Siempre, el pragmatismo, ha distinguido a los grandes líderes del resto de los políticos.
Cuando el desempeño del dignatario se reduce a discursos aspiracionales o a códigos conceptuosos de moral, al paso de los días pierde liderazgo y probidad ante su pueblo. Sin acción no hay redención.
A nivel mundial y contemporáneo se tienen elocuentes ejemplos: Churchill, Gandhi, Mandela y tantos otros, antes y después; en todos los casos fueron individuos que pensaron y actuaron dando prioridad siempre a consideraciones prácticas. Y siendo congruentes con el decir y el hacer, llevando a la acción el ideal político.
Sin duda es el caso del actual presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a quien se debe reconocer su pragmatismo político, no obstante no se esté de acuerdo con las formalidades y los fundamentos de sus políticas públicas.
Pero también ha sido el caso de otros grandes transformadores recientes, aún también cuando hoy se les satanice a grado tal que se olvide que se aprovecha su legado.
López Obrador es un usufructuario político, por ejemplo, de Carlos Salinas de Gortari, en materia de Tratado de Libre Comercio con América del Norte; política pública que en su tiempo fue innovadora y a 30 años de su negociación inicial, hoy se le ha defendido desde el gobierno y pretendido hacer prevalecer en la relación económica trilateral con Estados Unidos y Canadá.
Salinas de Gortari también fue un presidente pragmático y un gran líder, se debe reconocer también. Que tuvo una virtud entre muchas, supo integrar un gran equipo de trabajo, donde la constante fue una, valiosa de suyo para la actividad política desde tiempos inmemoriales y hasta hoy: la lealtad.
La lealtad es, antes que un requerimiento para la pertenencia a un grupo social, empresarial o ideológico, básicamente un ideal.
Y como todo ideal, se reduce a un concepto pragmático, de llevarse a la práctica pues… de lo contrario no existe. No se puede ser leal sólo invocando la palabra; hay que demostrar con acciones la lealtad.
En aquel gabinete del presidente Salinas de Gortari (1988-94) hubo uno del que poco se ha abundado, pues al magnicidio de Luis Donaldo Colosio toda su aportación a la obra de gobierno ―que no fue poca por cierto― quedó eclipsada por la tragedia, los falsos rumores y las conjeturas, prohijadas siempre por la muy singular política mexicana. Digámoslo de una vez: es el caso del siempre bien recordado catedrático e investigador en materia económica, Manuel Camacho Solís, y su muy valioso equipo de colaboradores.
Con el entonces regente Camacho Solís colaboró una pléyade de buenos mexicanos, profesionistas y políticos consolidados que le dieron lustre y estabilidad al sexenio de Salinas de Gortari, lo que le permitió maniobrar en tantos aspectos en los que influyó a final de cuentas.
Siempre se supo que la operación política de ese sexenio se hacía desde la oficina del marroquí Joseph Marié Cordú Montoya o desde el frontispicio, en el vetusto edificio del Ayuntamiento, donde despachaba el jefe del Departamento del Distrito Federal, Víctor Manuel Camacho Solís, dado que las funciones del entonces titular de la Segob, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, se reducían al trabajo de inteligencia política.
Colaboradores de Manuel Camacho hubo muchos y de gran talla política y humana: indiscutiblemente Marcelo Ebrard, cuya eficiencia y talento son indiscutibles, tan es así que a más de 30 años hoy es un artífice político el gobierno de López Obrador; Manuel Aguilera Gómez, Diego Valadés, Jesús Martínez Álvarez, Alejandra Moreno, Guillermo Ramírez, entre muchos otros; todos con un denominador común: eran hombres eficientes y leales, no a una persona o a un gobierno, sino a una causa sociopolítica, que era el progreso material y humano de la población mexicana. Siempre a través de la transformación de un régimen que dejara por fin el autoritarismo y privilegiara en todo momento el diálogo político, antes que la confrontación entre mexicanos. Hacia estos ideales era la genuina lealtad de Manuel Camacho y sus colaboradores. Y lo llevaron a la práctica.
Ahí se empezó a gestar, de hecho, una forma de transformación política en México. Camacho fue un regente que atendió con respeto y generosidad a muchos líderes sociales de la época; uno de ellos, un joven inquieto de Tabasco que llegó al entonces DF comandando a numeroso contingente de tabasqueños, que se instalaron en un plantón en el Zócalo demandando fraude en las elecciones para gobernador de Tabasco. Fue el llamado “Éxodo por la Democracia”.
Pero de entre estos valiosos colaboradores de Don Manuel Camacho (QEPD), habremos de referirnos a uno en particular, cuya historia bien vale la pena invocar a propósito del tema de la lealtad política, que hemos escogido para esta entrega. Se trata de Jesús Emilio Martínez Álvarez, quien fue delegado en Venustiano Carranza, director de Ruta 100 y secretario general de Gobierno del gobierno capitalino de Manuel Camacho.
Martínez Álvarez reordenó el comercio ambulante en la zona limítrofe de La Merced y buena parte del Centro Histórico, en aquel convulsionado Distrito Federal de fines de los ochenta; saneó las finanzas de Ruta 100 con respecto a cómo las recibió, reduciendo costos de operación y atacando la corrupción y fue un leal secretario general de Gobierno de Camacho Solís.
También fue dos veces diputado federal, alcalde de la ciudad de Oaxaca y gobernador sustituto de aquel bello estado del mismo nombre. Hombre de palabra y de una sola pieza; leal en toda la extensión del término. A sí mismo, a su gente y a sus ideales. Jesús Martínez Álvarez siempre concibió a la lealtad como un asunto de cumplimiento del honor, la gratitud y el compromiso, al grupo social al que se pertenece y a la causa política que lo mantiene cohesionado.
Porque se es desleal cuando a quien seguimos no le hablamos con franqueza, honradez y sinceridad… y eso fue precisamente lo que nunca se vio en un político como Jesús Martínez Álvarez; ni con Camacho Solís ni antes con Vázquez Colmenares (a quien sucedió como sustituto en la gubernatura de Oaxaca) ni con Gabino Cué ni con Dante Delgado, con quien fundó a inicios de este siglo el partido Convergencia, antecesor del actual Movimiento Ciudadano.
Hoy lamentamos con tristeza que en partidos políticos y en organismos públicos en general, haya una ausencia casi aberrante de lealtad. La lealtad política es también la antítesis del oportunismo. La lealtad política construye historias. El más claro ejemplo es el de Andrés Manuel López Obrador.
Hacen falta muchos “Chuchos” Martínez Álvarez… muchos.