El presidente Andrés Manuel López Obrador decidió poner en práctica con Donald Trump la recomendación que le han hecho en México muchos personajes de la oposición y de su propio partido, para crear una alianza, algo parecido a un pacto nacional, a partir no de los temas que dividen o que crean controversia entre el gobierno y los distintos actores, sino de las coincidencias que permitan construir acuerdos que nos ayuden a afrontar de mejor forma la crisis de nuestro tiempo.
López Obrador ha rechazado en todo momento la posibilidad de un foro o un acuerdo donde se discuta el rumbo del país desde las diversas ópticas que representan la pluralidad mexicana, como se lo sugirieron empresarios, partidos de oposición, y personajes como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, fundamentalmente por la misma razón que sus antecesores se negaron a hacer algo similar cuando la circunstancia lo ha reclamado; porque el poder no se comparte.
En descargo del presidente, hay que matizar y decir que es hasta cierto grado comprensible (aunque no justificante) que alguien como el tabasqueño, que cree genuinamente que puede usar su autoridad para hacer el bien a quienes menos tienen, se niegue a aceptar que quienes contribuyeron a la desigualdad que él quiere enfrentar le sugieran cómo hacer frente al momentum del país.
Muchos pensamos, sin embargo, que sería un hito histórico y en ese sentido, una verdadera transformación, que el presidente que aboga por los desposeídos, acepte la difícil realidad social, económica y política, y convoque a todos los sectores, incluso a aquellos que propiciaron el estado actual de cosas, a ese gran acuerdo nacional para hacer frente a la emergencia.
Sería también de una generosidad democrática sólo vista en los grandes próceres de la patria, como José María Morelos y Pavón, como Vicente Guerrero, que el presidente que tiene mayoría en el Congreso y en las legislaturas locales y que cuenta con aliados en una buena parte de las gubernaturas, pusiera a disposición de un pacto nacional el poder que ostenta para, entre muchas opiniones y muchas voces, generar los acuerdos y las medidas que nos permitan salir cuanto antes de la crisis que vivimos y sentar las bases para el futuro, cuya construcción, está más visto que nunca, es una tarea colectiva y no tarea de un solo hombre.
Pero aunque batalló como pocos frente al poder antidemocrático, y aunque su larga lucha ha sido decisiva para explicar los avances que tenemos en esa materia, López Obrador no se siente obligado a reciprocar a la sociedad y a la historia, con un aporte que le hace mucha falta a la democracia en estos momentos: el del diálogo nacional permanente como reconocimiento, no sólo al pluralismo de nuestros días, sino a la compleja realidad que nos enseña que nadie tiene la suficiente razón, ni todas las causas justas, ni las mejores respuestas, ni el único rumbo para un país como México.
En este entorno de un político radical, que cree que su proyecto de transformación es lo único que antes y después de la pandemia puede salvar a los mexicanos, se dio el encuentro en la Casa Blanca. Allá sí se aceptó un diálogo y seguramente un acuerdo (eso se sabrá pronto) en base a lo que une a ambos mandatarios, y evitando lo que los divide, como las amenazas de aranceles o el muro fronterizo.
A simple vista, estamos ante un gesto político de madurez de ambos presidentes, que buscan el bien de sus respectivos países. Sin embargo, no perdamos de vista que, así como Trump amagó con aranceles para obligar a que la Guardia Nacional de México se convirtiera en su “muro humano” en la frontera mexicana con Guatemala, así López Obrador pudo estar presionando al presidente norteamericano, cuando previo a su gira, ordenó amagar a las empresas estadounidenses y canadienses mediante decretos y disposiciones de la Secretaría de Energía y la CFE.
López Obrador aprende rápido, y es probable que le haya tomado la medida a su homólogo, que lo ve con simpatía, como mira un maestro a su alumno. La pregunta es ¿qué pediría López Obrador a cambio de aceptar ante Trump que va a cumplir los contratos de la reforma energética y la política neoliberal de inversiones privadas, que tanto desprecio le causan?
La única respuesta posible al cambio en el discurso presidencial a favor de crear condiciones a la inversión extranjera, que ya comenzó a ocurrir y que trae feliz al embajador Christopher Landau, me remite a un diálogo, jamás realizado seguramente, pero que fue la base para explicar por qué Estados Unidos toleró que un dictador como Hugo Chávez destruyera la riqueza de un país como Venezuela.
–Tú mándame petróleo a mis refinerías, y por lo demás, puedes hacer lo que quieras con tu país. Ah, y llamarme como quieras.
–Entendido, “Mister Danger”, habría respondido el comandante Chávez.
El único arreglo posible dentro de las coincidencias, para López Obrador con Trump sería bastante similar. “El Imperio” le habría pedido que respete sus inversiones (lo que le significará tener recaudación para financiar sus proyectos sociales) y que le cuide su frontera de centroamericanos y de mexicanos indeseables. Y que la 4T haga con el país lo que desee.
Si este es el acuerdo “en lo que nos une”, en realidad se estaría condenando el futuro de México al autoritarismo y a la antidemocracia, al desprecio de la pluralidad. Y se confirmaría que Estados Unidos, como todos sabemos, no tiene amigos, sino intereses.