“Llega el momento en que el silencio es traición”
Martin Luther King.
Uno de los sucesos que más apasionamiento social ha causado en éste siglo XXI es, sin dudas, el fallecimiento de George Floyd el pasado 25 de Mayo, durante una de las fases humanas de de-sensibilización más graves que estaba sucediendo por el coronavirus al cobrar tantos miles de vidas ya, pero, analizándolo, desde un punto de vista circunstancial, el policía de Mineápolis, Minnesota, que apoyó su rodilla de una manera brutalmente inhumana sobre la parte posterior del cuello de George Floyd, no fue el que directamente le causó la muerte.
Él, el policía, entregó inconsciente, pero al parecer, aún con vida, a George Floyd a los paramédicos que lo recogieron en la ambulancia que llegó al lugar de los hechos precisamente para atenderlo, ese 25 de Mayo, y fue en las manos de dichos paramédicos en las que perdió la vida este personaje, aunque las lesiones que tenía en el cuello ya pudieron haber sido mortales, temporal, y espacialmente, George murió en la ambulancia, en donde, al estar inconsciente, debió haber sido intubado adecuadamente por los paramédicos que lo atendieron, para poder haber intentado salvarle la vida, además de brindarle el apoyo farmacológico que debe recibir cualquier paciente en esas circunstancias; lo más controversial al respecto, es que George llegó en esa ambulancia a un hospital, y es ahí donde se declaró su muy desafortunada muerte, lo cual no se realizó en la calle donde fue recogido por los paramédicos en cuestión, que tienen todos los conocimientos y habilidades, con base en su adiestramiento, para reconocer cuando una persona ya no tiene vida.
Algo similar sucedió con el actor Pablo Lyle, en Miami, que golpeó a un individuo y éste falleció después de 4 días en un hospital, y, aunque dicho golpe haya sido grave, no sabemos si dicho individuo pudo haber fallecido por un mal manejo en el hospital donde estuvo, o por una mala intubación, que en muchos casos, puede causar la muerte.
Y, aunque no es mi intención realizar un juicio apreciativo, ni mucho menos legal al respecto del caso George Floyd (para eso ver artículo sobre la abogacía actual en SDP noticias: Mayo 13, 2019), si me interesa analizar que la determinación de la causa de muerte de cualquier persona, por lo menos en México, y como lo debería de ser en el resto del Mundo, es responsabilidad del médico que firma el certificado de defunción de la misma, y, cómo debió haber ocurrido en el caso de la muerte de George Floyd, el médico que certificó su fallecimiento es el que debió haber aclarado lo que sucedió en la ambulancia que lo recogió inconsciente pero al parecer, aún con vida, y no la opinión pública ni los medios de comunicación, que sólo generaron polarización, e incertidumbre social mundial, con todas las repercusiones que hasta ahora persisten.