Hay una idea defendida hasta la saciedad, esta es, la idea de que somos entes libres, pensantes, con capacidad de cambiar nuestro entorno. Esto puede ser cierto si nos atenemos a ciertos factores tales como educación o el contexto en el que nos desarrollamos. Con el advenimiento de las redes sociales, la superación personal pasó a consumirse en capsulitas. Frases, pensamientos estandarizados para los que padecen de pereza mental.

Y todo esto no es gratuito. Las sociedades evolucionan menos de lo que pensamos, aunque la cultura de lo políticamente correcto se abra paso de manera avasalladora, como vacuna contra las reyertas normales por el fastidioso uso de ciertos términos.

Puede que haya algo de cierto en el asunto de la libertad de pensamiento, pero este es fruto de lo que dije de manera anterior, un africano difiere en cuanto a la idea que tiene del mundo comparado con un europeo o un asiático, hay ciertos hilos conductores comunes, pero por lo regular estos son débiles.

Para ilustrar lo que digo analicé una película norteamericana. Tenía muchos diálogos. Intenté sin éxito adelantarme a los pensamientos de los protagonistas. Desde mi perspectiva, la resolución de los conflictos a los que se enfrentaban pasaban por un esquema más rígido, había poco espacio para la ambigüedad. En la cultura protestante estos esquemas o sistemas de ideas, están prefigurados para una sociedad altamente hipócrita. En nuestro caso pasan más bien por la simulación o la cultura del altiplano, que es la predominante en el país.

Los conflictos del país se dan de manera precisa por una cuestión de ideología. Las élites mexicanas han sido educadas casi en su totalidad en universidades norteamericanas lo cual no es un hecho fortuito. Para un tipo privilegiado, cuyos referentes son totalmente norteamericanos es imposible entender la realidad de un país en cuyas tierras conviven diferentes planos históricos. Parte de un rígido esquema mental que semeja la construcción de una casa con sótano de materiales que funcionan mejor en un clima frío, y  que pretende adaptarlos al trópico.

Aunque el símil es burdo permite ejemplificar la divergencia de pensamiento entre aquellos que han nacido en sábanas de seda y  no tienen su futuro económico comprometido, y los otros, quienes solo tienen un futuro, y lo defienden a capa y espada. Es quizá una herencia de la colonia, esta centralización de las decisiones que intentan hacer del país un inmenso llano, sin tomar en cuenta las montañas y los ríos.

La cultura del altiplano está hecha de una amabilidad empalagosa, una división de castas de facto, que a ojos del poco habituado a estas formas, le resulta difícil de entender. Mil vueltas para resolver un asunto, y una servilidad que raya en lo grotesco. Claro que para aquellos que han vivido toda su vida con este tipo de esquemas mentales, las salidas por lo regular tienden a ciertos grados de violencia o algunas formas de psicopatía.

En ese sentido las sociedades generan al individuo y el individuo genera el tipo de sociedad en el que creció. Por eso estas formas culturales son difíciles de erradicar. Toma generaciones hacer transformaciones profundas.

Recomiendo ampliamente Mexicanidad y esquizofrenia de Agustín de Basave. Allí este tema va ampliado. Un librazo.