La historia está llena de paradojas. En México puede presentarse una muy interesante: el ascenso de una Primavera Mexicana en tiempos del gobierno más popular desde el General Lázaro Cárdenas. Una Primavera Mexicana similar a la que ocurrió en años anteriores con la Primavera Árabe, la insurgencia social en Chile y otros movimientos masivos que comparten un poderoso impulso: hacer estallar el Sistema, cimbrar el Establishment, arrasar con privilegios y oligarquías. Movimientos que, a primera vista pueden parecer espontáneos, exagerados o manipulados, pero que se han venido fermentando por décadas, han madurado con cada agravio, han acumulado rabia y resentimiento contra todo lo establecido y de pronto emergen y hacen explotar la torre de marfil donde las élites disfrutan su poder y desde donde reproducen las desigualdades.
La rabia y la indignación de estudiantes, mujeres, obreros, jubilados, maestros, desempleados, indígenas, campesinos y los que se sumen, de pronto irrumpe en la escena pública mexicana para cuestionar los fundamentos del orden social, político y económico. Son movimientos potencialmente transformadores, revolucionarios, que, muchas veces y debido a su horizontalidad y carencia de estructuras, se diluyen, pero que sacuden de raíz las certidumbres de las oligarquías como sucedió precisamente con la Primavera Árabe o con recientes movimientos en América Latina, entre los cuales el chileno sigue en plena efervescencia.
En México, no ha sucedido algo así desde 1968, cuando el movimiento estudiantil catalizó los reclamos y resentimientos de otros grupos sociales y dieron forma a una insurgencia social que el gobierno en turno jamás entendió y decidió reprimir de forma violenta. Sin embargo, en días y meses recientes se han presentado varios indicios de hartazgo social que apuntan a una posible insurgencia en diversos sectores de la sociedad y la geografía nacionales.
El movimiento de las mujeres que reclaman frenar y castigar la violencia feminicida contra ellas, puede jugar el papel de catalizador y articulador de diversos sentimientos acumulados de agravio y resentimiento social. La violencia contra mujeres y niñas ha alcanzado niveles inauditos de odio y brutalidad, fenómeno que corona con sangre la suma de desventajas, violencias y discriminaciones de que son objeto, para configurar un proceso de toma de conciencia de las propias mujeres como sujeto histórico que tiene derechos y fuerza para organizarse y cambiar un Sistema que reproduce al infinito las estructuras de dominación masculina.
Es irrefutable la legitimidad del movimiento de las mujeres. También lo es su potencial de motivación para que emerjan otros reclamos sociales largamente acallados. El más evidente es el reclamo por los niveles de barbarie que ha alcanzado la violencia criminal, los cientos de miles de asesinatos, la escalada sin control del secuestro, el robo, la extorsión. En años recientes se han realizado masivas manifestaciones por la inseguridad, pero, por un lado, han sido ignoradas por los gobiernos, por otro lado, no han ido más allá de la mera caminata que sirve de desahogo momentáneo.
Sin embargo, hoy estamos viendo que los estudiantes de Puebla y Tabasco no se quedaron cruzados de brazos por el asesinato de sus compañeros, ni han reducido su protesta a una marcha de reclamo, sino que han persistido en una serie de movilizaciones que están sumando a otros sectores sociales y persisten al paso de los días y las semanas. Se está gestando una organización estudiantil animada por el más elemental impulso de sobrevivencia e indignación por el brutal asesinato de compañeros en un clima de violencia desenfrenada, generalizada e impune, respecto a la cual la sociedad parecía ya acostumbrada y resignada, y las autoridades de todos los órdenes de gobierno han decidido desde hace años nadar de a muertito, volteando la mirada hacia otro lado, privilegiando otros temas de la agenda de cada gobierno en turno.
Estamos presenciando una reacción encendida contra la violencia criminal descarada, que inexplicablemente se había tardado mucho tiempo en aparecer. Han empezado los estudiantes de Puebla y Tabasco, pero es probable que otros sectores sociales repliquen la protesta y la exigencia de mayor seguridad para la población. También hay indicios de que esos estudiantes robustezcan su movimiento con una agregación de demandas educativas, laborales, sociales, culturales.
A su vez, el descontento por la falta de medicamentos para pacientes de enfermedades crónico degenerativas, así como las fallas e insuficiencias del sistema de salud, son peligrosos componente de la insurgencia social, porque su articulación, al menos en lo emocional, con otros reclamos sociales, puede aportar la cuota de sufrimiento y solidaridad que cohesiona los movimientos masivos y antisistémicos.
Otros reclamos profundos se atisban en la movilización de los pueblos indígenas, que por siglos han observado la indiferencia y discriminación de los gobiernos en turno y hoy, ante el impulso de todo tipo de megaproyectos, están reaccionando para defender sus derechos a la libre determinación, a ser consultados para dar o no su consentimiento, su derecho a sus tierras y territorios, a los recursos naturales, a preservar su hábitat y el equilibrio ecológico. También asoma por ahí el reclamo de trabajadores sindicalizados de toda índole, públicos y del sector privado, que exigen la aplicación inmediata de las reglas de la democracia sindical, en un reclamo que puede desbordar a las autoridades, salir a las calles y conectarse con el ánimo insurgente de mujeres, estudiantes, indígenas.
Un hecho que ilustra el momento mexicano y que encierra enormes potencialidades, es el de las niñas de secundaria marchando, manifestándose contra el director de su escuela porque se burlaba de sus denuncias de violencia de género y les echó la culpa a ellas; el director fue destituido. Inédito.
Como decía al principio, es paradójico que la insurgencia feminista y su probable articulación con otros movimientos, ocurra en el gobierno del Presidente López Obrador, porque se trata del mandatario más popular en los últimos 80 años. Popular en todos los sentidos: por su origen, por su formación política y por su sensibilidad y compromiso con las causas populares. Es evidente que el motivo de los reclamos sociales no son culpa de AMLO: ni la violencia desenfrenada, ni la precariedad del sistema de salud y el sistema educativo, ni la agresión criminal contra niñas y mujeres, ni las profundas desigualdades sociales y económicas.
Pero a él le ha tocado en suerte ser el Presidente en este momento de insurgencia social. López Obrador tiene suficientes instrumentos para asumir las causas de la insurgencia social y, sobre todo, la sensibilidad y el impulso para encabezarlas y hacerlas realidad. Por lo tanto, el actual momento es un gran desafío, pero también una gran oportunidad. El reclamo social le pone en bandeja de plata la agenda social, surgida de la sociedad, que ni su oscuro gabinete, ni su partido, ni la derrotada oposición han podido construir y posicionar.
La pregunta es si AMLO sabrá leer e interpretar que, hoy por hoy, la sociedad, los distintos grupos sociales, con las mujeres como gran catalizador, están reclamando una relación de iguales con el Estado, exigen la apertura del poder público para participar en la toma de decisiones, no como comparsas o receptores de dádivas o apoyos, sino como actores de pleno derecho que quieren cambiar las cosas con una agenda plural, incluyente y democrática.