Cuando la muerte se precipita sobre el hombre, la parte mortal se extingue; pero el principio inmortal se retira y se aleja sano y salvo.
Platón
Sin duda, la muerte representa el próximo paso de la existencia, o de la no existencia, dependiendo del punto de vista desde el que la veamos. En algunas culturas se le concibe como una nueva realidad o conciencia, en otras, simplemente es el fin del existir. Sin embargo, hay un pequeño resquicio cuando la vida de una persona se compromete, pero aun no muere. En la literatura científica se han registrado innumerables reportes sobre “experiencias” que vivieron personas que se encontraban en el trance de morir, pero que finalmente no lo hicieron. El proceso de muerte implica cambios muy importantes en todo el organismo y por lo tanto también en el cerebro. Pacientes que han sufrido de ataques cardiacos, traumatismos severos, intentos de suicidio, cirugías o cualquier evento en donde se interrumpe el aporte de sangre al cerebro, tienden a experimentar determinadas “vivencias” que se les ha denominado “experiencias cercanas a la muerte”.
Las experiencias que con mayor frecuencia se reportan son: una sensación de paz, serenidad y en muchos casos aceptación. También hay reportes de sensaciones negativas, como sentirse atormentado o encontrarse en “el infierno”. Otra experiencia es la sensación extracorporal, es decir, sentir que la persona abandona su propio cuerpo flotando por encima de él. Se pueden experimentar sensaciones de euforia con elementos místicos y percibir voces o sonidos. Con relativa frecuencia las personas reportan que dan un paso dentro de un espacio obscuro donde se observa una luz brillante al fondo, lo que se conoce como “la luz al final del túnel”. Del mismo modo se pueden visualizar imágenes rápidas como recuentos de la vida de la persona, llamadas: “experiencia de revisión de vida”. También se perciben algunas vivencias importantes de la existencia de la persona que pueden corresponder a la infancia temprana. Es relativamente frecuente la sensación de reunirse con sus familiares o algún ser amado, siendo percibidos con un estatus de entidad mística o suprema. Estos recuentos pueden seguir un orden cronológico desde la infancia hasta la adultez o de manera inversa. Las imágenes o experiencias pueden generar una sensación de placer, o ser vergonzosas. Algo muy interesante es que se podría pensar que la edad, el género o el marco cultural podrían influir en el tipo de experiencias de cada persona, sin embargo, se ha visto que en términos generales son muy similares para todos. Más aún, los niños reportan experiencias similares a los adultos, a pesar de las diferencias obvias en sus experiencias de vida.
Este tipo de reportes han intrigado a los neurocientíficos y la primera explicación que surge es que ante la falta de aporte de oxígeno en las neuronas se producen severos cambios en su función generando grandes cantidades de señales eléctricas que tienen una duración no mayor a 30 segundos. También se generan algunas sustancias químicas en el cerebro que causan lo que expertos han denominado “episodios alucinatorios”. Sin embargo, el mayor punto de intriga reside en ¿por qué las experiencias son tan similares para todos? Los estudios han observado que se presenta un daño cerebral tanto en la sustancia gris como en la blanca. También se presentan con frecuencia alteraciones en la corteza de la parte posterior de la cabeza (occipital) y en la corteza del pensamiento y juicio que es la corteza frontal. Incluso personas ciegas pueden llegar a ver imágenes.
Por último, muchas personas que sufrieron experiencias cercanas a la muerte, al retomar su vida cotidiana se muestran como personas menos materialistas, más felices, más altruistas y con un menor miedo ante la muerte. Sin duda esto corresponde a uno de tantos misterios que la ciencia aun no logra comprender por completo, pero que invita a una mayor estudio del funcionamiento de nuestro cerebro.