Ven la tempestad y no se hincan. Lo que ocurre es que su reflexión se inclina más al enfrentamiento que al acercamiento. Eso ha sido su historia. Terminaron despedazándose y aniquilando al PRD y una coyuntura externa de nuevo los reunió: Se encaramaron al proyecto de Andrés Manuel López Obrador donde apenas tuvieron tiempo de acomodarse, jalados por las prisas de la indignación ciudadana.

Pero en cuanto pudieron respirar con cierta comodidad, ya en el relajamiento del poder, se buscaron entre ellos, se reorganizaron internamente y volvieron a la carga para poner de nuevo sus emociones y su chata perspectiva al nivel que corresponde a su ADN: La intolerancia. Esta izquierda no puede caminar sin el desacuerdo, que no crítica, y sin la idea enfermiza del auto exterminio por encima de cualquier cosa. Al debate lo rebajan al pleito a muerte, al acuerdo lo asimilan como debilidad y al cierre de filas, ante una adversidad que los pone en peligro, lo identifican como complicidad y traición.

En este punto exactamente están en MORENA. López Obrador, el líder carismático que los arrastró al poder, los ocupa urgentemente, pero los que perdieron la dirigencia nacional de ese partido, siguen aferrados en no reconocer el triunfo de Mario Delgado y, por lo mismo, en no negociar la integración de un comité y la definición inmediata de una agenda que los lleve a organizarse, para enfrentar juntos un proceso electoral en el que podrían perder lo ganado hace apenas dos años.

Hay que reconocer que en MORENA hay mujeres y hombres de la izquierda sensata, prudente, otros de centro izquierda proveniente principalmente del PRI y que ya tienen la experiencia de haber gobernado, ciudadanos que ahora militan en esta organización, empresarios y ex integrantes de otros partidos que forman parte del proyecto de gobierno de AMLO. Pero igual, prevalece ahí una izquierda radical, interesados muchos de sus activos en migajas de poder y otros que se han significado por su cerrazón y el conflicto permanente.

Por supuesto, a la genética autodestructiva de esa izquierda, se suma el egocentrismo y la soberbia de un hombre terriblemente inteligente: Don Porfirio Muñoz Ledo, quien perdió la elección interna y que, a estas alturas de su edad, nada lo detiene. Incluso hace hasta lo imposible por hacer ver que su nivel de miras, a pesar de todo, está muy por encima de todos los que han gobernado a este país incluyendo a su jefe político Andrés Manuel López Obrador.

Muñoz Ledo tiene muchas razones para estar frustrado en una etapa de su vida en el que su nivel intelectual, no hay duda, le da el veinte y las malas a la prosapia de la vocería neoliberal.

Debió haber sido Presidente de la República. Pero no lo es y ya no lo será. El Señor Muñoz Ledo juega magistralmente con el trebejo, conoce bien, como en el ajedrez, el valor relativo de sus piezas y sus movimientos; mueve con maestría las emociones suicidas de la corriente de izquierda que lo sigue; domina muy bien la agenda del país, el calendario electoral, la velocidad relativa del tiempo y de los intereses de quienes se han visto amenazados por el nuevo régimen. Es más, la élite económica ve en él al contrapeso perfecto que puede disminuir la fuerza de AMLO en esta coyuntura de definiciones que vive el país. Circunstancia que vale oro y a la qué, (¿por qué no?) habría que invertirle un dinerito.

Recientemente MORENA convocó a sus consejeros nacionales para definir una ruta electoral con carácter de urgente, pero a pesar que la Cuarta Transformación está perdiendo terreno de frente a los ciudadanos y que a AMLO le urge una estructura electoral para que no les ocurra lo de Coahuila e Hidalgo, el tema fue desechado, rebasado por el reclamo y el no reconocimiento pleno a los resultados de la elección interna para elegir a la nueva dirigencia.

Claro, la especialidad de la casa es el entrampamiento y el aderezo principal es la intolerancia. ¿Quién los entiende? Ganaron el poder pero hay que perderlo, hay que cederlo de nuevo a los que ellos mismos han acusado de gobernar para las élites. Sienten y piensan que ellos no tienen la capacidad para ejercer el poder porque ese es un asunto de la burguesía, de ambiciosos y traidores al pueblo; creen que nacieron para moverse en el cómodo juego de ser oposición. No es exageración. Este pensamiento forma parte de no pocos izquierdistas enfermos. Son una especie de sociópatas que se regocijan en la idea de llevar siempre la contraria, de ganar en su interés inmediato y perder en lo fundamental. Les causa placer. Así de pequeños.

En consecuencia, en el fondo, sus prejuicios y complejos, los lleva al convencimiento de que el pueblo deberá estar gobernado por corruptos y explotadores porque esta condición es la que los llena, la que los hace sentir verdaderamente de izquierda, luchadores a favor de la masa desarrapada y muerta de hambre. Ese es su juego. Hablan de cambios, pero les aterra el poder y lo desprecian porque está en su genética; de esa manera contribuyen a su causa eterna y al mismo tiempo a que los “explotadores” sigan gobernando. Así respiran mejor, viven plenos, contentos, felices y le cumplen cabalmente a su mezquindad. Son como los acomplejados que se enamoran de una mujer hermosa, les aterra acercarse a ella, hablarle, y terminan haciéndose puñetas. Esa es parte de la izquierda prevaleciente que tenemos en México. Esa misma que puede salirse con la suya y entregar el poder el 2021. No sería nadita extraño.