Escuché asombrado el testimonio de Jesús Lemus, periodista y escritor michoacano, quien fue acusado sin pruebas de estar coludido con el narcotráfico y después privado de su libertad durante más de tres años, la mayoría de los cuales los vivió en el penal de Puente Grande, Jalisco.
Y a raíz de esa experiencia y de haber convivido con algunos de los presos más peligrosos del país, escribió el libro Los malditos. Crónica negra desde Puente Grande editado por Grijalbo y que ayer fue presentado en la Feria Universitaria del Libro de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
Por supuesto leeré el libro (que por cierto estaba agotado) pero no puedo ignorar el testimonio que nos ofreció a quienes acudimos a la presentación editorial. Para empezar, Jesús se ve sereno y en sus ojos no aprecié rencor a pesar de haber estado literalmente en el infierno. Eso sí, en ciertos momentos cae en periodos de retraimiento que él mismo atribuye a lo que experimentó en las mazmorras de Puente Grande.
Lemus superó un tormento que muy pocos habrían sobrevivido. Para empezar fue secuestrado por la policía de Guanajuato para luego ser entregado a un grupo de sicarios, de acuerdo con su propio testimonio, quienes no lo asesinaron gracias a que Reporteros sin fronteras lanzó la alerta.
Narró que la agresión fue una respuesta del gobierno de Michoacán, y más precisamente de los hermanos Calderón Hinojosa, por escribir sobre las relaciones de funcionarios con el grupo de los Caballeros Templarios, de acuerdo con su propio relato. La agresión institucional lo llevó primero a un centro de reclusión de Guanajuato y después, cuando su caso comenzó a ser difundido por Reporteros sin Fronteras, las autoridades reaccionaron enviándolo a Puente Grande.
Le hicieron un estudio criminal al vapor e infundado que determinó que era un preso de alta peligrosidad. Después lo mandaron a Puente Grande, al sector más estricto del penal. Estuvo seis meses en una mazmorra de dos por seis metros y siempre desnudo. El propio Lemus explica que Puente Grande es un lugar de exterminio para menguar a las personas recluidas. Nadie queda completo, dice. No tenía comunicación con el exterior.
Pero por si no fuera suficiente, un juez federal ordenó ?terapia de reeducación? para Lemus que consistía en sacarlo de su celda a la medianoche para torturarlo con agua helada y golpearlo a toletazos en la espalda.
También fue enviado al área de psicología, con objeto de convencerlo para que se suicide, así como se escucha, según narró el periodista. Explicó que hay una especie de estrategia subrepticia que busca que los internos se exterminen por sí mismos. Por eso hay todos los días intentos de suicidio.
Y cuando finalmente logran su cometido, las autoridades argumentan a los familiares que la persona reclusa murió de paro cardíaco o cualquier otro padecimiento. Dijo Lemus que es común que los reos intenten morir aventándose, se echan clavados, y muchos quedan fracturados o en silla de ruedas.
Pero lo que lo salvó de morir en prisión fue su hambre de escribir. Pensó que estando en ese lugar, rodeado de los presos más peligrosos de México, era una oportunidad inigualable para un periodista de obtener testimonios únicos.
Fue entonces que cuando estaba en terapia le regalaron un pedazo de grafito.
Y luego, como parte de las estrategias para anular su autoestima, dijo que en su celda le daban cotidianamente dos pedacitos de papel sanitario con el único objeto de que supiera que esa era su única propiedad.
En esos cuadritos de papel y con el grafito escribió sus bitácoras de diálogo respecto a lo que platicaba con los presos. Su vecino era uno de los Beltrán Leyva. Los apuntes los arrojaba abajo de su cama para poder conservarlos. Luego durante cada visita sacaba esos pedacitos de papel y los entregaba a quien lo visitaba para poder conservarlos.
También lo hacía mandando cartas dos veces por semana. Y pudo hacerlo gracias a su buen comportamiento y gracias a que tiene una pésima caligrafía. Escribía sus cartas que hacían enfadar al psicólogo porque no las podía leer, y entonces las mandaba sin problema alguno ni observaciones.
Tras cumplir los seis meses fue llevado al área de procesados. Allí convivió con personas cercanas al Chapo y otras personalidades como Rafael Caro Quintero.
Posteriormente un juez le dio sentencia de 20 años de prisión sin una sola prueba. Se quedó sin abogados porque los asesinaron. Luego nadie quiso defenderlo. Pidió uno de oficio y tampoco logró que se lo asignaran así que optó por defenderse solo. Al final, un juez revisó su caso y lo absolvió porque no había una sola prueba.
El ejercicio de escribir para salvarse a sí mismo no sólo libró de la muerte a Jesús Lemus, también lo llevó a obtener retratos de seres humanos que pagan una sentencia.
Pero ninguna persona interna merece lo que se vive allá adentro, reflexionó el escritor. La sentencia ordena privación de libertad, no de sueño ni de comida.
Dentro de las reflexiones que hizo al final Lemus, rescató una: el poder judicial debe abrirse y ser reformado. Debe ser democratizado, observado de cerca por los ciudadanos, así como actualmente lo hacemos con los poderes ejecutivo y legislativo. Porque, ¿quién elige a los jueces? ¿Conoce usted a los jueces de su distrito?