La noticia corrió como reguero de pólvora la tarde del martes y tomó desprevenidos a muchos: en cuestión de minutos, los 8 diputados de la Comisión Permanente del Congreso de Veracruz decidieron remover de su cargo al Fiscal General del Estado, el yunista Jorge Winckler Ortiz.

Apenas conocido el acuerdo tomado por los legisladores, se tomó la protesta a la nueva fiscal, Verónica Hernández, y casi en paralelo elementos de la Secretaría de Seguridad Pública se apostaban al exterior de las instalaciones de la Fiscalía en alerta máxima resguardando el inmueble. Fue sin duda una auténtica operación de pinzas, cuidadosamente planeada, lo que permitió que por fin los veracruzanos pudiéramos librarnos de uno de los elementos más nocivos para la democracia veracruzana; un auténtico caballo de Troya incrustado por el ex gobernador Miguel Ángel Yunes en el corazón de la 4T jarocha.

Porque hay que decirlo: la labor del fiscal Winckler nunca fue la procuración de justicia en el estado: él fue colocado ahí por el ex mandatario panista para poder administrar los diversos pactos que, según han denunciado tanto ciudadanos como funcionarios de la actual administración, el gobierno anterior realizó con diversos grupos criminales a quienes se brindó protección y carta libre para asolar el territorio veracruzano. Una especie de gerente del crimen, de acuerdo con dichas versiones.

La salida del fiscal era un reclamo de una sociedad veracruzana cada vez más enojada con la grave situación de inseguridad que padece el estado, herencia de gobiernos priístas y del bienio panista; pero todos los intentos anteriores por removerlo del cargo habían fracasado, en parte por el poder que aún conservaba en Veracruz el ex gobernador panista y su grupo. Intento tras intento, la operación y “colmillo” político de Yunes fue cooptando, sobornando, chantajeando y moviendo sus hilos para frenar la destitución y evidenciar la “incompetencia” del gobierno estatal.

Pero todo cambió luego de la masacre del bar Caballo Blanco, en Coatzacoalcos, donde hasta el momento 30 personas han muerto como consecuencia de un acto demencial perpetrado por delincuentes a quienes, se acusa, la Fiscalía de Winckler habría protegido con anterioridad. Esa presunta complicidad y contubernio con el crimen organizado habría llevado a una determinación impostergable: el Fiscal se tiene que ir, sí o sí.

Fue entonces evidente para todos los actores políticos, excepto el PAN por supuesto, que la gobernabilidad, el estado de derecho y la propia democracia veracruzana estaban en riesgo y que era imperativo restaurar la legalidad en una institución que debería velar por el cumplimiento de la ley y en estos casi 3 años fue prostituida para ponerla al servicio de un clan familiar que mucho daño le hizo y le sigue haciendo a Veracruz. La operación política y jurídica, el cabildeo, la estrategia que estuvieron ausentes en los anteriores intentos por librarse de Winckler, ahora sí se ejercieron a plenitud, permitiendo darle solución al problema sin quebrantar el orden constitucional y de forma estrictamente legal, a despecho de los lloriqueos del panismo.

Para la anécdota quedan el monumental berrinche de los diputados blanquiazules en el congreso local, quienes con los ojos inyectados de rabia, resoplando como bestias, manoteando como simios drogados, intentaron reventar el punto de acuerdo avalado por la Diputación Permanente. También para el registro, la actitud violenta, altanera, prepotente, de la diputada panista María Josefina Gamboa Torales, protegida del ex gobernador, quien la encumbró a las alturas y la hizo sentirse todopoderosa, y quien hoy no se resigna a que se terminó el reinado de su jefe político y despotrica contra todo lo que huela a Morena, en forma por demás corriente y vulgar. De lo peorcito que tiene el panismo en esa entidad.

Ayer fue un gran día para Veracruz. El día que se logró restablecer la legalidad democrática plena en el estado; el día en que ¡por fin! podemos decir que se terminó el último reducto de la rapiña y la corrupción; el día que el cáncer yunista fue finalmente extirpado de la vida pública veracruzana.

¡Que viva Veracruz!

¿Qué opina usted, amigo lector?