Hace unos días me encontré con un texto interesante y novedoso, para mí, sobre “Epistemología de las Ciencias Sociales”. Esto se dio como resultado de una búsqueda de materiales de lectura diferentes, a propósito de un curso básico de “Ciencia y Sociedad” que imparto en el programa de licenciatura en Pedagogía, de la UPN. El libro de referencia se titula justamente: “Epistemología de las Ciencias Sociales. Breve manual”.
En la introducción del libro en cuestión (1), Francisco Osorio señala lo siguiente: “La palabra “positivismo” ha perdido su definición técnica y se ha transformado en una palabra-estigma. Para entender esta idea, podemos ver la experiencia de algunas disciplinas, por ejemplo, la antropología y su uso de conceptos-estigma. Cuando un antropólogo busca en su caja de herramientas conceptuales la palabra más descalificadora para el trabajo de un colega, ocupa el concepto "etnocentrista". Desde el Trabajo o Servicio Social, tal vez la palabra-estigma sea "intervencionista". Los sociólogos podrían tener el concepto "estado-nacionalista". Los psicólogos podrían decir "conductista", tal vez.”
Me parece interesante el contenido a debatir que propone el autor, porque con ello da cuenta de las dificultades o problemas (y sus respectivas alternativas) que enfrentan o crean las diferentes comunidades científicas y sus tradiciones epistemológicas dominantes, hoy en día, en términos de la formulación de teorías (el qué, el por qué y el para qué de éstas), en el ámbito de las ciencias sociales en general, pero en particular en las que se practican en América Latina.
Osorio agrega esto en torno al valor que pueden producir los “estigmas” en el avance y en el tejido argumentativo de las ciencias sociales: “Sin embargo, propongo que las palabras-estigma de las disciplinas de las ciencias sociales son fundamentales. La antropología no puede desconocer el etnocentrismo. El trabajo social no puede ser sino intervención y qué sería de los sociólogos sin el concepto de Estado-Nación, para no decir el breve destino que le depararía a la psicología sin el concepto de conducta.”
Ciertamente las palabras-estigma pueden jugar un papel relevante, fundamental en la construcción teórica y epistemológica de las ciencias sociales. Diría que incluso ese juego de contrastes, a través de la estigmatización, no solamente puede resultar de interés para las ciencias sociales, sino también para las ciencias en general. Cualquier campo de conocimiento sería más fructífero si, entre los juegos semánticos y argumentativos empleados por éste, para generar ideas, toma como aliada a la contrastación.
Podría también afirmar que, incluso, en el ejercicio de la política y en los usos discursivos del poder público, hoy en día, la contrastación cumple un papel importante. Veamos un caso cercano: ¿Qué sería del discurso del presidente López Obrador en las conferencias mañaneras sin los usos de las palabras-estigma? Existen dos o tres palabras-estigma sin las cuales sería posible comprender la esencia del hilo discursivo del mandatario mexicano a través de lo que él llama “diálogo circular”: “Conservadores”, “Neoliberales”, “Neoporfiristas”, son algunas de las palabras-estigma que AMLO usa para referirse a sus adversarios políticos. ¿Son necesarias esas palabras-estigma para articular el discurso político e ideológico de la 4T?
Pienso que sí. Es absolutamente legítimo el uso de un lenguaje marcado por la contrastación en cualquier ejercicio de la política y de la comunicación social. El problema es otro: ¿Qué tanto ese uso cotidiano de las palabras-estigma en el ejercicio del poder público contribuye a o favorece la propaganda de los partidos de oposición o de los grupos de presión (poderes fácticos) opuestos al régimen de la 4T o que disputan el poder político del país?
Considero que, para decirlo de manera breve, las estigmatizaciones tienen efectos positivos a favor de la construcción teórica y los sustentos epistemológicos correspondientes, pero éstas también tienden a negar las discusiones epistemológicas, sobre todo si la dinámica de la contrastación se queda limitada en la “descalificación”.
En ese mismo tenor, así continua otro fragmento, relevante e indispensable, para mí, del texto de Osorio: “En el caso de la antropología, que es mi disciplina de origen, el etnocentrismo no puede ser aniquilado, dado que todo ser humano nace y vive en una cultura específica. Como seres culturales, sólo podemos conocer nuestro ser desde la cultura. Renunciar a la cultura es renunciar a la condición humana misma. Por lo tanto, si sólo podemos conocer desde una cultura, el etnocentrismo es el modo de conocer primordial de los seres humanos. Así, aquello que queremos evitar, nos define.
“Tal vez eso esté ocurriendo con nuestro punto de partida, el positivismo. Reconocer que nuestros trabajos tienen algo de positivista nos quita el sueño a muchos. Sin embargo, daré a modo de ejemplo algunas ideas positivistas vigentes. Para saber si un nuevo planteamiento teórico es interesante de considerar, debemos hacernos como mínimo dos preguntas. Una de ellas es examinar los argumentos del autor, ver si son claros, si los conceptos principales están definidos, aunque no estemos de acuerdo con su definición, pero reconocemos que está bien fundamentado. Lo otro es preguntarle por su metodología, esto es, dónde sacó los datos, qué entrevistas realizó, o si acaso tiene una muestra, o por los análisis de contenido de los textos estudiados, en fin, por qué afirma tal cosa, por ejemplo, de la situación económica de una región o un país.
“Pues bien, ello tiene un nombre. La primera parte se llama teoría de la verificación del significado y la segunda teoría del conocimiento empírico. Ambas forman la tesis del verificacionismo, que es la respuesta del empirismo lógico (nombre técnico del positivismo) frente al problema de la demarcación, esto es, cómo saber si estamos en presencia de un conocimiento científico.”
En fin, podríamos dejar de descalificar a los modelos opuestos o diferentes, desde la perspectiva de la construcción libre y argumentada del conocimiento (como también se puede dejar de descalificar a los adversarios políticos), y dedicarnos a argumentar y a razonar, en términos de los principios filosóficos que permitan la comprensión cabal y profunda del objeto de estudio (definiciones y contradefiniciones en plena batalla de ideas), sin que para ello neguemos la existencia, legítima, de esas otras tradiciones científicas ni de sus respectivos sustentos epistemológicos.
Al final y para concluir, en esta otra parte coincido plenamente con Osorio: “... Personalmente creo que la epistemología latinoamericana puede explicarse mejor a través de la propuesta de Thomas Kuhn y todos los refinamientos posteriores que han realizado los filósofos a ese modelo, esto es, que nuestras ciencias sociales no son acumulativas, sino que dan saltos y entre sí son inconmensurables. (…) Mi propuesta es que, entre nosotros, ninguna teoría ha superado a la otra, sino que tenemos una plétora de modelos en competencia: diversidad epistemológica.”
Fuente consultada:
(1) Francisco Osorio (editor). (2007). “Epistemología de las Ciencias Sociales. Breve manual”. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. La introducción lleva por título: “Desde dónde se escriben las ciencias sociales al comienzo del siglo XXI”.
Correo-e: jcmqro3@yahoo.com
Twitter: @jcma23