El viernes por la mañana amanecimos con la noticia de que el coronavirus causante del Covid-19 había llegado a México, mediante el contagio de una persona que había asistido hace unos días a un evento realizado en Bérgamo, Italia. Otros tres casos se confirmaron durante el fin de semana. La pandemia nos alcanzó.

Horas después del anuncio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) elevó el riesgo de expansión global del coronavirus de “alto” a “muy alto” tras detectarse el primer caso en África, la última región donde por ahora no se habían presentado; Estados Unidos y Brasil ya habían registrados los primeros contagios en nuestro continente. El riesgo “muy alto” sólo había sido establecido hasta ahora en China, donde en los últimos días se han diagnosticado menos casos nuevos que en el resto del mundo.

Las preocupaciones del organismo internacional fueron compartidas por la Secretaría de Salud del gobierno federal. El jueves pasado, en la víspera de que se diera a conocer el primer caso confirmado, el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, aseguró que si el coronavirus se dispersa y se transmite en forma generalizada en nuestro país, podría infectar hasta 78 millones de personas, es decir a seis de cada diez mexicanos.

Y en el peor de los escenarios, dijo, 10 millones de mexicanos podrían presentar síntomas –no todos los contagios presentan síntomas-, de los cuales, aproximadamente 500 mil serían considerados pacientes graves. De acuerdo a la tasa de mortalidad que ha presentado en el mundo -entre 2.4 y 2.6 por ciento- en México podrían registrarse hasta 12 mil 500 fallecimientos.

Frente a las cifras de su gobierno, el Presidente dice que no hay que exagerar. No hay porqué preocuparse de un potencial del 65% de la población afectada, con más de medio millón de pacientes graves y una mortalidad superior a la que se registra cada año por otras enfermedades comunes, porque en México mueren de influenza unas 15 mil personas al año, justificó con desdén.

Lo que realmente nos preocupa a los mexicanos no es la enfermedad en sí misma –la cual según los especialistas no es potencialmente mortal si se atiende con oportunidad-, sino la contagiosa indolencia del gobierno mexicano y el deplorable estado del sistema de salud en México. Esa es la razón por las que ya hay compras de pánico en muchas ciudades del país y se prevé un desabasto en medicamentos para paliar esta enfermedad para la que aún no hay vacuna.

La irresponsable austeridad permitió un recorte de más de 57 millones de pesos a la Dirección General de Epidemiología, equivalente al 10 por ciento de su presupuesto. En gasto de operación, la reducción fue de más de la mitad. Las graves consecuencias las estaremos conociendo en las próximas semanas, cuando la epidemia se generalice.

Muchos hospitales del país no cuentan siquiera con una caja de paracetamol o material de curación como resultado de una obstinada decisión del gobierno de restringir la compra de medicamentos. Tampoco hay camas, médicos y personal suficiente para atender una crisis sanitaria de esta magnitud. La creación del Insabi mandó a un enfermo crónico a la sala de urgencias. ¿Dónde atenderán a medio millón de pacientes graves por coronavirus? ¿Será capaz la 4T de construir un hospital en 10 días?

En dos semanas la epidemia podría generalizarse ante la falta de una estrategia sanitaria de las autoridades. Seremos testigos de la peor crisis de salud desde la epidemia de influenza 2009 que registró 70 mil 715 casos y mil 172 fallecimientos. El Covid-19 podría ser diez veces más grave, según ha dicho la propia Secretaría de Salud.

En medio del fanatismo por las teorías conspiracionistas -“hay quienes quisieran que nos fuese mal; que nos afectaran estas epidemias; están molestos porque ya no pueden robar” dice AMLO-, la indolencia del gobierno de la cuarta trastornación será más contagiosa que el coronavirus. La desaparición pública del Secretario de Salud; Jorge Carlos Alcocer, es un síntoma de la misma enfermedad

La llegada del coronavirus no fue una casualidad. Hubo una gran indolencia en las medidas de control sanitario y vigilancia epidemiológica en puertos y aeropuertos; pasajeros de todo el mundo llegaron al país sin la menor restricción ni el manejo adecuado, por lo que ya se han registrado muchos casos sospechosos en varios estados del país.

Se acabaron los besos y los abrazos. Sólo nos quedan los balazos.

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