Muy campante, como todas las mañanas, subió al estrado nuestro estimado Presidente Andrés Manuel López Obrador. Nadie le pidió que diera un informe de los primeros cien días de su gobierno; sin embargo, al estilo de Roosevelt, se sintió en la necesidad de hacerlo.
Como se esperaba, dijo mucho sin decir nada. Pero estos primeros cien días ya nos han acostumbrado a conferencias llenas de evasivas, acusaciones y descalificaciones contra cualquiera que se atreva a cuestionar a quien, como muy atinadamente dice Irma Sandoval, debemos considerar el Estado.
El “informe” transcurrió lento, como es habitual; la información fue poco clara y, sobre todo, con profundos vacíos. Y es que los 100 días que él explicó, son muy diferentes a los 100 días que hemos vivido los ciudadanos.
Nuestro Presidente olvidó decir que se acordó pagar cerca de 35,000 millones de pesos por la cancelación del aeropuerto en Texcoco; y, por supuesto, olvidó decirnos que eso lo va a pagar la señora Felicia, que trabaja como secretaria en una empresa; el señor Roberto, que es chofer de transporte público; y junto con ellos, millones de mexicanos que trabajamos a diario para sacar adelante a nuestras familias.
También olvidó mencionar que durante estos cien “extraordinarios” días han sido despedidos injustificadamente más de 500 mil trabajadores de la administración pública que ocupaban cargos muy lejanos a los de la élite gubernamental, violentando sus derechos laborales en el proceso de “renuncia”. Y que, por cierto, muchos de ellos lo respaldaron en las urnas.
Tampoco dijo algo sobre cómo sus decisiones improvisadas han hecho que la lucha de años por empoderar a la mujer y reivindicar su papel en la sociedad sean pisoteadas en sólo unos días. A casi un mes de distancia, aún no sabemos cómo se va a solucionar el tema de los refugios para las mujeres víctimas de violencia y tampoco sabemos si los abuelitos van a poder cuidar a sus nietos para que las jefas de familia puedan salir a trabajar, como absurdamente propusieron tras el recorte presupuestal a las estancias infantiles.
Y es que el Estado no es quien para decidir por las mujeres, ni por sus derechos. Pero eso, si acaso lo entiende, el Presidente no lo dice.
Hay que decirlo, no todo son malas noticias: tal vez estos cien días han sido maravillosos para los amantes del béisbol. Sin embargo, no lo han sido para los miles de mexicanos que están viviendo los meses con los niveles más altos de violencia de los que se tenga registro.
Evidentemente, nadie pensó que el problema de la violencia, que lleva más de 12 años creciendo, fuera a desaparecer en cien días; sin embargo, las cifras dejan mucho qué desear para alguien que ha declarado con triunfalismo que la lucha contra el narcotráfico ha terminado.
Estoy seguro, también, de que en la extensa conferencia matutina nuestro estimado Presidente, tampoco puso sobre la mesa la explicación de por qué este gobierno, que afirma pugnar por erradicar la corrupción, no ha hecho procesos de licitación en sus compras, en sus proyectos de infraestructura y en la contratación de servicios. No por nada los ciudadanos sentimos temor de que la esposa de José María Rioboó, el contratista favorito del Presidente, sea la candidata más fuerte en la terna para la Suprema Corte de Justicia.
¡Y qué decir de la gasolina! En la guerra contra el huachicoleo, va perdiendo el Estado. Si no, veamos la crisis de violencia que se ha desatado en Guanajuato por los cárteles que no están dispuestos a ceder en el negocio del huachicol.
Además, la gasolina sube y sube… ¿Valieron la pena las semanas en desabasto? Las calificadoras internacionales, que ahora también son parte de la Mafia, dicen que no.
Y la inversión… ante una política llena de incertidumbre es obvio que la confianza de los inversionistas se viera afectada. ¿Confiarías tú dinero a quien ve como un delito invertir?
Podría continuar enumerando las consecuencias de los otros 100 días; los de nosotros, los ciudadanos. Baste con decir que cien días parecen –son– pocos, pero han sido suficientes para mostrar que el desastre apenas comienza.