Con motivo de la pandemia, el gobierno de la República está planteando que, dadas las circunstancias, vamos a entrar a una Nueva Normalidad. Se dice con frecuente recurrencia que esta transición, obedece a que el virus Covid- 19 va a vivir con nosotros por tiempo indeterminado, que en una sociedad alimentada con comida chatarra varios tipos de virus le producen efectos devastadores, que es consumidora empedernida de bebidas azucaradas, que en general, no hace ejercicio, la mayoría es obesa e hipertensa y, por lo tanto, vulnerable en grado sumo a las enfermedades crónico-degenerativas y a las pandemias como la influenza y el coronavirus.
En el imaginario colectivo hay suficientes razones como para empezar a cambiar no solo los hábitos alimenticios sino la cultura y la mentalidad de un individualismo neoliberal en el que, por encima de las personas siempre estuvo el interés por el negocio, el mercado y la usura. Grandes empresas industrializadoras de alimentos y bebidas, nunca les importó la salud y el bienestar de la mayoría de los mexicanos. El virus que nos tiene en vilo en México y en varios países del mundo, nos obliga a entrar a una etapa que requiere poner en juego una nueva concepción de la vida. Cambiar nuestros hábitos que nos impuso la ortodoxia neoliberal, así como las conductas a las que nos sometió la otrora vieja normalidad, se han convertido en las exigencias de los nuevos tiempos.
Pero hagamos el intento de ubicar los problemas a los que nos vamos a enfrentar. Un cambio en nuestros hábitos y procederes sociales, no es poca cosa. Por siglos, se nos impuso una cultura que llevaba en sus entrañas la tesis de que el hombre, hablando genéricamente, era un ser gregario por excelencia, cuyas demandas y servicios, sólo podían ser satisfechos viviendo en comunidad. Su consecuencia, llevó a un confinamiento en grandes ciudades, pueblos y rancherías en los que se generaron costumbres, culturas, hábitos, leyes y enfermedades que normaron su vida para bien y para mal.
Todo esto en su conjunto, dio origen a una institucionalidad en la que, para convivir, eran necesarias las normas jurídicas, sociales y culturales que permitieran el desarrollo civilizatorio y armónico de quienes habían convenido asumirse como integrantes de esa colectividad. Sin embargo, el negocio y la voracidad de las industrias del consumismo, especialmente de los alimentos industrializados, las bebidas azucaradas, la cosmetología, los fármacos milagrosos, y la industria del entretenimiento, entre otras, se impusieron sin ninguna consideración sanitaria ni ética para envenenarnos física y mentalmente. Nos arrolló una propaganda enfermiza que derivó en padecimientos crónicos contra niños y adultos que hoy repercuten en las pandemias que azotan a la humanidad.
Es tiempo de cambiar las formas de cambiar. Si hemos arribado a esta conclusión, veamos cuáles van a ser los pasos y los tiempos que tenemos que dar para darle la vuelta a la diabetes, a la hipertensión, a los problemas renales, a la obesidad, a las comidas chatarra, a las bebidas azucaradas y, en consecuencia, a las pandemias que azuelan al país.
¡El reto no es fácil! No resolveremos estos problemas sólo mediante campañas de sensibilización. Se requiere cambiar la distribución de la riqueza, aumentar el presupuesto para la educación, contar con trabajos bien remunerados, modificar nuestros hábitos y comportamientos sociales y abrirle espacio a una nueva cultura en la que el centro de la atención y el debate sean los seres humanos y no la usura o los negocios de la muerte. La pobreza, la marginación y la falta de expectativas de vida de los pueblos originarios y de la gente que vive en los grandes centros urbanos, deben dejar de ser los reservorios de los intereses mezquinos de empresarios genocidas.
Vale reconocer que el gobierno federal ha percibido que tenemos que cambiar y construir una nueva normalidad. ¡No es un slogan ni un capricho! El neoliberalismo está en agonía en todas partes y ya no tiene ni fuerzas ni propuestas para superar sus crisis. El mundo está urgido de un sistema económico y social en el que no sea el capital sino un nuevo ser humano el que se apropie de un futuro mejor. Para lograrlo, tenemos que desarrollar y poner en práctica nuestra compleja imaginación, que ayude a sacar adelante las nuevas políticas sociales. El partido puede ser un buen instrumento para conducir y orientar estas políticas si le hacemos ver que también tiene que cambie sus formas de cambiar. Su ausencia política debe terminar. A nuestras filas, debe llegar la Nueva Normalidad, así tengamos que correr a quienes hasta ahora, sólo nos han producido vergüenzas y traiciones.