Existe una enfermedad aún no reconocida por alguna autoridad en materia de salud que nos afecta todos los días, a todas horas y desde muchos frentes. Es una enfermedad que no discrimina género, condición socioeconómica, religión o ideología; su mal mayor es irrumpir en la paz social, el principal síntoma es la intransigencia y surge, generalmente, por la ignorancia. Esta enfermedad es el fanatismo.
Tal como en el libro del ‘Manifiesto Comunista’ Marx comienza diciendo que “un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”, en la actualidad el fantasma o el virus del fanatismo se propaga cada vez más rápido y de manera más efectiva.
La argumentación ferviente, la fe ciega, la ceguera ante lo evidente y la necedad son algunos de los más comunes lugares a los cuales recurren quienes padecen este mal. Creen que la razón de su existencia es obligar a los demás a pensar como ellos, como lo pensaba Voltaire con el aforismo “Piensa como yo o muérete”.
El fanatismo se convierte entonces en uno de los principales enemigos de las democracias, impulsado por hordas de seres acríticos y con tenue capacidad de razonar, coartando la libertad de expresión, el derecho a disentir y la capacidad de construir acuerdos políticos que puedan resultar en beneficios tangibles para la sociedad.
Uno de los medios más efectivos para propagar este virus son las redes sociales, como un espacio en donde cobra sentido lo dicho por Umberto Eco acerca de las legiones de idiotas.
Queriendo ser arropados en el manto mesiánico, los enfermos buscan a toda costa defender el “todo está bien” y atacar a quien diga lo contrario.
En México, con el inicio de la llamada 4T, esta enfermedad aumentó y el virus se sigue propagando. Basta aventarse un clavado en Twitter o Facebook para percatarse y reconocer fácilmente a quienes defienden lo indefendible ya sea en el trato violento a migrantes, el aumento de homicidios, la percepción creciente de inseguridad o la crisis en salud, por mencionar algunos.
Las peripecias en los argumentos que proponen para defender estas u otras situaciones son dignas de aplauso por lo complicado de sus ejecuciones. Las “maromas” que hacen por defender al actual régimen provocan hasta cierto punto ternura y coraje, sobre todo porque algunos de los ahora fanáticos ven encontrados sus propios dichos con los de hace algunos años. Al parecer esta enfermedad debilita la mano, reduce la memoria y hasta ceguera genera.
Personajes destacados que confrontan la falsa realidad que algunos quieren vender, opinadores críticos que de manera responsable contrastan con la evidencia aquellas ficciones y personas que ya no creen en los cuentos de hadas son la vacuna contra esta enfermedad. Hay esperanza.
El fanatismo cobra vidas en manos de los ejércitos de necios que disparan sin razón prejuicios y reimpresiones vacías de discursos que tienen fecha de caducidad.