Pocos políticos se han levantado de la lona para ganar la presidencia en un segundo o tercer intento. Richard Nixon lo consiguió en Estados Unidos; en México, hasta antes de AMLO, ninguno. Ocho años después de perder con John F. Kennedy unas elecciones cuyo final de fotografía estuvo al parecer trucado, Nixon se impuso a Hubert Humphrey (vicepresidente de Johnson) por un margen de 0.7%. Pero cuando en 1972 se presentó para un segundo periodo, obtuvo un triunfo aplastante: 47 millones de sufragios contra 29 millones del senador McGovern. En votos electorales, la relación fue de 520 a 17. Nixon renunció en 1974 por el escándalo de Watergate.
En México, el fracaso en unas elecciones presidenciales equivalía a muerte política. No para Andrés Manuel López Obrador, quien tras perder con Felipe Calderón y Peña Nieto en procesos inicuos, por la presunción de fraude, en el primer caso; y por el gasto excesivo del candidato del PRI, el apoyo de las televisoras y una alianza de facto con el PAN, en el segundo, regresó para ganar abrumadoramente a los partidos que se alternaron el poder en los 18 últimos años. El resultado lo predijo la mayoría de las encuestas.
Calderón venció a AMLO por un margen de 0.6%, el más estrecho en la historia de las elecciones presidenciales en nuestro país. Fue lo más cerca que un candidato de oposición estuvo de hacerse con el poder. Pero en vez de desmorailzarse y renunciar, AMLO perseveró y, como Nixon, en su tercera contienda, arrolló en las urnas. El abanderado de Morena, PT y Encuentro Social aventajó a José Antonio Meade (PRI, el Verde y Nueva Alianza) por 36.7 puntos y a Ricardo Anaya (PAN, PRD, Movimiento Ciudadano) por 30.
El destino de Meade y Anaya es incierto. Diego Fernández y Francisco Labastida reaparecieron en el Senado cuatro años después de haber perdido frente a Zedillo y Fox. Cuauhtémoc Cárdenas, tres veces candidato presidencial como AMLO, ganó la jefatura de gobierno de Ciudad de México en 1997. Porfirio Muñoz Ledo y Patricia Mercado, postulados por Morena y Movimiento Ciudadano para diputado federal y senadora plurinominales, respectivamente, figuran entre los aspirantes a la silla del águila aún activos. Roberto Madrazo, la derrota en 2006 representó el fin de su carrera.
Desgastados por el ejercicio del poder, sin credibilidad ni identidad propia, el PRI y el PAN llegaron vencidos a las urnas el 1 de julio. La fusión de las candidaturas de Anaya y Meade, instigada por las cúpulas del sector privado, tampoco hubiera bastado para contener la ola AMLO-Morena. Anaya no pudo atraer a la corriente de Felipe Calderón y Margarita Zavala ni reunificar al PAN; incluso el senador Ernesto Cordero se decantó por Meade, quien jamás logró que el PRI lo hiciera suyo.
Frente a los embates de Anaya y de Meade, la guerra sucia, las provocaciones de plumas mercenarias y los exhortos de Peña Nieto para votar con la razón y con el estómago, AMLO permaneció imperturbable. El líder de Morena tomó los debates presidenciales como un mero trámite, pues su triunfo ya estaba cantado. Los analistas José Antonio Crespo y Eduardo Huchim declararon, antes del 1 de julio, que el PRI y el PAN no ganarían ni con fraude. AMLO se levantó dos veces de la lona para encabezar la primera alternancia hacia la izquierda.