La diplomacia del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) hacia Estados Unidos cambió de una relación cordial con Donald Trump a una hostil con el presidente electo Joe Biden, aunque esperemos que mejore. Impredecible, López Obrador dio un giro de 180 grados sobre Trump. Como candidato acusó al republicano de emprender una “estrategia neofascista” contra los migrantes mexicanos, pero ya como presidente frenó la migración centroamericana.

El mandatario mexicano demostró que puede ser pragmático a la hora de enfrentar las amenazas de Trump de imponer aranceles a los productos mexicanos, si México no frenaba la migración centroamericana. Hoy es difícil saber si la inicial hostilidad de AMLO hacia Biden disminuirá o desaparecerá, y si ese pragmatismo lo hará recular ante una eventual sanción comercial del demócrata. Aunque últimamente el mandatario mexicano ha matizado sus mensajes, al emplear un tono más conciliador hacia Biden, las primeras señales fueron desconcertantes e inexplicables, pues no había ningún agravio que las justificara.

Recordemos: la visita a Donald Trump en la Casa Blanca durante la campaña electoral, el retraso en felicitar al candidato demócrata por su triunfo, la reiterada amistad con el presidente republicano al terminar su mandato, el apoyo a Trump por el cierre de sus cuentas de redes sociales, el ofrecimiento de asilo a Julian Assange, delincuente cibernético para Estados Unidos, así como la difusión de pruebas confidenciales contra el general Salvador Cienfuegos que pusieron en riesgo la cooperación contra el narcotráfico.

El 20 de enero, primer día de su gobierno, Biden propuso un proyecto de ley migratorio, que permitiría a unos cinco millones de mexicanos indocumentados regularizar su situación migratoria y abrirles el camino a la ciudadanía. Tal parece que López Obrador se equivocó de enemigo con Biden, pues se peleó con quien quiere ayudar a salir de las sombras a nuestros paisanos, mientras que simpatizó con quien criminalizó a los migrantes.

Una interpretación de la retórica antiBiden podría deberse a una estrategia nacionalista para desviar la atención y echar la culpa al imperialismo yanqui de fracasos económicos, pero me parece improbable. Por el contrario, la artificial ofensiva de López Obrador contra Biden, que inició cuando fue declarado presidente electo, podría explicarse por dos hipótesis: una política, y la otra, histórica:

La política. La indeseada derrota de Trump echó a perder el tácito entendimiento de controlar la migración centroamericana, a cambio de contar con la benévola tolerancia de la Casa Blanca a las políticas de energía y ambientales, que la administración de Biden no permitiría en base al T-MEC.

La histórica. El prejuicio de que los presidentes demócratas han sido intervencionistas desde James Monroe con la doctrina “América para los americanos”, James Polk con el apoderamiento de la mitad del territorio nacional, John Kennedy con la frustrada invasión de Bahía de Cochinos, hasta Barack Obama con la Operación Rápido y Furioso, cuyo vicepresidente fue Biden.

Los autores de esas hipótesis, asesores dogmáticos en el Palacio Nacional, temen que Biden exija el cumplimiento de contratos con empresas estadounidenses de energía, y presente demandas en materia laboral y ambiental en el marco del T-MEC, lo que califican erróneamente como intervencionismo pues México está obligado a cumplir con sus compromisos internacionales.

Aunque tienen diferencias ideológicas, el izquierdista López Obrador y el derechista Trump se simpatizaron por considerar que ambos llegaron al poder como outsiders, extraños a los círculos cerrados del establishment, decididos a cambiar el orden establecido. Por otro lado, Biden es un político conciliador e institucional, distinto a López Obrador, líder luchador e intuitivo. En más de 40 años de carrera política, el demócrata estuvo en el poder siete veces como senador y dos como vicepresidente, mientras que el morenista dedicó casi toda su vida en la calle como dirigente social.

Aunque se trata de algo privado, resulta curioso que mientras López Obrador se declara “cristiano” (como rama protestante del evangelismo) en un país mayoritariamente católico, Biden es el segundo presidente católico de Estados Unidos, religión minoritaria donde predominan los protestantes.

La política exterior no sólo tiene que ver con la diplomacia personal de los jefes de gobierno, depende de los intereses de cada país, los compromisos contraídos, las políticas internas y la voluntad de lograr acuerdos.

Biden llegó a la Casa Blanca en condiciones muy complejas. Veamos por qué.

En lo interno, sus prioridades urgentes son controlar la pandemia, salir de la crisis económica, lograr la justicia racial y frenar el cambio climático, en un ambiente polarizado y con la desconfianza en las instituciones democráticas por la negativa de Trump a reconocer el resultado.

En lo externo, va a restaurar el liderazgo mundial de Estados Unidos. Después del aislacionismo America First de Trump, reingresó al Acuerdo de París y al Tratado Transpacífico, renovará alianzas con sus aliados europeos y frenará el expansionismo de Rusia y China.

Los próximos cuatro años serán claves para la relación entre México y Estados Unidos y no podemos darnos el lujo de perder oportunidades de inversión y cooperación. La administración Biden volverá al esquema institucional de secretarías fuertes, con funcionarios capaces y experimentados, mientras que en el gabinete mexicano hay secretarios que usan su puesto como trampolín electoral para el 2024 o son incompetentes, lo que hará más difícil la compleja relación bilateral.

Cuando fue vicepresidente, Joe Biden tuvo un activo papel en las relaciones con América Latina y con México, en particular en el programa migratorio para el desarrollo en Centroamérica. Además, Biden encabezó el Diálogo Económico de Alto Nivel con México, suspendido desde la llegada de Trump. El tema migratorio será uno de los más delicados durante los primeros días de la nueva administración demócrata. La expectativa de que el nuevo gobierno revierta las actuales políticas de control fronterizo y en materia de asilo podría incentivar mayores flujos de migración indocumentada.

La nueva Ley de Seguridad Nacional que restringe la operación de la DEA y la CIA, así como la proyectada reforma de la Ley del Banco de México, fueron mal recibidas en Washington.

La cooperación de seguridad podría ser afectada por el caso del general Cienfuegos, y la DEA, agencia contra las drogas, seguirá investigando otros casos de corrupción, y tráfico de armas.

El inicio del gobierno de Biden debe ser una oportunidad de una nueva era de cooperación y amistad, no de rivalidad y enfrentamiento.

El presidente López Obrador debería rodearse de asesores capaces y honestos, no de bisoños y oportunistas. Debería escuchar más a diplomáticos profesionales y patriotas como Martha Bárcena Coqui, que después de dos años como embajadora en Washington, tuvo un desempeño extraordinario en condiciones difíciles. Estoy seguro de que la va a extrañar ahora que se jubila, después de 43 años en el Servicio Exterior Mexicano.

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(Agustín Gutiérrez Canet es periodista en activo y embajador de México en retiro. Este artículo, publicado originalmente en la revista de la Universidad Iberoamericana, de la que es exalumno, se reproduce en SDPNoticias con autorización del autor).