En realidad, no quiero acudir a la ironía ni a la toma de partido por alguna de las partes. Quisiera responder, lo más objetivamente posible, ¿qué habría sucedido si López Obrador hubiera permitido el beso que Javier Sicilia pretendió plantarle en la mejilla –al igual que, en su política de besos, a Peña Nieto, Calderón, Vázquez Mota, Quadri, Beltrones,…- en vez de evadirlo y abrazarlo fraternamente en mayo de 2012?
¿Habría cambiado la relación entre ellos de manera positiva hacia una unión de fuerzas o sólo le habría concedido a Sicilia un pequeño triunfo personal, el de al fin demostrar, con la escena del beso a AMLO, que todos los políticos son iguales? Porque más que solidarios o fraternales, los célebres besos de Sicilia a los políticos significaron un señalamiento. A su incapacidad, su corrupción, su indolencia; lo cual no estaba nada mal, pero, ¿merecía López Obrador trato semejante?
No sabremos nunca si ese beso trunco hubiera modificado la relación. Por lo que se sabe, de parte de López Obrador ha habido buenas intenciones hacia Sicilia, incluso llegó a invitarlo a participar con una posible posición en el senado que fue rechazada por el poeta. No obstante, el también activista social ha preferido quedarse del lado de la crítica, lo cual ha impedido una colaboración entre dos personajes que se suponen de izquierda cristiana y que tendrían muchos puntos en común.
Desafortunadamente, Sicilia, como otros, ha mordido el anzuelo de Enrique Krauze, tal cual señalé aquí el 15-12-17 al citar a algunos ejemplos de los que llamo hijos putativos del historiador. La carnada ha consistido en la descalificación del político desde una perspectiva supuestamente psicoanalítica proveniente del exitoso ensayo “El mesías tropical”, más que del análisis de su trayectoria y de su trabajo como gobernante de la Ciudad de México. Y desde esa perspectiva, Sicilia descalifica constantemente a López Obrador como intolerante, resentido político, revanchista, mesiánico. Lo cual es su derecho, pero me parece que carece de objetividad si se miran los detalles y las coincidencias que de verdad existen entre ambos personajes.
Si el poeta hace una crítica a Peña o Calderón (quien por cierto le tendió una trampa y lo usó; como he señalado en “Farsa en el Castillo”, SDPnoticias, 25-06-11), no trasciende. Si la hace contra López, se crea un maremágnum de posiciones encontradas. Desde los que lo defienden hasta los que lo atacan, pasando por los que lo siguen usando desde el poder.
Por dar un ejemplo, el 15 de noviembre pasado, El Universal entrevistó al también articulista, quien ofreció un diagnóstico trágico del país, los partidos y sus políticos. Pero ¿cuál fue la nota y la información principal de la entrevista?: “AMLO, priista disfrazado de rojo”, encabeza el periódico. Objetivo alcanzado. Enseguida, la descalificación: es un tlatoani que se maneja como lo hace la estructura del PRI.
Un ejemplo más reciente ha causado furor, la carta del poeta cristiano dirigida al político cristiano, donde le echa en cara su propuesta de considerar un análisis sobre la amnistía a “infractores que se rehabiliten” como alternativa para pacificar al país y que él interpreta como petición de olvido. “¿Quién coños te crees para pedírnoslo?”, espeta tras analizar que la palabra amnistía viene de amnesia y significa olvido (y la RAE, sí, confirma que amnistía viene del griego amnestía, que propiamente significa olvido, pero que, no obstante, la define como “Perdón de cierto tipo de delitos, que extingue la responsabilidad de sus autores”). Y él, sin percatarse repite lo mismo que ha dicho el político “perdón sí, olvido no”. Es decir, me parece que por una cuestión etimológica o semántica no debería de caerse en el exabrupto. Más bien, tendrían que aprovecharse las posibles interpretaciones o confusiones conceptuales para iniciar un diálogo que ofrezca salidas claras al país, porque la guerra contra el crimen no ha conducido sino al abismo.
Y hay que recordarle al poeta que una nota del 2011 reporta que por entonces propuso acaso algo peor que la amnistía, un pacto con el crimen:
“El narcotráfico sigue. A los Estados Unidos no les importa, no nos están ayudando en nada. Las mafias están aquí, pues pactemos. Ahí están sus corredores, por mí que inunden a Estados Unidos de droga. ¿Por qué tenemos nosotros que estarle protegiendo las espaldas?
“Hablemos claro otra vez: ahí están, tenemos que convivir con ellos. Y si no están haciendo bien la guerra, pues vamos a los pactos. Las guerras terminan en pactos al final de cuentas. Cuando se acaban de destrozar y destrozar a la humanidad, terminan en pactos. Y esto va a terminar en un pacto, tarde o temprano” (El vigía, tomado de Agencia Reforma; 04-04-11).
Y si volvemos a la carta publicada en Proceso el 30-12-17, encontramos muchas más coincidencias que diferencias entre los personajes en cuestión. Al igual que el poeta, el político no ha pedido olvido para Peña y Calderón y las consecuencias de sus estrategias de guerra (ambos coinciden en el perdón; el político ha dicho algo que los analistas quieren volver confuso: en caso de ganar la presidencia, no va a llegar a perseguir, a realizar “una caza de brujas”, pero si hay denuncias interpuestas, se procesarán); jamás ha pedido que Rosario Ibarra olvide (ésta, por el contrario, ha sido y sigue siendo cercana al político); nunca ha solicitado olvido por Ayotzinapa, todo lo opuesto, una y otra vez ha reiterado que se esclarecerá a fondo, se creará una comisión de la verdad; y por supuesto, una insensatez sería pedir olvido al poeta por el crimen de su hijo y sus amigos.
El exabrupto no viene al caso; sí la oportunidad del diálogo. Que se junten desde ya el equipo del político, los activistas sociales, las víctimas, los agraviados. Nada mejor podría darse en este momento. Que la idea conceptualmente errónea o no de la “amnistía” a políticos y criminales se ponga en el centro del debate, se procese. Por lo demás, la postdata del poeta, a pesar de todo, siempre ha sido respaldada por el político: el respeto a los Acuerdos de San Andrés.
No hay cabida, pues, a la reiterada repugnancia basada en una especulación psíquica, el supuesto “mesianismo y los aires de redentor” del político.
No quiero pensar que Sicilia sea un ingenuo, pero desde la fallida marcha del 8 de mayo de 2011 siempre me he preguntado, ¿por qué en vez de la confrontación no procura Sicilia el acercamiento a López? Ojalá suceda en esta oportunidad. Que se encuentren y haya lugar a concordancias y a un abrazo fraterno; por el bien del país. Y si quieren, un beso al estilo del célebre del muro de Berlín, siempre que sea edificante, ¿por qué no?
P.d. Aquí, mi texto “Los besos de Sicilia”, del 30-05-12, donde se habla ya de estos asuntos. https://www.sdpnoticias.com/columnas/2012/05/30/los-besos-de-sicilia