Dicen por ahí que todos llevamos un Pedro Infante dentro, es decir la imagen de ese personaje fuerte, valiente, honrado, buen mozo, que conquista mujeres por donde quiera que va, que defiende a los amigos, que promueve la justicia, que está cerca de su gente; la imagen de ese macho mexicano que no es machista pero sí entrón y muy ?echado pa´delante?, la imagen del hombre ideal para las mujeres: macho para defenderlas y tierno para amarlas y, sin duda, una imagen a la que aspiran los hombres que buscan equilibrar la hombría con la sensibilidad.
Pedro Infante fue un icono de mexicanidad, un personaje con el cual todos los mexicanos nos identificamos, un arquetipo que añoramos y quisiéramos reproducir de alguna manera, por nuestra gran necesidad de sentirnos protegidos, identificados, para pertenecer y confirmar nuestros valores.
¿Será por eso que personajes como el ex Presidente Vicente Fox o el ahora gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, el Bronco, han tenido tanto éxito en sus campañas? ¿Será que la imagen de estos personajes nos recuerda a ese Pedro Infante que tanto admiramos, que tanto deseamos, que necesitamos como alternativa a los personajes desgastados, acartonados, muñecos de sus propios partidos? ¿Se tratará de un cambio del sistema que día a día demuestra ser más un hervidero de seres inconscientes sedientos de poder, llenos de vanagloria, prostituidos al mejor postor, que verdaderos políticos preocupados por nuestro país y por su gente?
El grito desesperado de todos los mexicanos no es realmente ?Alto a la corrupción?, pues eso sería una consecuencia; lo que realmente nos lleva a apoyar a personajes como Fox o el Bronco es el hecho de vernos reflejados en un hombre fuerte que pelee nuestras batallas, sincero, justiciero, apegado al pueblo y sin rastros de esnobismo, alejado completamente de los estereotipos de los políticos actuales; queremos un cambio, pero no nada más en la forma en la que se hace política en nuestro país, sino que además aporte frescura, que se aleje de la imagen de los políticos con la sonrisa falsa, los sentimientos comprados, las actitudes aprendidas; un cambio en la imagen de quien nos gobierna.
Fox y el Bronco supieron capitalizar su imagen de hombres del pueblo: sincerotes y desfachatados, opuestos a entrar al redil de la demagogia y el oportunismo, por lo menos en la imagen proyectada.
Fox tuvo un perfil más cuidado en cuanto al grado de desfachatez: rompió paradigmas, se saltó protocolos, pero sus actos siempre estuvieron bien calculados y medidos. En algunas ocasiones, se le notaba estudiado, pero, al calor de la innovación que representaba en ese momento, sus actuaciones se diluyeron.
El Bronco me parece más auténtico. Debo señalar que mi opinión se basa en la imagen que proyecta y a cuyo análisis me enfocaré.
Sabemos que en el estudio de la imagen ?primero ves y luego escuchas?. Al ver al Bronco y analizar sus facciones, expresión, forma de vestir, se observa que la primera impresión que proyecta es que se trata de una persona con un carácter fuerte, incluso malhumorado, intransigente. Sus facciones son fuertes; sus gestos, adustos; su vestimenta, como la de un trabajador que se desempeña en espacios ajenos a la comodidad de una oficina.
Al escucharlo hablar, percibimos la gran intensidad de su voz, un tono contundente y un timbre grave que refuerza esa imagen de hombre fuerte, rudo, capaz de enfrentar cualquier situación. Su léxico es coloquial, de hombre de a pie; utiliza un lenguaje que conecta y su discurso es directo, sencillo, muy franco; no se anda con rodeos. La percepción generalizada es que sabe lo que dice y está al tanto de las estadísticas y de la historia; que se trata de un hombre culto y experimentado, y maneja muy bien la información relevante.
Los discursos que le he escuchado así como las entrevistas que he visto me parecen de un personaje que no anda haciendo promesas a diestra y siniestra; actitud muy atinada, en mi opinión, pues si de algo estamos hartos los mexicanos es de que nos tomen por idiotas prometiéndonos lo que sabemos que no nos van a cumplir. El Bronco se cuidó muy bien de no caer en esa mercadotecnia infame que le haría perder la credibilidad más rápido que el pronunciamiento de falsas promesas.
Al poner los ojos en la imagen global de Jaime Rodríguez Calderón, se distingue un estilo natural: viste prendas que pueden adquirirse en cualquier parte y que son asequibles para la mayoría de las personas; de esta manera, envía el mensaje de que es una persona que se encuentra a muy corta distancia de la gente común. Es sabido que la forma en que somos percibidos por nuestra manera de vestir es uno de los aspectos más importantes del lenguaje no verbal; el estilo es la expresión de la personalidad o individualidad. La imagen que proyecta el Bronco es la de un hombre sencillo muy alejado de la opulencia y las banalidades de la moda; cuando se trata de portar traje, tiene un estilo más bien conservador. A pesar de que aparenta sentirse más cómodo cuando viste jeans y chalecos, si la ocasión lo amerita se adapta a los protocolos, a diferencia del ex Presidente Fox, quien rompía las reglas a diestra y siniestra mostrando una rebeldía casi ingenua que no lo conducía más que al descrédito.
Los ademanes del Bronco me parecen los adecuados, aunque cabe señalar que se frota mucho las manos y entrelaza los dedos cuando está en entrevistas, ademanes que podrían considerarse como signos de cerrazón o nerviosismo. Sabemos que los ademanes son expresiones que acompañan a la palabra, sirven para reforzarla y en algunas ocasiones para contradecirla. Jaime el Bronco, al usar ademanes ?cerrados? y no reparar en ello, me lleva a pensar que no ha sido entrenado en el manejo del lenguaje no verbal, lo cual lo hace parecer más auténtico y espontáneo.
El Bronco tiene una complexión robusta, aspecto que fortalece la imagen de un hombre fuerte y bien plantado, hombre de lucha, de trabajo de sol a sol. La vida de rancho que lleva y que utiliza como fondo de algunas de sus entrevistas corona la proyección de ser un individuo asequible, del pueblo y para el pueblo. Su fuerza reside en que supo catapultar su imagen de ranchero, proyectando coherencia con su forma de ser, de vivir, de conducirse, y usarla como parte de su campaña.
¿No es el perfil de Jaime Rodríguez el Bronco la imagen que todos llevamos en la mente del personaje ideal para gobernarnos? ¿No apela este hombre al arquetipo de Pedro Infante? Lo verdaderamente cierto es que la imagen es sólo el principio del largo camino que Jaime el Bronco deberá recorrer para sustentar su credibilidad.
Rocío Córdoba Mayagoitia
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