El presidente Andrés Manuel López Obrador está impulsando una transformación del régimen político. Incluso pretende ir más allá, cambiar radicalmente política social y humanizar la política económica. Tiene poder, mandato y respaldo popular para hacerlo. Más allá de valoraciones, es razonable tomar en cuenta esto para el análisis de sus acciones y el impacto que tienen en el orden establecido. No es útil empecinarse en analizar las cosas como si estuviéramos en la correlación de fuerzas que predominaba en los gobiernos anteriores. En esta perspectiva, van estas ideas sobre el INE (antes IFE).

Lo bueno del INE. Su creación expresó un consenso político y social en torno a la necesidad de desmontar las estructuras autoritarias del régimen priista, proceso que, necesariamente, pasaba por el acuerdo de crear mecanismos, legislaciones e instituciones para organizar elecciones creíbles. El descarado fraude contra Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, catalizó el reclamo democrático que aglutinaba a actores políticos de todas las ideologías, desde la izquierda radical hasta la derecha más conservadora.

Pronto, el INE se consolidó como un órgano autónomo, que cristalizó la participación ciudadana en la organización de las elecciones y logró desarrollar, con el tiempo, solidas estructuras, mecanismos y recursos humanos especializados que, hoy por hoy, tienen la capacidad técnica, logística y organizacional para realizar elecciones más o menos creíbles, con eficaces dispositivos de prevención y desactivación de prácticas destinadas a defraudar o falsificar el voto de los electores.

Lo malo del INE. Muy pronto, casi desde su mismo nacimiento, el INE generó una casta dorada, una élite que se autoproclamó no solo dueña del Instituto, sino faro orientador de la transición democrática mexicana. Asumieron la autonomía constitucional como patente de corso para diseñar a su antojo el sistema electoral, el sistema de partidos y, si se podía, el propio sistema político. Este grupo convenció a la clase política de que el INE requería grandes y crecientes recursos, estructuras federales, estatales y municipales, miles y miles de empleados, recursos ilimitados, porque, de otro modo, la democracia estaría en riesgo de naufragar. El INE es en la actualidad un verdadero monumento al derroche de recursos y al gigantismo institucional.

Veamos solo un ejemplo: la estructura del INE. Las 300 juntas distritales funcionan permanentemente, lo cual es absurdo, porque deberían funcionar solo durante los diez meses del proceso electoral federal. ¿Qué hacen el resto del tiempo las juntas distritales? Pues se inventaron actividades absurdas, como difundir la cultura democrática en las escuelas y cosas así, y luego, se la pasan haciendo informes sobre esas actividades absurdas. Hablamos de miles de personas que ganan sueldos privilegiados en las juntas distritales.

Otro aspecto negativo del INE, es el empoderamiento de los intereses político-burocráticos de la casta que se lo ha apropiado. Hoy que distintas voces advierten un presunto intento de AMLO por capturar al INE, es importante recordar que el INE siempre ha estado capturado. En repetidas ocasiones se han destituido de un plumazo a todos los integrantes del Consejo General y se han puesto en práctica descaradas fórmulas de reparto de cuotas entre los partidos políticos donde el partido mayoritario lleva mano. “Tú, PAN pones un consejero, tú, PRD, pones otro y yo PRI pongo tres”. La captura ha existido siempre y, acaso, tal realidad nos debe hacer reflexionar sobre la viabilidad institucional de largo plazo del modelo de “organismos constitucionalmente autónomos”.

Ahora bien, siempre hay espacio de maniobra para que los personajes que dirigen al Instituto defiendan su independencia y, sobre todo, la integridad del mismo. Pero, en general, la casta dorada del INE no lo ha hecho así. Como dirían Marx o Weber, la burocracia aristocrática del INE desarrolló un espíritu de cuerpo que generó intereses propios, intereses que ya no necesariamente coinciden con los grupos, clases o personajes que los pusieron en el control del Instituto.

Por ello, durante los episodios más críticos de asedio al INE, como en 2006, como en 2013, la casta dorada no encabezó una defensa auténtica del Instituto. Porque a ellos ya no les interesa eso, su interés burocrático es conservar la “marca” INE para usufructo de su grupo, para los amigos formados en carreras y posgrados ultra especializados en la “cosa electoral” que privilegian investigaciones, tesis doctorales y tratados sobre temas tan banales como las implicaciones teórico-filosóficas de una barda pintada por un precandidato.

Por eso Lorenzo Córdova madrugó a todos con la ratificación adelantada de Edmundo Jacobo como Secretario Ejecutivo del Instituto. Como decíamos, la casta dorada del INE analizó, diagnosticó y decidió lo del Secretario ejecutivo sin considerar la correlación de fuerzas que hoy predomina en México, quiso actuar antes de que la Cámara de Diputados nombrara a cuatro nuevos consejeros. Es decir, Lorenzo se resistió a que la posición mayoritaria del gobierno y el partido de AMLO, determinada por el voto popular que el INE validó, se hicieran sentir en los procesos internos del Instituto. Sabedora que no cuenta con suficiente legitimidad, la burocracia dorada electoral recurrió al madruguete y se dio un disparo en el pie.

Lo feo del INE. Con base en esa visión elitista y patrimonialista del INE, la burocracia dorada contribuyó enormemente a despolitizar la lucha por el poder en México. De forma indirecta, y en muchas ocasiones de forma muy directa, impulsó una visión “ligth” de la política. Desde Pepe Woldenberg, hasta Lorenzo Córdova, han impuesto un esquema reduccionista para caracterizar las sucesivas coyunturas políticas en los últimos 30 años. Para el “pensamiento INE”, la política se reduce a tener reglas del juego electoral claras, contar con un árbitro imparcial y darle más recursos al Instituto para que siga siendo el guardián de esos valores.

En efecto, los parámetros de la discusión político-ideológica que abraza el INE no abundan en las profundas desigualdades sociales y económicas del país, otorgan escasa importancia al debate sobre las distintos modelos económicos, políticos y sociales que impulsan los diversos actores políticos y sociales. La burocracia privilegiada del INE ha contribuido a la despolitización del debate político-electoral, porque entroniza la reflexión sobre “las reglas del juego”, y deja en segundo plano el cuestionamiento de las estructuras de dominación política y económica que propician la inaceptable concentración del poder político y económico en unas cuantas manos.

Con esta despolitización, el ciudadano se convierte en un actor sin herramientas críticas, que debe contentarse con votar y que su voto se cuente bien. Pero no se le proporcionan herramientas, teóricas, conceptuales e históricas para que, de forma permanente, pueda cuestionar al poder público, exigir un trato de iguales al Estado e influir en las decisiones públicas fundamentales.

Por eso es que este aspecto me parece lo feo del INE, porque ha propiciado la legitimación de una visión de la política carente de conflicto. Un pensamiento donde el único cambio aceptable es el cambio en las reglas del juego electoral y ya, nada más. Y así nos ha ido con el país.