A Maradona le decían el “Pelusa” por su pelo abundante. Cabellera negra, rebelde, inusual, sobresaliente. Futbolísticamente, fue un zurdo fuera de serie. Desequilibrante, de toque fino e inteligente. En los partidos, siempre, irreverente, echado para adelante y muy ofensivo. Provocador, apasionado, intenso. Habilidoso con y sin el balón. Líder, genio y extraordinario colaborador en la cancha. Triste y sorprendente la noticia de su partida, hoy.
Para quienes practicamos el fútbol o disfrutamos de ese deporte, coincidimos con aquellos que piensan que a Diego Armando Maradona conviene recordarlo por sus hazañas en las canchas, más que por su vida fuera del campo de juego.
Lo recuerdo como líder –con el número 10 en la casaca-, en el Barcelona, pero sobre todo en el Nápoles, equipo italiano al que llevó sobre sus espaldas y lo condujo a obtener el título de liga, serie A (creo que dos veces); después, al título de copa, y a levantar la súper copa italiana. Y eso que el Nápoles era un equipo que durante su historia, hasta ese momento (1986-1990), se ubicaba regularmente en la media tabla de posiciones. La llegada del Pelusa a ese modesto equipo, lo puso entre los equipos grandes del llamado “calcio”.
Zurdo natural, chaparrito, rápido, gritón, “broncudo” y explosivo. Manejaba de manera extraordinaria el doble perfil: Llegaba desde atrás, para hacer la vertical o la diagonal de derecha a izquierda, o por el lado contrario. Esos trazos, únicos de Diego Armando, eran completamente desequilibrantes para las defensas rivales.
Con la Selección Argentina de fútbol, el Pelusa logró, primero, un campeonato mundial sub-20 (Tokio, 1979); luego, el campeonato mundial en la máxima categoría profesional, en 1986 (México) y el subcampeonato también de la copa del mundo, en 1990 (Italia). Por otra parte, como jugador, fue seleccionado nacional desde 1977, es decir, desde los 17 años; y hasta 1994, en que representó a su país en las canchas a los 34 años.
Seguramente, nuestras amigas y amigos argentinos lo recordarán con más exactitud durante su paso por los equipos Argentinos Juniors y después con el Boca Juniors, uno de los cuadros más populares del país sudamericano, con el cual fue campeón del torneo de liga nacional argentina, en 1981.
El Pelusa vivió una carrera no tan corta, en lo deportivo, llena de éxitos, polémicas, palmarés, emociones y controversias. Entre 1977 y 1985, Maradona experimentó sus momentos futbolísticos más brillantes. Fue el tiempo durante el cual se consagró como figura mundial del deporte más practicado en el orbe. La magia del mediocampista sudamericano aparecía cada vez que llevaba el balón en sus pies. Sin embargo, sus principales contradicciones y fracasos deportivos vinieron después, sobre todo, durante su carrera como entrenador tanto en equipos de clubes como durante la dirección técnica con la selecciona argentina.
Si se pudiera reunir en pocas palabras la aportación de Maradona al fútbol, más allá de calificar, o no, si fue el número uno en la historia mundial del balompié, me parece que fue un gran jugador porque inyectó talento, genialidad, chispa, explosión y belleza al fútbol. Él se divertía en las canchas y contagiaba con su energía. Pero, también y paradójicamente, al Pelusa lo caracterizaba la ambivalencia: A veces jugaba con alegría y en otros momentos se le veía tenso o violento. Fue un ídolo deportivo, popular, pero con miles de críticos dentro y fuera de los campos.
Maradona, el Pelusa, nos sorprendía con su habilidad futbolística en cada puesta en movimiento de la pelota. Así, de manera sorpresiva, el “Barrilete Cósmico” dejó también la cancha, representada por este mundo redondo. Hoy salió sin avisar de esta pelota llamada planeta tierra, que gira y gira como los balones que a él le gustaba jugar.
Puedo asegurar que la historia de luces y sobras de Diegol, el Pelusa, continuará. La leyenda comienza.
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