesto que los 11 jugadores de cada equipo están en acción continua, cada juego implica necesidades tácticas que deben resolverse con la improvisación en el campo, en el momento.

En el artículo, Kissinger contaba sobre la estrategia de los entrenadores en los años de la década de 1930 y cómo revolucionaron las alineaciones. Y cómo los húngaros cambiaron la estrategia, una vez más, en la década de 1950. Hace una analogía con la estrategia militar: cada maniobra ofensiva evoca un movimiento defensivo que la compense.

El estilo moderno del futbol de la década de 1980 enfatizaba la defensa, con la excepción de Brasil, Francia y Argentina, que ganó la Copa Mundial de 1986, con Maradona. Y el resultado de la nueva estrategia, según Kissinger, era un juego muy táctico, complejo, que lo hacía reflexionar sobre las actitudes nacionales. Y se refería a los equipos de Alemania, Brasil e Italia como los más exitosos de la era moderna.

Alemania adoptó el futbol total después de la Segunda Guerra Mundial. Y el equipo jugaba igual que como la nación se preparaba para la guerra: los juegos eran meticulosamente planeados, cada jugador preparado para la defensa y para el ataque. Previsión, preparación y trabajo duro. Kissinger hacía un recuento de las victorias de la selección alemana, recordaba sus fallas como las del Plan Schlieffen para la estrategia de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Decía que hay un límite para la previsión humana: el estrés psicológico no se puede calcular por adelantado. Si el equipo alemán va atrás, o si su estrategia no da resultados, el juego se queda ensombrecido por la premonición nacional de que les irá mal, porque prevalece la pesadilla de que el destino es cruel. Y los medios de comunicación alemanes son despiadados cuando las altas expectativas sobre la selección no se cumplen. La impresión es inevitable. Una selección nacional que no produjo la alegría que se esperaba no cumple con el destino nacional.

Brasil no sufre de las mismas inhibiciones que los alemanes, según Kissinger. Su selección es el ejemplo de que la virtud sin alegría es una contradicción. Los equipos brasileños son exuberantes, los aficionados los alientan a ritmo de samba. Los jugadores son acrobáticos e inolvidables. Pero como las instituciones políticas brasileñas, el individualismo está combinado con una habilidad extraordinaria para hacer los arreglos prácticos requeridos para un desempeño nacional efectivo. Un equipo brasileño al ataque se parece a una banda de danza del carnaval. El equipo opositor es abrumado sin ser humillado. No es una desgracia ser derrotado por un equipo que nadie más puede imitar.

El estilo italiano, dice Kissinger, refleja la convicción nacional, forjada por las vicisitudes de la historia antigua, que el esfuerzo por sobrevivir debe estar basado en el cuidadoso ahorro de la energía. Presupone una evaluación correcta del carácter del oponente a la par de la perseverancia en la competencia. El objetivo inicial de los italianos es forzar al oponente a que se salga de su juego, estropearle la concentración e inducirlo a abandonar su estilo preferido. Al inicio de un juego, la selección italiana parecería destructiva y defensiva, con dureza y disciplina, pero después puede jugar el futbol más hermoso del mundo.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra era la potencia del fútbol. Pero se rehusó a adaptarse a las tácticas de la era moderna. Por eso decayó. Abrumaba a sus oponentes con velocidad, potencia y condición. Después la selección se convirtió solamente en confiable, dura, persistente, con carácter y tenacidad. Kissinger concluía en 1986: la Copa del Mundo despierta pasiones porque involucra tanto la competencia atlética como el contraste de estilos nacionales. No es un accidente que el equipo europeo más elegante y ofensivo sea Francia, que no haya un equipo de un país comunista que haya llegado a la final, porque mucha planeación estereotipada destruye la creatividad indispensable para un futbol efectivo.

En 1986, el futbol soccer no se había arraigado en los Estados Unidos porque no había selección, ni un estilo nacional como los que Kissinger describe para Alemania, Brasil, Italia e Inglaterra. Pero predecía que el deporte se popularizaría si pronto se llevara a cabo la siguiente Copa del Mundo en su país, como ocurrió en 1994.

Aunque Kissinger no describe el fútbol argentino en su famoso artículo, creo que la leyenda de Maradona nos ilustra que fue de los más creativos de esos años. La selección argentina que se coronó en México 1986 utilizó un esquema verdaderamente inteligente y, con humildad, aprovechó cabalmente las condiciones excepcionales de Diego Maradona. Por eso ganó el campeonato del mundo.

Nada ilustra mejor la “actitud nacional” que la historia que Clarín publica hoy sobre Roberto Cejas, que fue quien cargó a Diego minutos después de que la selección argentina fuera campeón en el Mundial de México 86. “¿Qué significa Maradona para mí? tenía un imán con el mundo. Pero era distinto porque él llevaba la pasión por encima de todos. Es una parte enorme de Argentina que con solo nombrarlo nos abría las puertas del planeta”, dijo con un nudo en la garganta: “Si yo pudiera le diría por última vez ‘Yo te levanté y vos me llevaste a la eternidad’”.