La literatura sobre regímenes democráticos se pone de moda o queda en el olvido cada determinado tiempo. No hablo de un libro en específico, sino de la línea de investigación completa. La humanidad es, al menos desde el renacimiento (supongo que fue desde ahí) triunfalista. La historia está llena de optimismos desenfrenados luego de cada avance científico o tecnológico, por más modesto que se vea a la distancia. Y no es que se haya avanzado poca cosa. La expectativa de vida de las personas, la gran cantidad de enfermedades mortales erradicadas y los estándares de vida para todas las clases sociales (inclusive los pobres) son mucho mayores hoy que hace 400 o 200 años.

Pero al ser humanos siempre se le pasa la mano en su auto apreciación. Luego de la invención de la penicilina, se soñaba en un mundo sin enfermedades; con el descubrimiento de la energía nuclear, en un mundo con energía ilimitada. De ahí a los autos voladores en 2015 no había mucha diferencia. Lo interesante de los regímenes políticos es que, a diferencia de la tecnología, no son descubrimientos sino decisiones. Así, las sociedades han construido instituciones y leyes que limitan el poder absoluto (de quien sea) en favor de los más débiles, y también han aceptado regímenes totalitarios cuando las circunstancias han favorecido un clima cultural autoritario y el deseo de seguridad (real o percibida) prevalece sobre el deseo de libertad. Por eso hay democracia en la Grecia Clásica y también en el siglo XXI, pero también por ello hay capítulos fascistas, dictatoriales y absolutistas en los mismos países.

Para decirlo en una frase: la democracia y la libertad son conquistas culturales, pero no indestructibles ni incuestionables. Y su mayor vulnerabilidad ocurre en los momentos históricos de pánico o parálisis, ya sea económica, política o relacional. El filósofo italiano Giorgio Agamben, desde que inició la pandemia, ha expresado su miedo y desconfianza, no al virus, sino a la tentación autoritaria que puede presentarse en Italia para normalizar el estado de excepción jurídica, esto es, para que el gobierno y la sociedad decidan extender la suspensión de derechos humanos cada vez más en el tiempo, y cada vez por razones más triviales, de manera que el fascismo haga un regreso triunfal en las calles y en las conciencias de los ciudadanos asustados. Cabe mencionar que muchos de los argumentos de este pensador han demostrado ser falsos, puesto que era de los que equiparaba el COVID-19 a una simple gripe, magnificada artificialmente por los gobiernos. Los contagios y fallecidos demuestran que desgraciadamente el problema es real.

Pero en un clima de debate donde las posiciones oscilan entre quienes temen por la salud y por la economía, vale la pena destacar la necesidad de cuidar, en todo este caos, que las libertades públicas y privadas se mantengan como regla general, y la excepción de su ejercicio sea solo eso, y solo durante el tiempo que resulte indispensable para cuidar las vidas que precisamente son beneficiarias últimas de esas libertades. El caso de México sirve como un contrapunto interesante comparado con Italia, y también el caso de Suecia, y el de Japón, en tanto que son países que han evitado el toque de queda, los arrestos por violación de cuarentena y en general todas las sanciones a individuos que no atienden las disposiciones sanitarias.

Por un lado, es inevitable sentir un calambre en el estómago y en el sentido común, cuando observamos a nuestros compatriotas tirando barreras y cercos sanitarios para meterse a comprar mariscos a La Viga, o cuando ignoran el distanciamiento social para aglomerarse en eventos religiosos o musicales. En este caso, como en tantos otros, los policías se pasean angustiados e impotentes, con un megáfono, exhortando a las personas a que dejen de poner en peligro a todos con su indiferencia y se vayan a sus casas. Las personas aludidas ni siquiera apresuran el paso y siguen en lo suyo.

Pero por otro lado, esta crisis pasará. Y entre las ruinas económicas y psicológicas del desastre, las libertades que daban por sentado los ciudadanos en muchos países, pueden quedarse en cuarentena si no se toman las precauciones adecuadas. Me siento tranquila de que México siga apostando por la persuasión, a veces infructuosa, y no por la fuerza, que está teniendo ya secuelas preocupantes en algunos países europeos, donde asoma la revuelta social generalizada.