En 2001, seis días después del ataque contra las Torres Gemelas, el comediante y analista Bill Maher dijo en su programa de televisión que los pilotos suicidas de Al Qaeda fueron valientes el 11 de septiembre.

Se refería a que, mientras Estados Unidos lanzaba misiles desde cruceros a miles de kilómetros de distancia apretando solamente un botón, los terroristas ponían el cuerpo y la vida para cometer sus actos. “Nosotros hemos sido los cobardes. Quedarse en el avión cuando éste se estrella con el edificio, di lo que quieras sobre eso, pero no es cobarde”.

El canal ABC decidió cancelar su programa, llamado Políticamente Incorrecto, después que varios patrocinadores importantes decidieron dejar de anunciarse ahí.

Pedro Salmerón es un historiador y académico que siempre ha tenido una simpatía, yo diría fidelidad absoluta, con la izquierda y con el movimiento lopezobradorista.

La Cuarta Transformación lo nombró director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.

Recientemente cayó en desgracia cuando, en un texto sobre la figura y muerte del empresario Eugenio Garza Sada, usó el adjetivo de valientes para referirse a los guerrilleros que lo asesinaron.

El gran José Agustín, en su libro Tragicomedia Mexicana 2, narra lo sucedido aquel 17 de septiembre de 1973: “Un comando de la Liga 23 de Septiembre intentó secuestrar al magnate Eugenio Garza Sada, capo del grupo Monterrey. Los guardaespaldas repelieron el asalto y en la balacera murió el acaudalado industrial. Los secuestradores fueron atrapados y el presidente Echeverría asistió al sepelio de Garza Sada en Monterrey, y allí pudo constatar hasta qué punto se hallaban enconados los ánimos de los ricos mexicanos en contra del gobierno”.

El “jóvenes valientes” de Salmerón causó un escándalo en redes sociales equiparable al que sucedió días antes cuando una piloto de Interjet escribió que ojalá hubiera caído una bomba en el Zócalo mientras se celebraba el Grito de Independencia.

Ambos fueron linchados sin piedad por el bando contrario hasta que sus cabezas cayeron. Más que el adjetivo usado por Salmerón o la broma de la piloto, lo que resulta realmente preocupante es la coerción del pensamiento, de la libre expresión, de la libertad para poder decir incluso barbaridades si se quiere.

Se puede acusar a Salmerón de imprudente, de imponer una visión personal de la historia en un organismo público, pero calificarlo de promotor de asesinos fue exagerado y sacado de contexto, así como exagerado fue decir que la piloto de Interjet era una terrorista en potencia que poco le faltaba para estrellar su avión contra Palacio Nacional.

Ambos linchamientos tuvieron más un trasfondo político, ganas de madrear al otro, de destruirlo buscando el mínimo pretexto, que una indignación real por los desatinos en sus respectivos textos.

En el fondo, lo que abundó en ambos linchamientos fue la hipocresía de sus castigadores.

¿En dónde estuvo el debate para definir si la valentía es sinónimo de virtud? ¿Alguien diría que los sicarios que se enfrentan contra soldados son valientes? ¿Hay gallardía y temple en los normalistas cuando vandalizan edificios públicos, ¿tuvo razón Bill Maher al decir que los terroristas suicidas del 11 de septiembre no fueron cobardes?

Como bien señala Sabina Berman, no puede haber una visión simplista de nuestra Historia, de buenos y malos, ángeles y demonios, sin entender los factores que propiciaron el final trágico de Garza Sada en Monterrey.

Las descalificaciones y el odio ciego enturbiaron una discusión bastante necesaria. ¿Cuál fue el contexto para la proliferación de guerrillas en México y América Latina? ¿Cuáles fueron las consecuencias que produjo la acumulación de capital por parte de los empresarios del norte? ¿En dónde está la memoria y el perdón para los inocentes que murieron en supermercados, en bancos, en el monte, a manos de los guerrilleros?

Ojalá que este caso pueda ser aprovechado para revisar, una vez más, el período histórico de La Guerra Sucia. Libros como Guerra en el Paraíso, de Carlos Montemayor; El general sin memoria, de Juan Veledíaz; Memoria de la guerra de los justos, de Gustavo Hirales; Los años heridos, de Fritz Glockner, por mencionar algunos, son textos fundamentales para entender a la guerrilla en México. Eugenio Garza Sada no fue el único asesinado por la Liga y estos no eran la única agrupación guerrillera en el país y el camino a la utopía no fue el mismo para todos. Y recordar también que en aquella época el Estado mexicano, al igual que sus enemigos, era sanguinario y criminal: vuelos de la muerte, tortura, ejecuciones, fusilamientos, desapariciones forzadas. Ah caray, ¿dije que en aquella época?