Es imposible no destacar la pandemia del coronavirus como el suceso del año, que cambió muchas cosas en el mundo (como la economía global), sobresaliendo los efectos del arraigo domiciliario, donde mucha gente descubrió tres cosas cercanas (pero a las que no había prestado atención): 1. El propio hogar, 2. La gente que vive con uno y 3. Uno mismo.
Del coronavirus se desprendieron muchas noticias, pero para mí, lo más destacable del asunto, es el mito de que la enfermedad la provocó un chino que se merendó un murciélago.
En nuestra era actual de Internet y hazañas tecnológicas, éste cuento se tomó por cierto, como si viviéramos en el Medievo (aunque muchas ciudades de la República, personas que apoyan al PRIAN y temen que la vacuna sea un complot maligno, no le piden nada a Torquemada).
Es cierto que los murciélagos transmiten variadas formas de coronavirus, pero no el covid-19; lo interesante es cómo se armó el cuento de que un chino guisó al animalito y al comérselo inició la enfermedad.
Me recordó cuando se dijo que el Sida había surgido de un mono verde africano que tuvo relaciones sexuales con un humano. Me pareció totalmente psicodélico (particularmente por lo del mono verde, ya que nunca he visto un mono de ese color, y eso que he ingerido hongos alucinógenos y ayahuasca).
Investigadores de varios países, sí han encontrado una relación entre los monos africanos y el Sida, pero ahora dicen que fue por una mordida o una cortadura que se infectó en una persona (paradójicamente me parece más factible que un humano se haya contagiado por sexo, ¿quién no querría tener la experiencia de copular con un mono verde? Algo para contarle a los nietos).
Quisiera saber qué mente imaginó a un chino cocinando un murciélago en guajillo, lo cual, ya de por sí es bastante surrealista, pero más surrealista es que millones de gentes se lo creyeran, y hasta organizaran cacerías de murciélagos, cual película del Santo. Si se creen eso se pueden creer cualquier cosa. Algún antropólogo o psicólogo social debería advertir el peligro de tanta ingenuidad e ignorancia, pues humanos así, ponen en peligro al planeta entero.
El segundo suceso digno de llamar la atención, fue el plantón de Frenaaa, que devino naturalmente en “Sí por México”.
Un empresario oligofrénico al que le sobran centavos, llamado Gilberto Lozano, decidió protestar contra el presidente y exigir su renuncia, contratando acarreados para un plantón (inicialmente en Avenida Juárez, de la Ciudad de México; posteriormente en el Zócalo capitalino) y fanáticos religiosos guadalupanos que no sabían ni qué pedo; plantón que más del noventa por ciento fue ocupado por ¡casas de campaña vacías!
Ese truco me recordó a un amigo que, para salir a echar desmadre sin que su esposa se diera cuenta, dejaba programados cinco discos en su aparato de sonido, mientras su mujer dormía. Se requiere cierta intrepidez para suponer que nunca serás descubierto.
Fue hermoso, alegre y divertido, ver cómo esas casas de campaña salieron volando por el cielo con el viento. Risa total. Después, para demostrar que eran poco más de mil quinientos manifestantes los allí reunidos, los contabilizaron mediante un notario público que nadie tuvo el gusto de conocer, y folios que se repartieron y llenaron los mismos manifestantes.
Lo más enternecedor fue que, Gilberto Lozano, haciendo caras de la niña del “Exorcista”, decía: “Al presidente ya le quedó claro que no lo queremos. Que renuncie ahorita. Gracias”.
Su plantón se frustró cuando las personas en situación de calle que contrató, empezaron a hacer desmanes, con las que pintó su raya, los acusó de infiltrados, trepó sus casas de campaña a un camión y se fue, amenazando con regresar.
Ahora, este 2021, estaremos atentos al terrible regreso de Gilberto Lozano y sus Frenaaas amaestrados.