Comparto algunas variantes, agregados, complementos, correcciones, reiteraciones y afirmaciones sobre lo que escribí en torno al M8 durante los dos años anteriores.
I. Movilización que representa a todas
La movilización de las mujeres grita en voz alta y con mayúsculas, que las mujeres están encabronadas contra los maltratos misóginos, machistas y sus consecuentes anulaciones como seres humanos y como personas; que levantan la voz en contra la negación de las subjetividades; contra la acentuación de las vejaciones e indiferencias.
El feminismo es ahora la expresión que se resiste ante los intentos avasalladores de las sociedades globalizadas y desiguales, que quieren ignorarlas, encapsularlas, minimizarlas, ensombrecerlas, pulverizarlas o descalificarlas.
Ese es su enojo; esos son sus impulsos destructivos o no, para sentar precedentes y para hacerse visibles ante la sociedad que no dice nada; y la necesidad de gritar "No más violencia, ni una más ni una menos", que no son consignas intrascendentes sino significativas y profundas de las mujeres, hoy.
II. Contras las hegemonías de género
En agosto de 2019, la revuelta de “los grafitis rosas o la irrupción de las diamantinas” de la Ciudad de México y otras ciudades, simbolizó la ruptura, la rebelión de las mujeres frente al establishment. Eran mujeres, sobre todo jóvenes, provenientes de distintos sectores sociales, que ocuparon las calles para romper con las relaciones dominantes de poder, de opresión, de humillación, de hegemonías de género, con tintes misóginos.
Hoy, en 2021, en medio de una crisis sanitaria y económica de alcances internacionales y locales, la de las mujeres es una movilización que representa la ruptura de facto, en algunos momentos violenta (¿por qué tendría que ser de otra manera? ¿Dicen que no hay consenso en esto? ¿Por qué habría de haberlo?), frente a la realidad de las subordinaciones; para actuar (no sólo pensar) en contra del “orden” social que les da la condición de “segundo plano”.
Es la revuelta de las mujeres que no tenían voz, que no contaban con un espacio público propio, que permanecían invisibles ante el discurso del poder, aún el de la “4T”; y que ahora se hacen visibles; que decidieron parar la oleada de la violencia en su contra, no sólo de Estado, sino de la delincuencia común y de la sociedad en su conjunto, que no las ve, ni las oye; que las mata, las desaparece, las humilla, las viola, las criminaliza.
Hoy, en plena pandemia y con un gobierno supuestamente “post neoliberal”, el 8M es o simboliza una jornada por la reivindicación de las mujeres por los derechos y el ejercicio de la paridad (política, laboral, social, etc.), pero también de exigencia de justicia y para poner alto a la impunidad.
¿Dónde está la provocación? ¿En la protesta callejera o en las vallas levantadas? ¿En la movilización imprudente o en un Palacio Nacional encapsulado? ¿No es acaso una provocación imponer a un candidato a una gubernatura en medio del escándalo y las denuncias de abuso o acoso sexual?
En la rebelión de los “grafitis rosas” (como se les conoció en 2019), las mujeres decidieron ir más allá de las formas políticamente correctas, con su propia fuerza y su voz colocada en el vacío, frente al silencio de una ciudad y un gobierno citadino que no les brinda seguridad y que, paradójicamente, es gobernada por una mujer que proviene de la lucha social, de la oposición política, del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) que luchó contra el autoritarismo de la “ley Carpizo”.
III. Las inercias del lenguaje
Entiendo también que hay muchas expresiones de protesta de las mujeres: Desde posiciones radicales hasta moderadas. Lo que no entiendo es la sumisión que todavía prevalece; y lo que menos entiendo es la continuidad de la cultura del poder y del exterminio por parte de la sociedad, por parte del Estado, por parte de los medios de comunicación y de círculos, organismos, empresas, instituciones o grupos diversos (opresores y excluyentes) de la sociedad en general, en contra de ellas, tanto por parte de hombres como, paradójicamente, de otras mujeres.
Como lo señalé el año antepasado (1), la movilización va más allá de lo político; y mucho más allá de una “simple provocación”, como lo señala el presidente López Obrador. No, no es tan simple.
