El sindicalismo tiene sus orígenes en el siglo XIX como el resultado de las transformaciones de la economía y con el surgimiento del capitalismo de la era de la Revolución Industrial. Tras la apertura de los modelos capitalistas en Europa, y con el desarrollo del pensamiento marxista, los sindicatos emergieron como asociaciones colectivas con el propósito de defender los intereses de los agremiados frente a los propietarios de los medios de producción. De esta forma, los partidos de izquierda abrazaron los ideales sindicalistas como lema de defensa de los trabajadores ante los patrones y el Estado: principios válidos y legítimos que hoy día caracterizan a las democracias europeas, principalmente en países que resistieron los embates del neoliberalismo de finales del siglo XX.
Desafortunadamente, los sindicatos en México tuvieron desde el inicio distintos derroteros. Tras la Revolución mexicana y la promulgación de la Constitución de 1917 —la primera constitución de corte social en el mundo-—el Estado perdió espacios de gobernabilidad, lo que hizo necesaria la asociación de los gobiernos con los sindicatos, con la finalidad de recuperar los terrenos perdidos y ganar alianzas electorales. El Partido Nacional Revolucionario —luego PRI— echó mano de los sindicatos con el propósito de generar acuerdos que permitiesen la gobernabilidad y el triunfo en las urnas del partido oficial.
Con el paso del tiempo, los sindicatos —ante el fracaso del Estado— obtuvieron dimensiones políticas que desvirtuarían eventualmente la esencia del propio sindicalismo. El caso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación —SNTE-—es ilustrativo. El SNTE devino un gremio sindical —compuesto hoy día por más de un millón de maestros— y un poder fáctico que goza de espacios políticos que no corresponden a los ideales del sindicalismo decimonónico.
El liderazgo de Elba Esther Gordillo hizo del SNTE una fuerza política que ha dejado de lado los intereses de la educación y de los verdaderos maestros, y se ha convertido en una eficaz maquinaria electoral a la que han acudido candidatos de distintos colores con fines políticos. La CNTE —cuyos miembros son a su vez miembros del SNTE— ha trastocado dramáticamente la educación en Oaxaca y ha hecho de los niños rehenes de los intereses de los líderes subversivos del sindicato.
Por su parte, la Reforma Educativa de 2013 pretendió desarticular el control del sindicato sobre los gobiernos estatales con miras a devolver al Estado el monopolio de las plazas docente, y así erradicar el chantaje de los líderes seccionales en las entidades. Al día de hoy, un gran número de funcionarios de las secretarías de educación estatales son miembros del SNTE, lo que ha facilitado la manipulación de las políticas educativas en los estados.
Tras la abrogación de la reforma, el SNTE ha recuperado el control político sobre los gobernadores, y con ello, el Estado ha perdido nuevamente la rectoría de la educación pública.
Los ideales sindicalistas de los grandes estadistas del siglo XIX han cedido su sitio a voluntades políticas que han favorecido la corrupción y han hecho de los sindicatos mexicanos un obstáculo para el desarrollo democrático de nuestro país.
En suma, el SNTE debe servir a los intereses legítimos de los maestros que sí velan por la educación, y no ser un instrumento de control político de un puñado de líderes sindicales que buscan al mejor candidato para ofrecerle su apoyo en las urnas a cambio de beneficios privados en detrimento de los niños y jóvenes de México.