El término mestizaje con el que se definía al pueblo mexicano pasó a la historia hace mucho tiempo, porque encubría inexactitudes, racismos y discriminaciones y en su lugar al parecer ha dejado un término que es común: el de ciudadano mexicano. La propia Constitución lo establece por más que recalque en su artículo segundo, las características y derechos especiales de las comunidades indígenas del país. En las luchas actuales contra el racismo en Estados Unidos, está la propuesta de un sector para definir igual que en México, al ciudadano estadounidense, sin prejuzgar sobre sus orígenes y color de piel. Las historias, estudios e investigaciones son largas y complejas, más en un país como el nuestro en el que se mencionan ciento diez grupos étnicos y un andamiaje de orígenes y nacionalidades que fluyeron en la invasión, con los españoles e italianos. José Vasconcelos los quiso englobar en su famosa raza cósmica en la que se esmeró por definir al mestizo, estudios que han sido sometidos a profundidad para descartalos al fin. Los mexicanos somos simplemente mexicanos por más que nos separe la diferencia económica a la que orillaron las malas y corruptas administraciones y haya sectores que felizmente enriquezcan nuestro entorno con lenguas, arte y formas propias de ser.
POR FORTUNA, SIEMPRE VOLVEMOS A NUESTROS ORÍGENES
Las diferentes formas de ser del mexicano las han enclaustrado teóricos, artistas y escritores, porque no hay una sola. Por suerte, en su esencia de carácter, no todos somos Frena, ni vividores del presupuesto, ni salteadores de procesos electorales para cantar victoria como los están haciendo grupillos coahuilenses y de Hidalgo, donde imperan los caciques. Hay valores de alto nivel que definen a buena parte del mexicano y el color de la piel ha pasado a segundo término, en un país donde son mayoría no los de piel blanca, sino los de piel clara, 49 por ciento según el INEGI (2017) donde subsisten 2 millones de origen afro que representaban el 1.2 de la población (2015), 21 por ciento de población indígena que incluye cerca de un 6 por ciento de hablantes de sus idiomas, y 15 por ciento de población que sin hablar lenguas propias, se califican de indígenas. Estos porcentajes son muy variables según los organismos que los consideran. Están además, las poblaciones mexicanas de origen chino, árabe, judío, estadounidense, et al.
GRANOS DE TRIGO UN FESTIVAL QUE ENFATIZA AL MUNDO YAQUI, POR SU LUCHA
Cada comunidad indígena tiene su forma de expresarse. Un caso paradigmático, mítico dicen algunos, es el de los zapotecos en Juchitán. Poetas escritores, pintores, algunos como Francisco Toledo considerado uno de los grandes en los últimos tiempos. Están los tarahumaras en su despliegue de caminadores, los triquis en su lucha permanente por su independencia, los yaquis en la defensa de lo suyo. Y así, todas las comunidades, con las propias expresiones culturales, culinarias, musicales, danzantes; una gran riqueza que el país no ha atesorado lo suficiente. El festival Granos de Trigo en su cuarta realización los días del 22 al 24 de octubre, en línea y en semiasistencia, es un ejemplo de cómo los grupos que se desenvuelven en el Valle del Yaqui se organizan para promover su cultura, su desarrrollo, en voz de ellos y en muchos que asisten, miembros de la comunidad cultural sonorense y de otros lados. Su gestora, la poeta Gloria Barragán, Gloria del Yaqui, el escritor José Terán y muchos más, exhiben el ejemplo de una tierra que ha vivido muchas experiencias, con un pasado convulso, de diversas ocupaciones del blanco, tierra fértil, codiciada, ahora poblados sus espacios con otro tipo de plantaciones, la del nogal, de la nuez. Lejana ha quedado casi a la orilla del mar, la siembra del arroz con su alharaca de patos que atraían a personajes como Clark Gable a cazar. Pero la lucha de ellos prosigue y se expresa. Su ancestro como originarios del náhuatl, el rey Nezahualcóyotl, les advertiría para no cejar:
¿Es que acaso se vive de verdad en la tierra?
¡No por siempre en la tierra,
solo breve tiempo aquí!
Aunque sea jade: también se quiebra,
aunque sea oro, también se hiende,
y aún el plumaje de quetzal se desgarra:
¡No por siempre en la tierra:
solo breve tiempo aquí!