Dos seres humanos acaban de ser asesinados por linchamiento en San Nicolás Buenos Aires, Puebla. Edmunda Adela Martínez, de 43 años, y un acompañante reconocido como Arturo, de 46. Ella, una abogada que en su viaje de Orizaba, Veracruz, a León, Guanajuato, tuvo la desgracia mortal de parar en una tienda de ese lugar la tarde del domingo 25 de octubre. Una acusación recurrente los condenó: querer robarse un niño; los ataron a un poste de concreto y…
¿Y qué se hace para erradicar un fenómeno terrorífico que se refrenda una y otra vez como un rito maldito en varios Estados del país, pero señaladamente en los Estados de Puebla y México?
Más allá de la violencia generalizada en México durante las últimas décadas, hay dos fenómenos que siempre consternan, el feminicidio, que es regularmente individual, y el linchamiento, que siempre es colectivo; un acto de salvajismo, ignorancia y odio disfrazado de justicia a mano propia. Mientras que el primero tiene una fuerte advocación y se ha hecho muy presente en los medios, la protesta y la política nacional, el otro está ausente del cuestionamiento al presidente, de los medios tradicionales y aun virtuales. Está como soterrado, visto como un hecho que tiene frecuencia periódica y se asume en consecuencia, pues es parte de la costumbre de los pueblos del “México profundo”.
A raíz del asesinato por linchamiento de dos inocentes en 2015 en Ajalpan, Puebla, que fueron aterradoramente brutalizados y quemados (acusados de secuestradores cuando eran encuestadores), y de la recurrencia de esta perversa práctica en ese Estado, escribí una consideración relacionando ese caso con el crimen de 1968, cuando pobladores de San Miguel Canoa asesinaron a dos alpinistas acusándolos de comunistas: “Ajalpan, Canoa,…, y la imposibilidad de vivir en paz; brutalidad al tañer de campanas” (SDPnoticias; 27-10-15): https://www.sdpnoticias.com/columnas/imposibilidad-ajalpan-vivir-canoa.html .
Desde entonces, 1968 o 2015, los barbáricos linchamientos no se han detenido, no han sido combatidos, continúan ejecutándose todo el tiempo en ese Estado; ningún caso, por más horror que haya generado, ha servido de freno. No se trata de estigmatizar a los poblanos, pero el linchamiento es un suceso muy presente en su sociedad (naturalmente, no puede ser la mayoría de los ciudadanos). Este es un terrorífico reporte del sitio Infobae para 2020:
“De acuerdo con información del secretario de Gobernación de Puebla, David Méndez Márquez, hasta el 25 de octubre de este año, nueve personas habían sido asesinadas en linchamientos. Además, se han registrado 129 intentos de este tipo de hechos en 41 municipios de la entidad. Por otra parte, la policía, Guardia Nacional y Ejército, lograron rescatar a 192 personas. La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) identificó a Puebla como un ‘foco rojo’ de linchamientos a lo largo del país, de acuerdo con un informe especial que elaboró en mayo de 2019.” (Infobae; 28-10-20).
Cuando gobernaron la entidad, el PRI y el PAN hicieron muy poco o nada en relación a esta “costumbre”, ¿lo mismo ocurrirá en el gobierno de Miguel Barbosa que ha llegado con el discurso del cambio con Morena? ¿Qué va a hacer el gobernador para minar este horrendo crimen de los pueblos de su Estado? Barbosa está obligado a actuar en relación a este crimen histórico de naturaleza social. Después del asesinato de San Nicolás, se informó que la Guardia Nacional pudo rescatar a la mujer brutalmente atacada, pero murió en el hospital; el hombre había muerto ya atado al poste. Tal vez un ejercicio eficaz de esa Guardia pueda ayudar, pero también se necesita, 1. Reconocer el problema, tanto gobierno como sociedad, que en Puebla la práctica del linchamiento es común y recurrente. 2. Hacer una fuerte campaña en los medios contra ese mal. 3. Frenar la impunidad, castigar severamente a los asesinos, así sea todo un pueblo; que usualmente se deslinda con facilidad. 4. Reeducar desde la infancia en torno y contra este fenómeno violento nada humano y despiadado (lo mismo que contra el feminicidio). 5. Reforzar la presencia de la Guardia Nacional con atención a esta perversidad. 6. Hacer realmente efectivos los protocolos de seguridad respecto al linchamiento.
Por lo pronto, ¿qué reflexión queda para los que no son poblanos?: Ni por error ir a Puebla; si no se quiere la posibilidad del horror. Muchos de los linchados son visitantes de otros Estados (o de otros pueblos de la misma región). A veces, como en el caso de Edmunda Adela que iba de Orizaba a León, sólo se detienen a descansar -a hacer alguna compra en alguna tienda, a recargar combustible, incluso a comer o tomar unos tragos-; van a trabajar, como los hermanos Rey David y José Abraham Copado Molina; o van a recrearse en algún deporte, como Ramón Calvario Gutiérrez y Jesús Carrillo Sánchez (con estos, Lucas García, el buen y racional lugareño que quiso protegerlos). Son demasiados los pueblos escena del salvajismo y la saña colectiva; Tehuacán, Acatlán, Yahualtepec, San Martín, Tlacotepec, San Nicolás, Ajalpan, Canoa,…
Más que horror, terror. Salir de casa “sin deberla ni temerla”. Y de pronto, estar en medio de una pesadilla brutal, dolorosa, desgarradora de violencia, golpes, cuerdas, pedradas, palazos, machetazos, sangre y fuego. Y desear despertar tomando conciencia de que todo no ha sido más que una pesadilla de pánico y terror en la que se era el protagonista.