La revuelta inicia como una ruptura que va también en contra el sentido del lenguaje: La palabra “dama” hoy es, por ejemplo, un término que ya no sirve; es un concepto que pasará a la historia, debido a su sentido inequitativo y discriminante, y que será eliminado definitivamente y pronto del vocabulario de la dominación. Porque el significado del concepto de “dama” es más cercano al de “domada” que al de mujer. Hace dos siglos el “caballero” era el varón domador que sometía a la dama. El hombre montado, arriba, con la fuerza equina ocupaba la alta jerarquía social, mientras que la mujer, a pie, era ubicada ahí contra su voluntad, en condición de subordinada, dependiente, en la periferia. Al centro, el señor, el amo, el poderoso; dueño del mando en la comunidad y del poder público.
La Real Academia de la Lengua Española señala lo siguiente sobre la palabra “Dama”: “Del fr. dame, y este del lat. Domĭna.
1. f. Mujer noble o distinguida.
2. f. Mujer, señora, en tratamiento de respeto. Servir primero a las damas.
3. f. Actriz teatral, considerada según su jerarquía en una compañía o según el tipo de papel que representa... Un ordinal u otro adjetivo o complemento que especifican esa jerarquía o tipo de papel. Primera dama, dama de carácter, dama joven. f. poét. Mujer galanteada o amada por un hombre...”.
Saquen sus propias conclusiones, como lo dije en 2020 y lo reitero hoy: Pienso que ese lenguaje habrá de cambiar, tarde o temprano, y en ello jugarán un papel importante los movimientos sociales reivindicatorios, las revueltas callejeras, las presencias físicas, en los actos, y las irreverencias intangibles, las del lenguaje de la vida cotidiana.
Tras la revuelta de los grafitis rosas (2019), las mujeres de otros tiempos y espacios están simbolizadas por sus luchas a favor de los derechos elementales; mexicanas y del mundo entero que quisieron gritar en las calles (y no por modo ni por importación), pero no se les permitió; o que desearon romper vidrios, pintar grafitis o rasgar muros con todas sus fuerzas, o encarar a la policía y a las fuerzas del orden para decir: “¡¡¡ No nos cuidan, nos violan !!!”, que nunca antes se les dejó expresar, pero que hoy lo lograron sin pedir permiso; o para reclamar, como gritábamos en las movilizaciones de los años 80´s: “Estamos hasta la madre”, “hemos perdido el miedo”; o como lo manifestaron los levantados en armas, con el “Ya Basta” de los zapatistas en 1994.
Lo que habrá de anotar el liderazgo del movimiento liberador, sin embargo, es no caer en la rebeldía sin rumbo, o en la espontaneidad sin proyecto; recurrir a la toma de las calles para hacer solamente presencia sin trascender; para hacer que el cuerpo ocupe un lugar en lo público, sin convertir a la movilización en cambio profundo (de las instituciones y de lo instituido). Si nos quedamos en la catarsis, con o sin los impulsos justificados de la destrucción para construir algo diferente, con todo lo que ello significa; si nos quedamos en los simbolismos de la ruptura del “orden” público, sin desterrar los usos y las costumbres, o sin transformar socialmente las realidades, entonces la movilización se queda corta. ¿Esa será acaso la frontera y a eso se reducirá el significado o la representación de las grafiteadas rebeldes? ¿Ese será el signo coyuntural de la irrupción de las mujeres?
IV, “Ellas no me representan”
Dicen algunos mensajes en las redes sociales digitales: “Ellas no me representan”, de mujeres que no están de acuerdo con la fuerza destructiva (que no consiste sólo en “grafiteos”, sino en una suerte de “vandalismo” catártico, comunicativo y de denuncia), de las mujeres en las calles, sobre todo de CDMX.
Sin embargo, hay que entender que ésta es una lucha por la igualdad (que incluye a la equidad), por lo que estoy con ellas; es una lucha contra la dominación, por eso estoy con ellas; contra el patriarcado y la explotación humana, y en eso, me sumo con ellas. Es una lucha por los derechos cívicos, por el respeto a los derechos humanos, por el derecho a decidir sobre el propio cuerpo (en esta parte hay pronunciamientos que van a fondo, en la lucha, a favor de la despenalización del aborto); en lo cual estoy de acuerdo, que ellas lo decidan.
Nota:
(1) Retomo algunos fragmentos de mi texto publicado en SDP Noticias con el título: “La Revuelta de los Grafitis y las Diamantinas”, 19 de agosto, 2019.
jcmqro3@yahoo.com