Es claro que si los partidos políticos quieren seguir siendo partidos políticos tienen que responder al anhelo de la gente común y corriente que es lo que les da consistencia de partido y permite que sus elegidos ganen elecciones y sean gobierno. Hoy los partidos están secuestrados por las cúpulas de sus dirigentes. Como instituciones públicas tienen el mérito de concentrar el mayor repudio de la población, incluso por encima del policía de crucero. Apenas si hace falta ponderar la importancia de las elecciones en democracia. Sin ellas no hay gobierno que valga.
La máxima indica que la soberanía popular reside en el pueblo. (Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste: artículo 39 CPEUM). Sin embargo, para nadie es un secreto el peligroso divorcio entre partidos y electores. Un fenómeno que se viene acrecentando a partir del año 2000; tuvo su momento apoteósico en el 2018. Cuando la población se volcó no sobre un partido, sino sobre una persona y un movimiento. El sistema de partidos fue borrado.
Año tras año los partidos reciben carretadas de dinero pagado de nuestros impuestos con el único fin de hacer efectivo el principio de representación popular y refrendar la relación de confianza entre gobernantes y gobernados. Pero no se trata de cualquier principio, se trata de que las personas electas gocen del mayor apoyo de la población, porque de eso depende la estabilidad política. En la que unos pocos mandan y la mayoría obedece. Es lo que los especialistas llaman legitimidad política. La quinta esencia de la democracia
En Los Sentimientos de la Nación el gran José María Morelos (1813), escribió. “Como el gobierno no se instituye por intereses particulares de ninguna familia, de ningún hombre o clase de hombre, sino que se crea para la protección y seguridad general de todas las y los ciudadanos unidos voluntariamente en sociedad, ésta tiene derecho a establecer el gobierno que más le convenga, alterarlo, modificarlo o abolirlo totalmente cuando su felicidad lo requiera. Por consiguiente, la soberanía reside originariamente en el pueblo”.
El constituyente de 1917 plasmó. “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de gobierno”.
Todo esto viene a cuento a propósito de las mentadas alianzas tanto en la oposición como en el gobierno, de cara a las elecciones del año entrante. Como antropólogo me gusta ver las cosas a ras de suelo, cómo se establecen las relaciones partidos-electores y cómo se conforman los sucesivos gobiernos. Huauchinango es de las ciudades más importante de la Sierra Norte de Puebla. Durante prácticamente todo el siglo XX tuvo industria (Luz y Fuerza del Centro, PEMEX) y algunos cultivos comerciales, de manera destacada el café.
Al día de hoy, apenas una de cada diez personas se encuentra fuera de la pobreza, en sus diferentes categorías. A partir de los noventas los gobiernos locales se han alternado entre el PRI y el PAN. Hace dos años ganó Morena. El primer sorprendido con el triunfo fue el ahora presidente, pues él primero que nadie sabía que no gozaba de méritos para conseguir la confianza de la gente. Dormía en su casa a pierna suelta, cuando fueron a tocarle a la puerta con la buena nueva.
La presidencia se la disputan no partidos, sino grupos poderosos que tienen a los partidos a su servicio. No es la democracia electoral, es la descomposición electoral. Es el poder del dinero que somete y prostituye la conformación de gobiernos legítimos. Sin embargo, lo que más llama la atención es que esas prácticas siguen intocables cuando finalmente gobierna Morena, un partido y un movimiento que creció y ganó combatiendo lo que se sospecha prohíja ahora (todos señalan como recolector a un señor llamado o apellidado Cotoñeto, un personaje gris y escurridizo).
Veamos lo que ocurre en el Revolucionario Institucional, el viejo partido hegemónico en la región y que, para bien o para mal, es la insignia tanto de los avances logrados como de los retroceso. Ese partido esta encabezado por Zeferino Hernández. Zeferino se sale de los moldes predominantes del político exitoso: no es rico, es es güerito, no es de familia de abolengo, no paga moches, no tiene relaciones de negocio con grupo económicos poderosos de la ciudad de Puebla y ciudad de México, no tiene acceso a los lobistas que se mueven con soltura en la región, y que cobran una cuota por sentar a los aspirantes con los prohombres, ya sean de partido o de gobierno. Zeferino es pueblo. Del sector popular. Proviene del mercado y la venta de mercancía a ras de calle. Sobrevive lavando coches. Es un hijo legítimo de la pobreza y el anhelo.
Zeferino ha cometido la imprudencia de levantar la mano para encabezar a su partido, el PRI, por la presidencia, y eso ha provocado que se le vayan encima los grupos de poder político y económico de la ciudad. A esa embestida súmesele la discriminación brutal de la región. Pues la Sierra Norte es predominantemente indígena. La discriminación es la base de legitimación de la superioridad de los mestizos blancos sobre los indios prietos. En 500 años de Colonia y 200 de México independiente nunca ha gobernado un indígena.
Han sido contratados para torpedear a un Joaquín Barrios, un joven sin carrera y carnet en el PRI. Un muchacho antipático y soberbio, que ha sobrevivido al amparo de los Martínez Amador. Todos lo hacen un infiltrado para favorecer al aspirante del partido-alianza contrario. Juan de la Madrid, otro nombre distante cuyo único mérito es ser cuñado de Omar Martínez, ex presidente municipal, candidato del PRD a regidor en la ciudad de Puebla, y hermano del presidente del PRD en la entidad. Se le ve como infiltrado para favorecer a Isaac Martínez, el aspirante del PRD, y hermano de Omar y Carlos. Hay un par de mujeres y un par de jóvenes, quienes son vistos como busca chambas.
Si alguien considero que esto es democracia electoral, que levanta la mano; y si alguien juzga que esto ennoblece a Morena, también. Me gustaría oírlos.