Cuando leo que en México no hay libertad de expresión -y los autores de tales declaraciones son gente que vive de los medios- el sabor de la paradoja es de arrobo. Sin duda que México es un país muy peligroso para ejercer el periodismo incómodo, pero la mayoría disfrutamos de una libertad amplísima para criticar al poder, venga de donde viniere.
De hecho, las invectivas feroces contra el gobernador de Veracruz, el mismo presidente de México o Miguel Ángel Mancera, demuestran que personajes como Carmen Aristegui, Denise Dresser, Chumel Torres o cualquier youtuber o tuitero de ocasión, tienen las garantías suficientes para señalar a cualquiera, incluso si sus afirmaciones son calumniosas o infamantes.
Por ello, no dejo de sorprenderme por las afirmaciones que sostienen que en México hay un ataque soterrado a las libertades, como las que hizo una persona usuaria de redes sociales, que desde Facebook sostuvo que «Twitter va en declive, por las cuentas falsas, el acoso y los bots-pero-no-tan-bots» y que lo que más le intrigaba «es quién o quiénes están detrás de esas cuentas, que siempre actúan de forma coordinada en contra de mujeres, periodistas de izquierda y activistas, principalmente».
A continuación, esta persona describió el modus operandi del colectivo maligno: «caen en bola en periodos cortos de tiempo (sic) y dicen mensajes parecidos, pero nunca iguales, y generalmente bien redactados». Sin embargo, la parte más preocupante radica en la conspiración que percibe y denuncia: «no son cuentas acéfalas, sino todo lo contrario: hay una mente malvada detrás de esto. Son como trolls de agencia de publicidad, ¿pero qué agencia, quién es su director creativo y, lo más importante, quién es el cliente?».
Vaya.
Vamos por partes. En primer lugar, es falso que «Twitter va en declive». La red de microblogging se expande y goza de cabal salud, su crecimiento e impacto global es constatable por su influencia y número de usuarios. En segundo término, la existencia de «las cuentas falsas, el acoso y los bots-pero-no-tan-bots» es una consecuencia natural de la libertad de expresión sin restricciones: el día que se pida el DNI o la CURP para sacar una cuenta de Twitter, la autocensura campeará y muchos de los bots y trolls dejarán de existir. Aguantar la mugre de Twitter es consecuencia de disfrutar su libertad, como las dos caras de una moneda. Además, hay remedios efectivos contra las conductas realmente ilícitas que puedan darse en ese espacio virtual: Twitter no es la Avenida Impunidad y quien sostenga lo contrario miente o le falta información.
En tercer lugar, poner en la misma canasta a «mujeres, periodistas de izquierda y activistas» es un planteamiento tramposo, como si fueran un grupo uniforme. Debe recalcarse que los ataques coordinados también han afectado a libertarios, gente de derecha, varones, empresarios, comunicadores de minorías raciales o religiosas y nadie habla de un colectivo misándrico-socialista-antisemita que actúe coordinadamente para atacar su opinión, ni se pregunta «quién o quiénes están detrás de esas cuentas». La gran conspiración, que intriga a los que desde la izquierda agreden (pero no les gusta que los critiquen) no tiene reflejo del otro lado del espectro ideológico. ¿Por qué será? Porque las teorías conspiracionistas son la anti-navaja de Ockham: «en igualdad de condiciones, la explicación más complicada suele ser la que asume el chairo».
En cuarto lugar se encuentra la idea de que una mente maestra, maligna y brillante, se esconde detrás de la embestida al progresismo, porque sus mensajes «generalmente están bien redactados» y que hacen preguntar la identidad de este Illuminati de las redes sociales y sus clientes. Por favor, no le den tanto crédito a la crítica a la izquierda, la realidad es que existe un fenómeno económico demostrable: estar en redes sociales requiere tecnología, dinero y tiempo disponible, eso implica que es más fácil tener representado en Twitter a alguien cuya vida depende de su propia riqueza, que a un sujeto que tiene que trabajar 14 horas diarias para sobrevivir.
Si bien las medidas contra la brecha digital han ampliado el acceso de grupos con menor poder socioeconómico, lo cierto es que las Políticas Públicas no han cancelado la variable del tiempo disponible, por ende, es más factible que personas de derecha, favorables al mercado, con recursos económicos, tengan acceso a las redes sociales y puedan manifestar su opinión contra lo que les parece un disparate. Por tanto, no hay conspiración, solo la mano invisible que tanto odian los socialistas y estatistas.
En suma, más que pensar en «mentes malvadas» que coordinan ofensivas contra los «proyectos alternativos de Nación», «el pueblo bueno» u otras entelequias de la demagogia, los chairos deberían reconocer que sus adversarios tienen mejor arsenal que ellos (y, no me refiero a los iPhones, sino a la cultura, información y tiempo para debatir).
En esta situación no hay un Gran Director, sino una comunidad de izquierda que espera, entre los muchos privilegios que ya tiene, el derecho al doble estándar: criticar y no ser criticado, señalar y no ser discutido, afirmar y no ser rebatido. En una frase: quieren el derecho a ser irracionales sin cuestionamientos. Se equivocan: la razón es como la mano invisible, siempre encuentra la forma de llegar a su objetivo…