La presente decisión de Donald Trump de negar los resultados de los comicios del pasado 3 de noviembre es un indicio más de la polarización social que impera en Estados Unidos, y en particular, del viraje del Partido Republicano hacia el extremismo sin miramientos hacia la evidencia, los hechos, la legalidad, los consensos y el espíritu de colaboración bipartidista.

He aludido a la región norteamericana con el propósito de presentar el caso de los Estados Unidos y México. Una disculpa merece Canadá, pues los canadienses se han caracterizado por una civilidad política y por una profunda convicción hacia los procesos democráticos.

El llamado GOP (Grand Old Party) más comúnmente llamado Partido Republicano fue la agrupación política heredera de los ideales de Abraham Lincoln, y que hoy, tras su captura por Trump, ha devenido un partido extremista que amenaza la convivencia democrática y el respeto al Estado de Derecho, pues a la provocación de Trump se han sumado destacadas figuras políticas del partido como los senadores Lindsey Graham y Ted Cruz.

Al sur de la frontera, en nuestro México, Morena, el partido del presidente López Obrador, de las mayorías parlamentarias, y ubicado como favorito para ganar la inmensa mayoría de las gubernaturas en las elecciones de 2021, fue inicialmente el resultado de una disensión política en el seno de la izquierda mexicana, provocada por dos eventos importantes: la conformación del Pacto por México en 2013 y la derrota de López Obrador en 2012.

Morena representa el desdén hacia los hechos, a la evidencia y a las recomendaciones de los expertos en un amplio abanico de materias. El día de ayer, el senador morenista Martí Batres, figura prominente del movimiento, en su columna de El Financiero, calificó al gobierno como parte integrante de un “nuevo ciclo progresista latinoamericano” en alusión a nuestro caso y al nuevo gobierno de Bolivia.

La 4T ¿progresista? A mi juicio, el progresismo conlleva, entre otros elementos, una progresividad fiscal, políticas sociales pertinentes, inversión pública, respeto a los derechos de los mujeres y grupos vulnerables, el combate contra el cambio climático, y sobre todo, un respeto hacia la evidencia y los consensos mundiales… Morena ¿progresista? En el mejor de los casos, Morena ha abrazado lo que López Obrador interpreta como progresismo en un limitado número de asignaturas.

Por el contrario, Morena está mayoritariamente integrado por individuos displicentes hacia los hechos y la información, y enzarzados en una narrativa política, alimentada y legitimada desde Palacio Nacional, cuyo propósito es la profundización del adoctrinamiento ideológico entre sus simpatizantes.

En suma, Morena y el Partido Republicano (el de Trump, no el de Lincoln ni Reagan) representan proyectos políticos carentes de toda referencia hacia la evidencia, y se sustentan en la megalomanía de sus líderes. Trump no es distinto de López Obrador; uno de supuesta derecha y otro empero de dizque izquierda. Ambos promueven la polarización, la ideologización, el adoctrinamiento y un rechazo al ejercicio democrático cuando este no les resulta favorable.

Trump dejará la presidencia el próximo 20 de enero, y quizá reaparezca en la vida pública en 2024. México, por su parte, no cuenta con un proceso de reelección presidencial, y Morena parece que ganará una inmensa mayoría de gubernaturas y el Congreso de la Unión en las próximas elecciones. El populismo — en su acepción latinoamericana y no anglosajona— parece continuar su rumbo.