En el año 2017, el diario mexicano de circulación nacional Excélsior, tuvo la valentía de dar a conocer una nota periodística que evidenciaba un panorama general de la tremenda violencia ejercida en contra de los hombres. Y digo valentía porque dicho diario se atrevió a correr el riesgo de ser injustamente acusado de invisibilizar la violencia contra las mujeres sólo por el hecho de informar respecto a esta alarmante problemática social que hoy en día ha tratado de ser silenciada por el discurso feminista radical dominante, pero de eso hablaré más adelante. Dicha nota inicia de la siguiente manera:
“Si bien México es un país en el que hay un alto índice de violencia contra las mujeres, ésta también existe para los hombres y sus números son imprescindibles, ya que 88 por ciento de los homicidios registrados en 2015 fueron cometidos contra hombres; sin embargo, uno de los principales problemas de esto es que se ha normalizado, coinciden académicos e investigadores. De acuerdo con el doctor en sociología y demografía, Juan Guillermo Figuera Perea, la sociedad y su visión de normalizar este tipo de violencia ha causado que se hable poco al respecto, y en gran medida se debe a la visión que se tiene de cómo debe ser un hombre: un macho, no llora, es aguantador, es peleonero, es violento, entre otras características” (Excélsior, 17/III/17).
Antes de comentar brevemente la atinada y fenomenal perspectiva del Dr. Figuera Perea, considero muy importante mencionar que el fenómeno del homicidio masculino en México es una realidad cuantificable y medible, ya que las estadísticas oficiales así lo demuestran. Respecto a esto, la polémica antropóloga y académica del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM, Marta Lamas Encabo, es contundente en su más reciente obra “Acoso ¿Denuncia legítima o victimización”, la cual ha sido fuertemente criticada por supuestamente “promover” el piropo e “invisibilizar” la violencia ejercida hacia las mujeres al argumentar que los hombres también sufren violencia (aunque no necesariamente la de género) y que también, en mucha mayor medida, son asesinados:
“Ciertamente hay una violencia específica contra las mujeres, como también la hay contra los hombres, pero la narrativa mujerista y victimista sigue sosteniendo, contra toda evidencia estadística, que la violencia afecta mucho más a las mujeres. Las cifras desmienten tal creencia” (Lamas, 2018; 148).
Pero la catedrática va aún más allá, cometiendo la osadía de mostrar aquellos datos duros que tanto les incomodan a ciertos sectores feministas empeñados en negar lo evidente:
“Entre 2014 y 2016 hubo 57,288 hombres asesinados y 7,582 mujeres: siete veces más hombres que mujeres. La información del Secretariado (en alusión al Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP)) dice que entre 2015 y 2017 hubo 8,269 homicidios de mujeres, de los cuales 1,719 fueron categorizados como feminicidios y el resto como homicidio doloso normal. En ese mismo periodo la misma fuente reporta 60,757 homicidios dolosos para hombres. También una proporción de siete hombres por cada mujer. Como la especie humana es paritaria (50% de mujeres y 50% de hombres), ¿Cómo es posible que la atroz violencia contra los hombres provoque menos reacciones?” (Lamas, 2018; 148-149).
Era de esperarse la reacción de asombro y tajante descalificación hacia una pensadora feminista que actualmente se atreve a decir que ante los asesinatos de hombres ¡Casi nadie dice nada! Los argumentos, falaces, por cierto, en contra de Lamas y de todo aquel que piense de la misma manera se pueden ver por doquier: machismo, micromachismo, patriarcado, violencia, heteronormatividad, invisibilización, etc. La intransigencia que provoca el hecho de que una persona pueda pensar diferente a lo que ahora ordena el status quo causa escalofríos; la imposición y la censura se hacen cada vez más evidentes. Hoy en día, es prácticamente un discurso de odio o una apología del delito el sostener que en este país mueren más hombres que mujeres mensualmente, aunque no haya nada de mentira en la aseveración, tal y como esos incómodos datos siguen confirmando:
“En enero de este año, 2,892 personas fueron asesinadas en México; de esa cifra, los casos de 2,819 víctimas son investigados como homicidios dolosos y 73 como feminicidios, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). El primer reporte del año que hace el órgano de la Secretaría de Seguridad, arroja que en enero los asesinatos disminuyeron 2.8% con respecto a diciembre de 2019, cuando se registraron 2,977 casos indagados como homicidios dolosos (2,855) y feminicidios (92)” (ExpansiónPolítica, 20/ll/20).
¿Se da cuenta de la tremenda asimetría de los feminicidios (perpetrados exclusivamente en contra de las mujeres) respecto a los homicidios dolosos, que en su mayoría son perpetrados en contra de los hombres? Y ojo que no estamos hablando aquí de percepciones diversas ni de interpretaciones subjetivas en relación con la persona que las emite; estamos hablando de datos duros y objetivos. La estadística es lo que es, no lo que uno quiere que sea, de ahí que el argumentar que a los hombres no los matan en mucha mayor proporción que a las mujeres, independientemente de los motivos de género, es una mentira desmesurada.
Pero por desgracia, la evidencia apunta a que, tal y como se menciona al principio de este artículo de opinión con el pensamiento de Perea; el estereotipo del hombre mexicano sigue sumamente arraigado en la idiosincrasia de nuestra sociedad. Dicho hombre, idealizado como el varón protector, impetuoso, varonil y fuerte puede y debe morir en su “obligación” de proteger a la mujer. Si pierde la vida es porque “así tenía que ser”, a diferencia de ellas. Este pensamiento erróneo se ha normalizado a tal grado que los decesos masculinos ya no sorprenden, ni mucho menos acongojan, al contrario, ofenden si son recordados y divulgados para posteriormente ser relegados al olvido; hay cosas que están afectando a las mujeres más importantes que atender, no vaya a ser que la exigencia de dar a conocer las estadísticas de los miles de hombres muertos opaquen a las, en muchísima menor medida, miles de mujeres muertas.
Por eso es mejor que no corramos el riesgo de que nos tachen de intolerantes y cómplices del patriarcado si exigimos la misma atención y divulgación mediática que los feminicidios provocan. De esta suerte, reafirmamos la vergonzosa preferencia que se le dan a los feminicidios por encima de los homicidios de hombres, cuando ambas muertes, si realmente no se practicara esa doble moral sexista, tendrían que indignar por igual.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana y actual estudiante de la Maestría en Estudios Políticos y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México