En estos días de descanso obligado volví a uno de mis libros que hartos elementos aporta para entender la conducta que ha tenido la izquierda en sus distintos momentos políticos. Se trata de la obra El fin de la locura de Jorge Volpi que, en su personaje de Aníbal Quevedo, recrea el papel de un loco, de un caballero andante de la revolución y/o el de uno de los intelectuales más comprometido de la segunda mitad del siglo XX. Esta mezcla de novela política y de aventuras, de crítica del mundo intelectual y de una farsa estructuralista me animó para hacer algunos comentarios sobre temas que la izquierda nuestra, la morena y la variopinta, cargan en sus entrañas.
Lo que en este libro plantea el escritor es ante todo una cruel metáfora sobre el destino de la izquierda, el apasionante relato del derrumbe de la utopía revolucionaria, que apreciándolo o no, es una constante que va y viene en varios países del mundo. Lo que pone a discusión es su quehacer “partidista” y la recurrencia de ardides para justificar concepciones ideológicas bastante contradictorias y fuera de lugar. La mayoría de estos sujetos hacen esto para cubrir sus falsedades y desvaríos. Especialmente cuando los izquierdosos de pacotilla despliegan una retórica recurrente que quieren convertir en bandera política. Algunos de estos farsantes están representados hoy por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN, el Congreso Nacional Indígena, CNI, la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas, UNTA y los colectivos que traen de la cola la fraseología de un marxismo trasnochado.
Cuando Jacques Lacan, Louis Althusser, Roland Barthes y Michel Foucault viajan en su tiempo a Cuba para psicoanalizar a Fidel Castro, Jorge Volpi observa de manera brillante que una novela inteligente puede generar pasión y ser divertida si se expresa a través de los personajes correctos, si se sitúa en el tiempo y en el lugar adecuados. El escritor establece el parangón entre lo que significa el pensamiento revolucionario de Fidel y lo que pasa con la esposa de Lot y sus hijas que se convierten en estatuas de sal por no oír las indicaciones de que en Sodoma y Gomorra no se puede mirar hacia atrás.
Intentaré explicarme y explicar a mis lectores lo que a mi juicio es un símil que está asentándose en las filas de Morena. En este partido no solo se mira, sino que se camina hacia atrás. El 1º de julio del 2018 hubo una suma enorme de personas que abrazaron un proyecto político que camina con seriedad. Esa fuerza está en entredicho porque los dirigentes no han entendido que la “suma de muchas voluntades no conduce, necesariamente, a la suma de mucha inteligencia”. (*) Hoy vemos a Morena en un estado de postración y de falta de estructura organizativa que dan pena ajena.
La construcción de este partido no se podría explicar si no fuera porque ya era una necesidad histórica. Miles, millones de personas, han venido esculpiendo el rostro de este instrumento político. Al inicio, sus estructuras fueron la expresión de un esfuerzo comunal. Lo colectivo fue un instrumento que educó, que desplegó la iniciativa y la creatividad en sus más amplias acepciones. Casi tres años después, quienes se quedaron en la dirección lo llevaron a la nada, a un alejamiento inexplicable del proyecto de transformación política y a un divorcio inexplicable respecto de las luchas sociales. Los dirigentes no entendieron que la antidemocracia, las mañas y la ineficiencia son el caldo de cultivo de los que se nutre el viejo sistema que no acaba de morir.
Hoy no se puede militar en MORENA sin envolverse en su vida cotidiana y en la construcción de liderazgos. Si la dirección y la militancia no se vinculan al conglomerado, si no se respetan los acuerdos reales, si no hay democracia, si no hay capacidad para el debate, si no hay organización, si se está fuera de la política, si se deja de lado el apoyo de los dirigentes a la 4t; entonces lo que procede, sin más, es cambiar la actual dirigencia por otra que esté a la altura de las circunstancias. No podemos seguir con una dirección tuerta y un montón de ciegos ajenos a lo que pasa en sus entresijos.
(*) El fin de la locura, Jorge Volpi Escalante, Editorial Seix Barral